Mirábamos aquellos colores cálidos del atardecer. Sentíamos en nuestra piel la brisa surcando cada parta de nosotros. Justo así, los ojos contemplaban y captaban en sus pupilas los últimos rastros de luz crepuscular; allí el ser se fundía con la naturaleza, volvía a su centro, recreándose, expandiéndose, y adviertía la armonía que podían formar, mientras que, finalmente, sucumbía ante la belleza que lo superaba, lo abrumaba, lo apartaba de sí mismo. Eso, para nosotros, significaba paz.
Víctor, Allan y yo estábamos arriba del viejo camión en el descampado de la chatarrería. Siempre nos reuníamos ahí para hacer nada. A veces, Allan llevaba los naipes y así pasábamos un rato entre risas burlonas, frases competitivas y cigarros robados. Pero ese día nadie tenía ganas. Cada uno estaba inmerso en sus pensamientos. En mí crecía una idea: nada me ata a ninguna parte, a nadie, podría simplemente desplegar mis alas. Sería solamente alguien que va de paso para todos los demás; esa era mi definición de libertad.
Rómulo, el mecánico, seguía sin aparecer. La policía no parecía muy diligente en el caso, tal vez porque era un hombre grande, un hombre que ya había vivido una vida, o tal vez porque la policía de este lugar es así, pocas cosas se toman en serio. La familia ya estaba resignada, y eso fue lo que más me sorprendió, habían pasado solo 3 días. Quizá sabían que el hombre andaba en cosas raras y se esperaban algo como eso, no digo que no parecieran tristes pero no se los veía desesperados en una búsqueda. Se lo dejaron todo a la policía... ¡Como si realmente pudieran lograr algo!
Volví a casa procurando que nadie me vea. Ya era algo tarde. Aunque no esperaba un regaño, algo que escondiera preocupación, sino un reproche vacío por no haber hecho alguna labor y algún improperio superlativo. Mi vida familiar era así: una madre ausente (porque se había ido), un padre con una vida frustrada proyectando desmotivación por todo y una madrastra que, muy lejos de ocupar el lugar de madre, se desvivía por ella misma y ya incluso había olvidado por qué permanecía en esta casa pero que no se iba. Sin embargo, yo no me quejo de la vida; puede parecer que soy un conformista, pero no, no lo soy y de eso puedo dar fe. Es fácil para mí reconocer que todo lo que soy es la suma de lo que me ha sucedido desde que nací y creo saber bien dónde estoy parado, a pesar de la adolescencia, creo que todo hasta ahora ha servido a quien soy hoy. Es lo único que necesito saber, lo demás es chatarra.
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Diario de Morris
Science FictionTodo aparentaba estar bien en el pueblo hasta que algo raro sucede cerca de la casa del protagonista. Cual detective, él intentará esclarecer los hechos por medio de la deducción. Pero como un círculo vicioso todo lo conducirá hacia su destino... En...