XIV

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Se quedó unos minutos en el pasillo intentando comprender qué había sucedido.

La mirada dolida de la chica estaba clavada en su mente, se le vinieron a la cabeza muchos recuerdos consolándola pero nunca lo había visto dirigirle esa mirada a él. Decidió sentarse en el suelo, los pensamientos le daban vueltas sin parar.

Así que por eso fue todo, ahora había un sentido. ¿Cómo fue que Renata se enteró de que se veía algunas con Andrea? Había sido tan cuidadoso y se había asegurado de que nadie supiera, ni siquiera Joel o Gabriel, para no dejar cabos sueltos. ¿Acaso lo siguió? Pensaba que era imposible, no la dejaban salir sola ni a la esquina a la pobre chica. Al parecer se equivocó.

Fue un error. Siempre supo que enrollarse con esa rubia fue un error, fue débil. Estar con Renata fue una de las mejores y peores cosas que le pasó en la vida, con ella conoció el amor pero también se enteró del dolor de un corazón roto. Su relación era bonita, tierna, eran partners, le gustaba la facilidad con la que la chica podía leerlo y saber qué le pasaba con solo observarlo, de subirle el ánimo, de motivarlo. Le encantaba que ella creyera en él sobre todas las cosas, quizás ninguna persona ha confiado tanto en él como su mamá y Renata. Pero en eso se quedaba, en bonita y tierna.

Renata estaba rota, había pasado por muchas cosas. Desde que la conoció, simplemente lo supo. Se notaba en esos días que su mirada se iba al infinito y por más que intentara traerla de vuelta, no podía. Él entendía, estaba ahí para contenerla, pero no podía ayudarla más allá que hasta donde ella le permitía.

En ese entonces era un hombre de 22 años, tenía ciertas necesidades. Si bien tenían momentos íntimos entre ambos, sentía que se quedaban cortos y que faltaba esa chispa de las que todos hablaban. Sabía que ella hacía su mejor intento, pero cuando se hundía en ese estado distante el sexo era la menor de sus preocupaciones.No quería presionarla, tal vez por eso lo hizo.

La carne es débil. No fue la culpa de la chica, solo que él fue inmaduro.

Ahora que todo tomó sentido comprendía porque ella se sentía tan ofendida. Le debía una disculpa.

Decide ponerse de pie y titubea un par de segundos antes de golpear la puerta. No se había dado cuenta de que le estaba costando mantener el equilibrio sin menearse de un lado a otro.

La chica abrió la puerta y lo quedó mirando con ojos expectantes. Su pelo ya no estaba recogido en una coleta, ahora lo traía suelto. Sintió el impulso de guardar un mechón de su cabello tras su oreja. No sabía qué decir, no sabía como actuar. Si tenía algún esbozo de disculpa en su mente, se borró apenas la vio.

—¿Qué quieres, Raúl?

Se le veía irritada.

—Yo...

—No se te quedó nada, ya revisé...

Se quedó callado, no podía articular palabra alguna. ¿Cómo expresar lo que estaba sintiendo? ¿Cómo enmendar el daño?

La chica tampoco decía nada, solo lo veía fijamente. La tensión que había entre sus miradas fue poco a poco cambiando de tonalidad, pasando de fría como el hielo a electrizante, erizando los pelos.

Y no podía darle explicación, pero de pronto sus labios se encontraban sobre los de ella. Era una sensación tan familiar, tan conocida y tan diferente a la vez. Renata respondió el beso e incluso abrió levemente su boca para permitirle el paso a su lengua, que aprovechaba de recorrer y juguetear con la de la chica. Sus manos se posaron sobre su cintura, acercándola para profundizar el beso.

Disfrutaron del momento por un par de minutos, hasta que sintió una presión en su pecho. Eran las manos de la castaña, intentando tomar distancia entre los dos.

3AM | Rauw Alejandro |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora