capítulo 41

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―Yo... yo...― Jennie tartamudeaba incapaz de explicarle a la Sra. Frey lo que había sucedido.

―He oído todo, lo del salón de clases también. Estoy muy decepcionada de ti, Jennie― suspiró. ―Lalisa, he llamado a tu padre y está en camino. Jennie, ven conmigo, tenemos que hablar― dijo en un tono bastante severo, y giró para volver a la escuela mientras Jennie la seguía.

Me quedé paralizada en medio del aparcamiento, incapaz de moverme. La lluvia empezaba a caer, pero yo no me movía. Parecía que mis pies se hubieran quedado pegados al concreto. Mi corazón se rompió en mil pedazos cuando vi a Jennie mirándome por encima de su hombro y frenando el paso, pero la señorita Frey la empujó con dureza y rompió nuestro contacto.

―Jen...― susurré, mientras veía al amor de mi vida desaparecer.

La lluvia caía más fuerte. Yo estaba empapada y congelada, pero no me importaba. Me quedé mirando fijamente la puerta de la escuela con la esperanza de que Jennie saliera y tomara mi mano, así podíamos hacer nuestras maletas y huir juntas, pero no lo hizo.

Una mano se posó en mi hombro, me dio la vuelta y me llevó a una furgoneta a la que yo estaba acostumbrada a montar en mi infancia. Me empujó hacia adentro y me tiró una toalla. Nunca quite mi mirada de la puerta de la escuela, hasta que la perdí de vista.

―Lalisa, ¿qué carajo estabas pensando?― alzó la voz, difundiendo miedo. ―¿Una puta maestra? ¿Una mujer?

No dije nada, sólo incliné la cabeza pensando en lo que le estaba pasando a Jennie en este momento. Probablemente estaba siendo regañada, despedida... arrestada.

―Tenemos que volver― supliqué.

―No vamos a volver, Lalisa― mi padre respondió, manteniendo firme sus manos en el volante.

―Por favor, tengo que verla. La están lastimando, ¡por favor!― lloré, y tiré de la manija de la puerta, dispuesta a saltar y correr de regreso a la escuela al pesar de las lesiones que recibiría. Mi padre detuvo el coche de inmediato y me agarró los brazos para poder cerrar la puerta con seguro. Una vez que lo logró, yo seguí golpeando la ventana con la esperanza de tomper los vidrios. En ese momento lo menos que me importaba era romper algo.

―¡Lalisa Manoban! Deja de hacer eso ahora mismo― yo sabía que estaba en problemas por la forma en que me llamó.

―Por favor― me desplomé en el asiento, agotada de todos mis esfuerzos. ―Por favor, no puedo perderla― murmuré, luchando contra el impulso de desmayarme.

―Lisa, lo siento...

De pronto todo se volvió negro.

(...)

Me desperté con un vacío que no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Lo había perdido todo.

Me senté como pude, sólo para ver a Rosé mirándome fijamente. Estaba inclinada, con los ojos llorosos y cubriéndose la boca con las manos. Mi visión se volvió borrosa y Rosé se levantó de inmediato y me envolvió en un fuerte abrazo.

Ella no decía nada, yo solo lloraba y me aferraba fuertemente a su camisa, clavando mis uñas en mis propias manos hasta sangrar, aunque no sintiera nada.

Rosé temblaba bajo mi propio temblor, y no tenía que ser un genio para saber que también estaba llorando. Me abracé a ella con más fuerzas hasta que me atraganté con mi llanto, sólo entonces, Rosé se apartó y me miró.

―Lisa, lo siento mucho― gimió, sacudiendo la cabeza.

No dije nada, ¿qué podía decir? ¿Está bien? Mis labios temblaban mientras miraba a Rosé a los ojos, y lo único que podía pensar era que quería estar haciendo lo mismo con Jennie.

Lujuria Oculta [Jenlisa; adaptación]  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora