Capítulo 4

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Capítulo 4



Le costaba reconocer a la mujer que tenía ante sus ojos. Sentada frente al espejo del tocador, Ana examinaba su propio reflejo con curiosidad, tratando de buscar en sus distintos ángulos la mujer que en los últimos años que había sido. Heridas, cansancio, quemaduras, delgadez... todos los factores que la habían convertido en una auténtica agente de Mandrágora habían desaparecido. Ahora, en su lugar, Ana lucía el mismo aspecto que había tenido durante su vida pasada, en Sighrith. Su piel estaba lisa y reluciente, sin señal alguna de cansancio; las heridas se habían cerrado y las cicatrices habían desaparecido. La única que le quedaba era la del antebrazo, la del implante; el resto simplemente se habían esfumado.

El sonido de las campanas del reloj de cuerda del salón captó su atención. Ana volvió la mirada atrás, hacia la puerta que daba a la terraza, y comprobó que ya había caído el sol.

Aquella era una noche especial. Después de cinco meses en la isla Raylee, Ana había recibido la marca que la convertía en agente de Mandrágora, y quería celebrarlo. Para la ocasión, Havelock había preparado una fiesta en su honor en el palacete de Galvia. Aquella noche disfrutarían de un gran banquete, beberían, charlarían y bailarían hasta las tantas de la madrugada en compañía de los más cercanos... y todo por ella.

Ana alzó la mano derecha ceremonialmente hasta el escote de su vestido blanco. A continuación lo bajó ligeramente. Inscrita en la piel, allí dónde se la había visto ya mucho tiempo atrás a Armin, el ouroboros que la señalaba como agente de la Serpiente brillaba con fuerza, grabado a fuego. La ceremonia gracias a la que había obtenido la marca había sido extraña, con cánticos y velas, incienso y susurros a media voz. La joven se había tendido en un altar de madera en mitad de un círculo de hielo, vestida únicamente con la ropa interior y el cuerpo lleno de grabados hechos con sangre, y allí había recibido la señal de manos del propio Florian Dahl.

Los nervios habían traicionado a Ana. La joven no había podido disfrutar todo lo que hubiese querido del ritual, pues rodeada de todos aquellos agentes encapuchados y en aquellas condiciones se había sentido muy débil, pero por aquel entonces, casi ocho horas después, se sentía muy orgullosa. Ahora que al fin había sido abrazada por la Serpiente, Ana se creía más fuerte y poderosa que nunca.

Deslizó el dedo índice por la marca con suavidad. El mero hecho de tocarla despertaba en ella cierto dolor, pero valía la pena. En una semana, las heridas se curarían y el símbolo perduraría hasta el resto de sus días, convirtiéndola así en una agente más.

—Agente de la A.T.E.R.I.S., quién te ha visto y quién te ve, hermanita.

El susurro mental de Elspeth arrancó una sonrisa a Ana. La joven apartó la mano de la marca y volvió la vista al frente, al espejo. Frente a ella únicamente estaba su reflejo: Ana se veía a sí misma, rubia, adulta, serena, pero también veía algo más. Elspeth, oculto en las profundidades de su propio ser, la observaba con cierta curiosidad desde la dimensión dónde el Capitán le había desterrado tiempo atrás.

—Enhorabuena: eres ya toda una delincuente.

—¿Es posible que note un poco de envidia?

—Ni lo sueñes.

Ana ensanchó aún más la sonrisa, complacida. Desde su visita a Minerva cuatro meses atrás, la conexión entre ella y su hermano se había reforzado hasta tal punto que habían logrado crear un vínculo gracias al cual siempre estaban en contacto. Ana veía su reflejo en los espejos, en su propio yo, y escuchaba su voz como un susurro de la conciencia.

Dama de Verano - 3era parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora