Parte 3

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Anya escuchó que tocaron su puerta y decidió permanecer en silencio, cubierta completamente con su colcha. Su mundo se estaba tambaleando y lo único que necesitaba era un poco de tranquilidad. Había mentido esa mañana a su madre, diciéndole que estaba enferma, para evitar tener que ir al instituto. Necesitaba tiempo para procesar lo que había descubierto y evitar a toda costa a Edward Cullen.

Las noticias después del accidente habían volado. Aparentemente el conductor de la furgoneta, Tyler Murphy, había resultado herido. Bella había recibido un golpe en la cabeza sin aparentes consecuencias graves y Edward Cullen resultó ileso. Incluso regresó al instituto para su segunda clase.

Para evitarlo en el almuerzo del día anterior, Anya había recurrido a la máquina de snacks y refrescos y comió en el salón en donde se guardaba la utilería para el club de teatro. Para ese entonces aún conservaba la esperanza de que la fotografía hubiera sido un producto de su imaginación. Infortunadamente, esa posibilidad murió cuando miró su cámara en la tarde.

Anya se desveló gran parte de la noche revisando cada fotografía con el zoom. Aquello no tenía sentido. Edward Cullen debía estar herido, con el brazo dislocado o la muñeca rota. Incluso le serviría para tranquilizarse enterarse de que se había roto un dedo.

Logró dormir por un par de horas, pero sus pensamientos revueltos no consiguieron más que provocarle pesadillas. Para cuando su alarma sonó, se movió para apagarla y volvió a acurrucarse entre las mantas. Su madre había subido a ver por qué no bajaba a desayunar y la mentira inició. Para esa misma tarde, ya se había arrepentido. Con los cuidados de su madre, que había decidido trabajar desde casa ese día, apenas había tenido tiempo a solas. Además, tendría que simular los síntomas de un resfriado por al menos unos días más para que tuviera sentido.

Los golpes en la puerta siguieron y Anya apartó la colcha para mirar el reloj sobre su mesita. Eran las cuatro y media de la tarde. No se sentía con ánimos de recibir visitas, pero tampoco quería ser grosera con sus mejores amigos. Estaba segura de que eran ellos los que estaban del otro lado de la puerta. Escuchó otro par de golpes y se volvió a cubrir con la colcha cuando la puerta se abrió.

―Anya, soy Gema. Tom me acompaña. Si traes puesto uno de los pijamas de seda que nos compramos en Port Angeles, te daremos tiempo para que te cambies. Tom es un adolescente después de todo.

Se oyó un murmullo del otro lado, que debió ser la respuesta de Tom. Anya soltó un suspiro antes hablar.

―Estoy completamente vestida, pueden pasar ―dijo y recordó que debió haber fingido una voz más nasal. Tosió un par de veces y se quedó en silencio.

―Hola, Anya ―saludó Tom―. Te traje el té de hierbas que mi abuela me prepara cuando me da gripe.

―Gracias ―contestó la pelirroja todavía bajo la colcha.

Sintió que el borde del colchón junto a su pie se hundió.

―No debimos haber pasado tanto tiempo fuera en un día tan frío ―se lamentó Gema―. Lo siento mucho, Anya. Es mi culpa. No te hubieran pedido que tomaras esas fotografías si yo no hubiera hablado de tu talento en un primer momento.

Anya también lamentaba haber ido tan temprano al instituto para tomar fotografías. Sus razones eran más inquietantes y definitivamente Gema no tenía ninguna culpa. Había sido el azar, un mal momento para estar con la cámara.

―No fue tu culpa, Gema ―dijo y bajó la colcha para mirar a la rubia sentada cerca de sus pies―. Es apenas un resfriado, estaré bien.

Tom se acercó con una taza humeante y Anya se sentó para tomarla. Estuvo charlando con sus amigos sobre su día en el instituto. Ellos no notaron que estaba fingiendo estar enferma, pues sus ojeras y palidez eran suficientes para engañar a cualquiera.

La vecina de BELLA SWAN | Edward CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora