Capítulo 1.

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—Zero —escuché una voz susurrar en mi oído—. Zero, despierta —noté cómo me zarandeaban—. ¡Vamos a llegar tarde al examen! —exclamó, haciendo que yo abriera mis ojos turquesas de par en par.

—¿Cuánto tiempo llevo dormido? —pregunté con la voz algo ronca, incorporándome en la cama hasta quedar sentado.

—Desde que regresamos del Potenciador —respondió, apoyando sus codos sobre el colchón.

—¿Tanto? —le miré sorprendido a la vez que extrañado mientras me frotaba mi melena negra con una de mis manos.

—Vamos, Zero —la agarró con las suyas y tiró de ella para sacarme de la cama—. No tenemos tiempo —soltó una carcajada nerviosa una vez apoyé mis pies en el suelo y me levanté con pereza.

Ese era Seven. Un chico de diez años, como yo, con una melena ondulada de color castaño muy claro y unos ojos grandes y verdes que parecían las esmeraldas más brillantes del universo. Su cara estaba decorada por un pequeño lunar en el lado izquierdo de su barbilla, el cual yo le decía que parecía una pepita de chocolate y eso siempre le hacía reír. Estábamos juntos desde hacía cuatro años. Fue al primero que conocí en el orfanato donde me escondí el día en que los S.O.M mataron a mis padres. Juntos, conseguimos volver a formar una familia, pero a esta también la asesinaron.

Los S.O.M habían invadido la Tierra para protegerla del ser humano y, antes de que hubiéramos logrado destruirla del todo, ellos iban a salvarla.

Llevábamos dos años desde que nos cogieron a los dos y nos llevaron tras las murallas del Edén. Una pequeña ciudad construida por los alienígenas, donde residían los niños genios de todo el mundo, ya que éramos los únicos merecedores de seguir con vida, según ellos. Tal y como habían proclamado, podíamos vivir en paz y armonía, siempre y cuando le devolviéramos el favor entregándoles todos los días un poco de nuestra energía vital. Cada cierto tiempo, teníamos la obligación de realizar un examen para que los S.O.M siguieran el crecimiento o decaimiento de nuestro coeficiente intelectual. Si estos veían que el nivel de la actividad cerebral de alguien bajaba, esa persona acababa desapareciendo, al igual que los niños y niñas que cumplían dieciséis años. Con estos daba igual si seguías siendo un genio o no, cuando llegaban a esa edad, nadie nunca los volvía a ver.

Ninguno de nosotros teníamos nombres. Desde que llegamos al Edén, nos identificaban con números. Yo era Zero, ya que fui el primero en entrar, aunque yo siempre le decía a Seven que, en todo caso, debería haberme llamado One. Apenas recordábamos cosas de nuestras vidas antes del Edén. Aún así, nos sentíamos afortunados a la vez que desdichados de poder hacerlo, ya que la gran mayoría del resto de niños sólo tenían los recuerdos que habían creado desde que entraron por aquellas murallas, como si toda su vida siempre hubiera estado allí y, fuera de ellas, no existiera nada más.

El lugar era realmente bonito. Las murallas estaban hechas con enormes rocas de color negro que rodeaban toda la ciudad. Todos los edificios eran blancos con unas letras o símbolos de un idioma que todos desconocíamos, rodeados de unos preciosos jardines con flores y, la pulcritud, reinaba sobre todas las cosas. Sólo había una puerta de entrada y de salida hecha con once estructuras blancas que no llegaban a tocarse, pero entre ellas existía una especie de energía que impedía el paso a los humanos, haciendo esto mucho más complicado, tanto el poder entrar como el poder escapar. Cosa que ya de por sí era difícil, pues delante de la puerta había un profundo lago oscuro, el cual siempre estaba custodiado por varios S.O.M.

Este nombre se los dio Seven el primer día que nos conocimos. Siempre explicaba que sonaba más tétrico que llamarles simplemente "seres de otro mundo", que les pegaba más.

Seven siempre era alegre y positivo. Yo sabía perfectamente que también sufría con todo aquello, al igual que yo, pero nunca lo mostraba de cara a los demás, ni si quiera a mí, pero el llanto que emitía por las noches era lo que me lo confirmaba, y sólo era calmado si yo le abrazaba y le susurraba cosas bonitas al oído. Por mucho que nos intentasen destruir, Seven y yo éramos una familia y siempre nos protegeríamos. Él me tenía a mí, y yo le tenía a él. Y eso, en aquellos tiempos, ya era más que suficiente.

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