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Bakugo renegó de llevarla cargando, pero, aún así lo hizo.

Con las bolsas de la compra en cada mano y la muchacha sobre sus espaldas caminó cuesta arriba sin mucha dificultad. Admirable, pero no tan increíble, puesto que el rubio entrenaba a diario.

-—...— ninguno de los dos se atrevía a decir alguna palabra. Llegaron a la casa en completo silencio y solo cuando ella quiso bajar para entrar a su casa, el muchacho se aferró más a ella.

—Ah... llegamos, puedes bajarme.—habló con cierta inquietud.

—No podrás subir las escaleras sola— afirmó el jóven con una extraña calma en su voz.

— Si podré. No es más que solo un raspón, no es nada— al terminar de oír aquello la soltó de forma precipitada y el sonido de su cuerpo estampillándoce contra el piso llegó a oídos de Bakugo.

—Entonces tranquilamente podrías haber caminado sin ayuda hasta aquí—la joven desvió la mirada algo apenada.

—... —debía tragarse su orgullo, ya casi no sentía la pierna por el dolor. No sabía siquiera si podía mantenerse en pie— Yo, lo siento...— se disculpó —Bakugo... llévame adentro.

El rostro ceñudo del joven se hizo notar y ella sintió por un escaso momento que sus ruegos no funcionarían.

Pero, contra todo pronóstico, Bakugo la volvió a cargar y entraron dentro de la casa.

— En silencio, deja allí las bolsas y vamos a mi habitación—Bakugo dejó las bolsas, y mirando hacia todos lados para ver si encontraba a la madre de aquella pequeña estúpida.

— !Oiga! ¡Su hija de cayó y se lastimó la rodilla! — un golpe se pesipitó contra Bakugo. Él se quejó.

— ¿Que modales son esos jovencita? ¿Así tratas a quien te trae cargando?— su madre tenía carácter, eso, había que admitirlo.

— Fue por causa suya que tropecé en primer lugar— Bakugo la había dejado en el sillón clara cuando ella dijo aquello, y el joven le dirigió una mirada interrogante.

— No me quieras echar la culpa de tu torpeza. —¿torpeza? ¿Bakugo articuló una oración entera sin un solo insulto? Ridículo, impensable.

— ¡Estabas sonriendo! ¡Claro que iba a tropezar!—se apresuró a decir mientras su madre desinfectaba la herida.

—¡Yo no sonreía!

—¡Claro que lo hiciste!

—¡No recuerdo haber sonreído!

— ¡Tu no, pero yo si!

—¿Podrían ambos dejar de gritar?— una sonrisa amable pero amenazante los dejó petrificados.

— Lo siento— susurró la joven avergonzada mientras que el rubio solo desvió la mirada.

— Deberías quedarte a cenar con nosotras—dijo con entusiasmo la señora.

—¿Qué? Mamá, no...—intentó hacerla cambiar de parecer pero la mujer no aceptaría un no por respuesta.

—Entonces permítame avisar a mi madre. Regreso enseguida.—¿de dónde sacaba esa repentina educación? Ese no era el Bakugo que todo el mundo conocía.

—Es un maldito dolor de cabeza...—hizo a un lado su cabello demostrando frustración y allí logró divisar una cicatriz del lado derecho de su cabeza, que iba desde el nacimiento de su cabello unos tres sentimientos en diagonal, la misma que siempre estaba escondida detrás de su flequillo.

Bakugo desvió la mirada al ver eso, y la mujer solo sonrió al aire mientras se dirigía a la cocina entonando por lo bajo una alegre canción.

Yo seré tu número 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora