Capitulo 3: El Secreto del Lobo

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Por desgracia los días no se detienen, Mauricio y Saúl no se veían de la misma manera, mientras Mauricio lo veía con miedo y guardando distancia; Saúl lo veía con rabia, cualquier acercamiento hacía que una sonrisa o neutralismo se borrara del rostro de ambos. Incluso los padres de Mauricio se percataron de esto "dale chance", "déjalo en paz", "no lo estés molestando". Tampoco es como si ambos se prestaran atención, para ellos el contrario era un fantasma rondando.

Una mañana Mauricio había terminado de ponerse su uniforme, estaba calzando sus tenis cuando la puerta sonó, y fue extraño, nunca tocaban la puerta, nadie, solo gente ajena a la casa, y el único ajeno en esa hora era Saúl, Mauricio se calmó y abrió. No dijo nada.

—¿Puedo llevarte a la escuela? Me queda de paso —dijo Saúl mostrándose frío.

—No es cierto —dijo Mauricio resguardándose en el arco de la puerta.

—Tengo que hablar contigo —metió las manos en su bolsillo—. Es eso o escuchar a tu papá diciendo que dejes de molestarme durante todo el camino —no era una broma.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó. Saúl señaló su oído, después de todo ser comido por un lobo finalizaría los problemas— okay.

Saúl bajó las escaleras y Mauricio volvió a cerrar la puerta, estaba cansado, quería que todo terminara ya, si era asesinado está bien, si desaparece nadie lo notará, si se lastima nadie lo visitará... ya no importa, simplemente no importa.

Al cabo de un rato ambos ya estaban en camino montados en el auto no tan modesto, Mauricio veía la ventana abrazando con un brazo su mochila, ninguno decía nada; Mauricio veía de reojo el retrovisor, donde estaban clavados los ojos vigilantes de Saúl.

Nadie dio el primer paso, nadie rompió el hielo, llegaron a la escuela, incluso con minutos de sobra. Mauricio tomó su mochila y abrió la puerta.

—No —Saúl lo detuvo— siéntate —Mauricio obedeció—. Olvida lo que viste.

—Juro que es lo que quiero hacer, más que nada ahora —dijo con una voz enferma, al finalizar miró a Saúl.

Saúl miró su cara, un cansancio terrible, ojeras que aumentaron su tamaño, una piel palidecida, nada estaba bien en ese momento.

—Yo también, y no podemos fingir... que no pasó —Saúl echó su cabeza hacia atrás y llevó su mano a su frente en señal de estrés.

—Lástima —respondió mirándolo— ¿eso es todo? —Saúl asintió aún con su cara cubierta.

Mauricio bajó del auto y cerró la puerta, encontró a sus amigos en el pasillo. Saúl reaccionó y fue a detenerlo, lo alcanzó en el camino de entrada después de la puerta.

—No es todo —Saúl intentó ser discreto, aunque los amigos de Mauricio se dieron cuenta.

—¿Entonces? —esto ya tenía a Mauricio hasta el coño.

—¡Bueno, Bueno Anzaldúa! —llamó una voz conocida, una voz que pronunció los apellidos de Mauricio. Era el profesor de Inglés, José María Román, un maestro alto y algo mayor—. ¡Al aula, y trae a tu acompañante contigo!

Los 6 presentes se vieron extrañados por el llamado, los 4 amigos de Mauricio no fueron requeridos, pero Mauricio les rogó lo acompañaran. Al entrar el maestro escribía algo en el pintarrón, símbolos parecidos a los que Mauricio vio en Dante, símbolos que Saúl conocía perfectamente.

—¿Qué escribe? —preguntó Mauricio.

—Ya verás —dijo el maestro.

Saúl miraba los símbolos con furia, incluso colocó unos dedos en su frente, un jaqueca lo atacaba, se quejaba en silencio hasta que calló al suelo apoyado en sus manos y rodillas; el profesor comenzó a recitar lo que estaba escrito, Saúl empeoraba.

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