Lunes

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-¡Morris, ¡¿Qué, acaso, no escuchas lo que te digo?!
Estaba realmente distraído. Mis pensamientos seguían en el bosque, no puedo negarlo; aquello me había dejado sin habla. Comencé a pensar que, tal vez, fue una especie de alucinación; esa mañana no había desayunado y llevaba casi media hora de caminata. Aunque estaba acostumbrado a ello, aunque no sentí ninguna especie de malestar, aunque, aunque...
Lo sé, no es la mejor hipótesis que tengo pero al menos me hace pretender que no tengo incertidumbres. El cerebro humano, antes de estar en modo alerta o verde envuelto por la confusión, debe buscar una causa probable y racional.

A la tarde, fui a hacer las compras. No lo mencioné, pero es una de mis tareas asignadas, ya no hace falta pedirme nada; me entregan la lista de víveres, tomo la bicicleta y me dirijo hacia la calle principal donde se encuentran la mayoría de los negocios. En medio de esta cruzada, me enteré de la desaparición de un hombre del pueblo. Un negociante se lo estaba comentando a la señora que le compraba sus verduras, decía que era Rómulo, el mecánico cincuentón que, al parecer, no había pisado su casa desde el día anterior.

Por lo que yo sé de él, es un buen hombre, decente. Todo el pueblo habla de él, sus familiares ya han hecho la denuncia. En realidad, nadie lo toma en serio; algunos creen que tuvo una crisis neurótica, otros que se fugó con una amante, y así. Yo no lo creo. Pero todo es muy reciente aún, no pueden sacarse conclusiones apresuradas, nadie es Sherlock Holmes.

Diario de MorrisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora