Capítulo 2.

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Llevábamos una semana planeando y perfeccionando la huida. Desde que Seven lo había sugerido, no pudimos dejar de pensar en otra cosa. La emoción y excitación por ello parecía que iba a llegar a consumirnos.

Todas las noches, antes de dormir, imaginábamos todo lo que queríamos hacer y cuán lejos íbamos a viajar buscando algún sitio que no estuviera invadido por los S.O.M.

—Pásame mi zapato —le ordené a Seven una vez terminé de fundir el acero de uno de los tenedores.

—Aquí tienes —me lo entregó, fijándose en lo que estaba haciendo—. Cuando acabes, ¿me puedes ayudar con el mío? —preguntó, mirando asombrado cómo pegaba el acero fundido a la plantilla del zapato.

—Claro, dame un minuto —respondí concentrado.

El plan era salir del Edén escalando las murallas de piedra. Parecía alocado a la par que simple, pero no nos quedaba de otra, pues nos enfrentábamos a una tecnología nueva y desconocida para nosotros. Aún así lo teníamos todo bien organizado y nuestras esperanzas por escapar eran bastante altas. Nos pasamos toda la semana lijando cuatro cucharas hasta dejarlas en punta, ya que no nos permitían tener cuchillos de sierra. Las empuñaduras de estas fueron envueltas por la tela de uno de mis uniformes que hacía meses que se me había quedado pequeño, así nos podríamos sujetar bien de ellas para hincarlas con fuerza en las rocas. En cuanto a los zapatos, ideamos hacer un agujero en la puntera para que la cabeza del tenedor quedara sobresaliente de este y así poder clavarse en la superficie cuando le diésemos una patada, facilitando así la escalada. Todo esto después de haber nadado por las frías aguas del lago oscuro y, una vez lo hubiéramos hecho, debíamos quitarnos la ropa y cubrir nuestra piel con el polvo negro que soltaban las rocas de las murallas, pues si intentábamos escapar con el uniforme blanco, destacaría mucho más que sin él.

—Ha quedado bastante bien —comentó Seven cuando apagué la vela con la cual habíamos estado derritiendo el acero de los tenedores durante horas.

—¿Estás seguro de que funcionará? —le miré, alzando una ceja.

—Lo lograremos —asintió con firmeza—. Y, si no, prefiero quedarme con la sensación de haberlo intentado al menos —me sonrió inocentemente, enseñándome su dentadura.

—Sería genial ser los únicos niños en el mundo, ¿verdad? —solté una carcajada, levantando mis cejas con rapidez repetidas veces.

—Podríamos hacer lo que quisiéramos —contestó entre risas.

—Esta noche comienza nuestra nueva vida, Seven —agarré sus manos con las mías, mirándole fijamente a los ojos—. ¿Estás preparado? —apreté mis dedos en los suyos.

—Siempre que tú lo estés —respondió con cierto tono vacilante.

Entonces, la sirena que indicaba que era la hora de la extracción matutina, comenzó a sonar.

Aquel día fuimos unos de los primeros en llegar a la cola para entrar al edificio del Potenciador. Al final de esta, se escuchaba algo de jaleo que llamó mi atención, pero un empujón de Seven para que comenzara a andar hacia la puerta, pues ya estaban entrando, me distrajo y no pude averiguar de qué se trataba. Éramos demasiados niños y mi vista no alcanzaba lo suficiente como para poder verlo u oírlo con claridad.

Nos sentamos en nuestros respectivos sillones a esperar a que acabaran de entrar todos en sus salas. En la nuestra, la Alfa Uno, aún quedaban por llegar la mitad de los niños.

—Eh, Seven —oí susurrar a una voz a la derecha del castaño.

Me eché un poco hacia delante para averiguar de quién se trataba hasta que vi que era Six; un chico con el pelo muy corto y negro que le hacía juego con sus ojos. Según creí escuchar en una de las conversaciones entre Seven y este, tenía un año más que nosotros, es decir, once. Six era uno de los niños más inteligentes que había en el Alfa Uno, incluso aún recordaba algunas cosas sobre el mundo anterior al Edén, por eso era uno de los únicos con los que nos sentíamos más o menos cómodos para hablar.

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