Supergirl

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Vivir en Midvale tenía sus ventajas y desventajas. A Kara le encantaba vivir allí junto a su madre. En esa ciudad había probado el mejor helado del mundo. No iba a la escuela y podía correr horas y horas en el espacioso patio detrás de su casa. La peor desventaja de vivir ahí era no tener un amigo con quién compartir un helado o esas horas corriendo por el pastizal. Y la mayor parte del tiempo eso hacía a Kara entristecer, incluso hasta enojarse. Pero, había llegado una nueva niña a la ciudad y era vecina suya. A la cual no le había sacado una sonrisa aún, pero pronto la haría sonreír. Solo que para ver su sonrisa debía verla y tenía problema con eso. No la había vuelto a ver desde que su madre los invitó a cenar la semana pasada.

—¿A dónde vas, Kara?— preguntó Alura en cuanto vio a Kara salir por la puerta trasera.

—Iré a jugar con Supergirl afuera.

—Está bien, pero no corras muy rápido, te puedes caer.

—Okay, mamá.

Con Supergirl en la mano corrió entre el pastizal dando vueltas. Hacerlo sola era aburrido y la mayoría de las veces terminaba sentándose en el columpio que ella y Kal habían construido con sus padres, hace unos meses atrás. Se mecía lento, como si eso hiciera que el tiempo pasara rápido. Desde que Kal se fue, ha estado muy sola y eso es lo que más a odiado desde su partida. Y lo extrañaba mucho.

—¿Hay espacio para alguien más?— la rubia que se mecía en el columpio sin emoción alguna se asustó. Miró por encima de su hombro y vio a Lena detrás de ella. Dio un salto para bajarse del columpio y se colocó delante de ella.

—Hola— saludó con la mano. —Creí que no querías jugar conmigo.

—No recuerdo haber dicho que no quería jugar contigo.

—Sí, es cierto. Pero yo si recuerdo que dijiste que no serías mi amiga.

Lena se quedó mirándola algo pensativa, vio como sujetaba la muñeca de su heroína favorita y se la arrebató de las manos.

—¿Siempre juegas sola?— preguntó Lena rodeando el columpio.

—Sí. No tengo a nadie con quien jugar— dijo Kara levantando sus hombros.

—Yo no tengo nada que hacer. ¿Puedo jugar contigo?

—Sí— Kara contestó más rápido de lo que se tardaba un rayo en caer.

Lena dio pequeños pasos hacia atrás, dio una última mirada a Kara y salió corriendo con la muñeca en sus manos, simulando como si esta volara de verdad. El rostro de Kara rápidamente se iluminó, por la idea de jugar con ella. Así que la siguió. Corrieron juntas por el pastizal, Kara iba detrás de Lena. Casi la alcanzaba, pero el pastizal cada vez se hacía más alto y se le hacía difícil verla.

Hasta que llegó a ese punto en que no pudo verla más, así que comenzó a llamarla, temiendo que se hubiera perdido. No muy lejos de donde estaba, escuchó un chillido de parte de Lena. Se fue acercando, dejándose llevar por los quejidos que producía la otra niña. Hasta que la encontró. Estaba tirada en el suelo, quejándose de dolor. Su ropa estaba cubierta de tierra, pero su rodilla era la más afectada, además de tierra tenía una leve capa de sangre.

—Lena. ¿Te duele mucho?— preguntó Kara preocupada agachándose a ver la herida. Lena asintió y no pudo evitar soltar una que otra lágrima por el ardor que comenzó a sentir.

—Estarás bien. Me he hecho muchos como estos— Kara desató el pañuelo que llevaba en su cabeza para cubrirle la rodilla a Lena. —Mi mamá siempre hace esto y con un poco de helado se me pasa el dolor— cuando terminó de amarrar el pañuelo, besó su rodilla.

—Te pondrás mejor. Ahora te ayudaré a levantarte— y así lo hizo, aunque tardaron un poco más de lo esperado porque Lena no dejaba de quejarse cada vez que tenía que doblar la rodilla. Kara le recomendó que se subiera a su espalda para llevarla hasta la casa. Lena vaciló al principio, pero accedió al final. En cuánto llegaron a la casa no pudieron evitar la mirada de Alura, que cuando vio el pañuelo en la rodilla de Lena corrió hacia ellas.

—Kara, ¿qué sucedió?

—Lena se cayó por mi culpa.

—No mientas. Yo me caí sola, tengo pies torpes. No fue su culpa, señora— Alura había ido a buscar un botiquín para auxiliar a Lena.

—Niñas para la próxima deben tener más cuidado. Kara, no me gusta que andes tan lejos— luego de limpiar y desinfectar la herida, colocó una tirita.

—Lo sé. Lo siento Lena, debí decirte que no debíamos ir tan lejos.

—Yo no debí salir corriendo tan rápido.

—Estarás bien, sólo fue un pequeño rasguño. Vayan a ver un poco de televisión, mientras que Lillian llega.

Kara se encargó de llevar a Lena hasta la sala y la ayudó a levantar las piernas sobre el sofá para que estuviera cómoda.

—¿Qué quieres ver?— preguntó Kara cogiendo el control remoto sobre la mesa.

—No sé.

Kara tuvo una idea. Dejó sola a Lena para ir a la cocina y decirle a su madre que preparara unas palomitas de maíz. Volvió otra vez a la sala y puso la película de la Mujer Maravilla. Como era la super heroína favorita de Lena, la haría sentir bien. Alura dejó las palomitas sobre la mesa frente a las niñas, que no despegaron sus ojos del televisor.

Hubo un momento en el que la rubia se mudó del sofá al suelo para no incomodar a Lena. Kara se quedó dormida casi terminando la película, cuando recostó su cabeza del mueble no pudo resistirse en cerrar los ojos. Lena cuando la vio sonrió por la posición en la que estaba. Su cabeza estaba en dirección hacia el techo, su boca entreabierta a causa de una palomita que descansaba sobre sus labios y su cabello estaba regado sobre las piernas de Lena. Ella jugó un rato con sus mechones, dándole vueltas con sus dedos hasta hacer rizos con ellos. Cuando los créditos de la película se acabaron decidió que ya era tiempo de moverla un poco para que despertara, pero no logró nada.

—Lena— al escuchar la voz de Lillian se asustó y apartó sus manos que se dirigían al rostro de Kara.

—Oh, ¿estás bien? Alura me contó lo que pasó. ¿Te duele cariño?

Alura apareció por el otro lado del sofá y se agachó para despertar a Kara.

—Estoy bien, mamá— le contestó a su madre.

—Alura, gracias por haberme llamado y por haberla cuidado mientras yo no estaba.

—No te preocupes. Lena puede venir cuando quiera, ambas son bienvenidas.

Lena en el fondo sabía que su madre la regañaría en cuánto salieran de la casa de Kara. Siempre lo hacía.

Cuando hacía algo que no debía hacer o si se lastimaba por ser una torpe, justo como había pasado ahora. Pero esa tarde no hubo regaños, estuvo más al pendiente de ella y le brindó el más sumo cuidado el resto de la tarde.

☼ 𝐋𝐔𝐍𝐄𝐒 ☼ | 𝑆𝑢𝑝𝑒𝑟𝑐𝑜𝑟𝑝 𝐴𝑈Donde viven las historias. Descúbrelo ahora