Capítulo 3.

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Al llegar a la ciudad, la cual estaba completamente destruida, estuve muchas horas, o al menos a mí me lo pareció, caminando y escondiéndome de las patrullas de S.O.M que habían enviado tras mi huida. El dolor del hombro cada vez se acentuaba más, y eso me dificultaba el seguir mi camino con agilidad. Busqué un buen escondite donde poder pasar la noche y descansar sin tener que preocuparme porque me encontraran, pero eso parecía que iba a ser bastante complicado. Aún así, no me iba a rendir.

Si toda la parte superior izquierda de mi cuerpo dolía, el sufrimiento de mi corazón lo duplicaba. No sólo porque apenas podía respirar a causa de todo lo que había corrido y de la ansiedad que tenía, sino por la sensación que oprimía mi pecho al cada vez ser más consciente de que Seven había muerto. Bueno, lo habían matado. Estaba tan dolido que ni las lágrimas me salían, tal vez también porque mi mente estaba asimilando que estaba solo y que lo más probable era que nadie iba a poder ayudarme.

Estaba caminando entre los escombros de un edificio destruido cuando, de repente, escuché un ruido a unos metros de mí. Asustado, corrí lo más sigiloso que pude y me escondí dentro de un contenedor de basura que encontré en el callejón más cercano. Aunque mi respiración se entrecortaba, intenté controlarla para que no fuera escuchada por quien fuera que estuviese cerca. Tan solo me concentré en rezar para distraer mi mente y conseguir calmarme.

Entonces, la tapa del contenedor se abrió.

—Hola —susurró una voz mientras yo aún permanecía con los ojos cerrados.

Al escucharla, los abrí lentamente y alcé mi cara hacia el dueño de dicha voz, sorprendiéndome al ver de quién se trataba. Era un chico de unos cuantos años mayor que yo, incluso más de dieciséis, moreno y con los ojos azules, como yo.

—¿Quién eres? —tartamudeé aún en shock, sin saber muy bien si lo que estaba viendo era real o sólo fruto de mi imaginación y desesperación.

—Podría preguntarte lo mismo, ¿no crees? —murmuró divertido y me mostró una sonrisa pacificadora.

—Me llamo Zero —respondí aún en alerta.

—Encantado, Zero —estiró su brazo en mi dirección—. Yo soy Sanen —informó, moviendo su mano para que la cogiera.

Miré extrañado su gesto y, cuando clavé mis ojos en los suyos, agarré su muñeca, y el chico tiró de mi cuerpo para ayudarme a salir del contenedor.

—Tú eres el niño que ha escapado del Edén, ¿verdad? —preguntó una vez puse mis pies en el suelo y sacudía mi cuerpo aún casi desnudo.

—Sí —asentí extrañado—. ¿Cómo lo sabes? —alcé una de mis cejas.

—No es muy normal que los alienígenestas estén tan alborotados a estas horas —miró a nuestro alrededor para comprobar si alguno merodeaba cerca de nosotros—. Has formado un buen revuelo —me miró y soltó una silenciosa carcajada.

—¿Puedes ayudarme? —contesté, soltando un siseo de dolor después a la vez que me agarraba el hombro herido.

—¿Estás bien? —se preocupó, acercándose a mi cuerpo.

—Me he dañado el brazo al saltar de la muralla —cerré los ojos con fuerza, como si eso fuese a aliviar el dolor.

—Vamos, te llevaré a un lugar seguro —puso una mano en mi cabeza—. Debes de estar muriéndote de frío —me miró de arriba abajo y sonrió, haciendo que yo fuera consciente de que seguía en ropa interior y que girase mi cara ruborizado.

El tal Sanen me llevó entre estrechos y oscuros callejones hasta un agujero en mitad de uno de ellos, el cual estaba tapado por un montón de tablones de maderas y piedras de la tienda de alimentación que había al lado.

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