Lunes

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El vecindario en el que Kara vivía no era muy popular por tener muchos niños de su edad. Por eso apenas y salía de su casa, no había con quien jugar. Tampoco iba a la escuela, cogía sus clases en casa. Todos los meses había que cambiar de tutor porque a ella no le gustaban. Y fue un lunes cuando Kara vio a una niña bajar de un auto del mismo color que su cabello, sujetando con fuerza un peluche un poco más grande que ella. En su rostro apareció una gran sonrisa y sus latidos comenzaron a acelerarse apenas la vio. No alejó su mirada de la ventana, velando cada paso que daba la niña. Cuando la otra niña se dio cuenta de que Kara la miraba, la rubia le sonrió mostrando sus dientes, pero ella no le correspondió con la misma emoción, solo giró y entró a la casa, y Kara se sintió mal por eso.

—¡Kara, ven a comer!— gritó su madre desde el comedor.

—¡Ya voy!— contestó ella y se quedó un poco más, esperando por si la niña volvía a salir. Pero no lo hizo, así que se resignó en ir a comer.

Se sentó en la mesa y comenzó a comer, apenas tenía ánimos de hacerlo. Siempre que le daba una sonrisa a alguien, hacía a la otra persona sonreír, por eso le gustaba hacerlo. Pero esa niña la hizo sentir mal.

—Kara, ¿porque no estás comiendo? ¿Volviste a perder a Supergirl?— preguntó Alura refiriéndose a su muñeca preferida, la que nunca soltaba.

—No— contestó la rubia llevando un poco de pasta a su boca.

—¿Entonces, cariño...?— Kara miró a su madre y volvió a bajar la mirada a su plato.

—Bien, no preguntaré más. Pero sea lo que haya sido, no debe quitarte el apetito. Vamos come, que luego iremos a saludar a los nuevos vecinos.

Cuando Alura dijo eso último, Kara comió lo más rápido que pudo, vería otra vez a la niña y esta vez sí la haría sonreír. Mientras que Alura limpiaba ambos platos, ella fue a su cuarto en busca de su muñeca. La que siempre le daba fuerzas para hacer algo.

Le dio la mano a su madre antes de cruzar la calle. Un señor bajaba una gran caja de una camioneta. La puerta principal estaba abierta y de ella salió una señora.

—Hola— dijo Alura haciéndose notar.

—Oh, lo siento no las vi.

—No se preocupe. Soy Alura, vivo aquí al frente y ella es mi hija, Kara.

—Mucho gusto, me llamo Lillian, ese hombre de allá es mi esposo Lionel y mi hija Lena está adentro. ¡Lena!— la señora llamó a la niña que rápido se asomó en la puerta, aún sujetando su peluche.

—Saluda, mi amor.

La pelinegra levantó su mano derecha y la balanceó en el aire, Kara también alzó su mano, después de eso la niña volvió a desaparecer.

—Discúlpenla, está enojada por habernos mudado.

—Sí, así suelen ser. Bueno los dejaremos para que continúen con la mudanza, si quieren más tarde pueden pasar por mi casa para cenar y darles una bienvenida oficial.

—Oh gracias, llevaré una botella de vino.

—Bien, nos veremos más tarde entonces.

[...]

—¿Kara, ya estás lista?— preguntó Alura entrando a la habitación. —Kara no es momento de jugar, los vecinos están por llegar.

—Lo siento, pensé que podía jugar un rato.

—Luego de cenar, podrás jugar. Ahora vamos.

—Está bien— Kara siguió a Alura hasta el comedor y de pronto tocaron la puerta. Alura fue a abrir con Kara detrás. Que aunque no había obtenido un gesto positivo de su vecina, le gustaba que casi fuera un reto recibir una sonrisa de parte de ella.

𝑳𝒖𝒏𝒆𝒔 | 𝑆𝑢𝑝𝑒𝑟𝑐𝑜𝑟𝑝 𝐴𝑈Donde viven las historias. Descúbrelo ahora