Capítulo 10.

1.9K 298 145
                                    

Había pasado una semana desde que los chicos habían vuelto del viaje. Una semana en la que las heridas de Kanen y Minen sanaron favorablemente y el estado de Rinen cada día iba a mejor. Sanen no le quitaba ojo de encima, pues no quería que nada le pasara por culpa del más mínimo despiste. Lo malo de todo aquello, obviando lo evidente, era que uno de los miembros más fuertes de nuestro equipo estaba perdiendo fuerza física, lo que significaba que, una vez estuviera del todo recuperado, tendría que entrenar mucho para recuperar su estado normal. Motivo por el cual nuestro plan se atrasaría algún tiempo más, pero que nos serviría para prepararnos aún mejor de lo que ya estábamos.

Desde que Sanen nos había dicho que pronto nuestra venganza daría comienzo, no dejaba de pensar en ello, mis ganas se multiplicaron aún más. No podía esperar por acabar con los malditos S.O.M y dar justicia a la muerte de Seven. Siempre había pensado que, en cuanto eso ocurriera, yo podría descansar en paz. Era consciente de que no sólo existían los S.O.M en nuestra ciudad, pues los mellizos, Lilka y Zarek, así nos lo habían confirmado, pero lo que sí sabía era que los más importantes se concentraban cerca de nosotros, pues allí se encontraba su capital, es decir, el Edén.

No dejaba de entrenar día y noche. Sanen tenía que venir casi todos los días para que parase de hacerlo, ya que decía que no necesitaban que otro de nosotros sufriera una lesión o algo parecido. Sabía que tenía más que razón, pero no podía evitarlo, era mi única manera de distraer mi mente y no volverme loco pensando en cuántos cuellos iba a conseguir cortarles a aquellos alienígenas que nos arrebataron a nuestras familias, nuestras vidas, nuestro mundo. Además, si moría en el intento, egoístamente tampoco era que me importase mucho, pues eso significaba que podría reunirme en el cielo con la persona que más ansiaba estar.

—Ya falta menos, Seven —murmuré mientras corría a un ritmo seguido en la cinta ergométrica.

—Como no, Zen está aquí —dijo Nen en tono burlón por detrás de mí, adentrándose en la sala de entrenamiento.

—Te estábamos buscando —habló su hermano una vez se acercaron más a donde yo estaba, haciéndome rodar los ojos.

—¿Qué queréis? —pregunté tras soltar un suspiro y le daba al botón de pausa de la máquina para reducir gradualmente la velocidad de la cinta hasta que, finalmente, parase.

—Entrenar contigo —contestó con una sonrisa que mostraba su dentadura a la vez que se cruzaba de brazos sobre la barra del lateral de la máquina que servía para apoyar las manos.

—¿Por qué? —fruncí el ceño y cogí mi toalla para secarme el sudor de la cara, cuello y pelo.

Los gemelos se miraron de manera traviesa y sonrieron cómplices, cosa que me daba una mala, pero que muy mala espina.

—Queremos practicar contigo lo que hiciste la última vez que peleamos juntos —aclaró Men comenzando a desenredar la cuerda.

—Sí, estuvo muy guay —carcajeó Nen dándome una palmada en la espalda, llenándose a la mano de sudor—. Qué asco —hizo una mueca, a lo que yo me reí.

—Está bien, pero no os aseguro nada —respondí, bajándome de la cinta—. Lo de aquella vez fue espontáneo, no sé si me volverá a salir —solté la toalla en la barra lateral y comencé a andar hasta el centro de la sala.

—Nunca lo sabremos si no lo intentamos —dijo en un tono animado mientras se acercaba, junto con su hermano, hacia mí.

Estuvimos un rato ensayando el truco que los gemelos me habían pedido. Consistía en que ellos estiraban su cuerda y yo tenía que coger carrerilla para después apoyarme en ella con un pie y saltar hasta una de las barras en las que nos colgábamos, las cuales estaban a varios metros del suelo. Tras más de veinte intentos en los que no lo conseguí y me caí todas las veces, lo intenté de nuevo, pero nada.

EDÉNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora