capítulo 50 (final)

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Estaba recostada en su pecho, su corazón latía debajo de mi oído y sabía que en este preciso momento no podría estar más feliz.

Ambas teníamos nuestros ojos cerrados, y su brazo estaba alrededor de mi cintura mientras yo jugaba con sus dedos, tenía la necesidad de tocarla, de sentirla en todo momento. Ella era mía otra vez y yo era suya.

La oí exhalar rápido y levanté la cabeza, solo para verla sonriendo y automáticamente me hizo sonreír también. Me arrastré hasta que me acosté sobre su vientre, mientras yo la miraba medio adormilada.

Su pecho subía y bajaba, su piel era blanca y suave, sus pezones se notaban erectos debajo de la fina tela de su camiseta, ese pequeño hoyuelo en su mentón hacía que su sonrisa fuese perfecta. Era la perfección en persona. La miraba con adoración, parecía esculpida por el más famoso escultor del mundo. Para mis ojos ella era la persona más perfecta que había visto durante toda mi vida.

―Te estás pervirtiendo conmigo―Dijo, con la voz completamente ronca por el sueño.

―¿Qué vas a hacer al respecto?― Le desafíe y levanté mi cuerpo, apoyando el peso sobre mis brazos.

Ella se rió entre dientes por un segundo y tiró de mí para que pudiera descansar sobre su cuerpo. Aspiré el aire, estaba lleno de su aroma natural, su cuerpo emanaba olor a vainilla, haciendo que el mismo se colase por mis fosas nasales y pudiera disfrutar de tal olor.

―Te voy a besar con mi asqueroso aliento de la mañana― Respondió, agarrando mi mandíbula y tirando de mí a sus labios.

¿Me preocupaba su aliento? No, para nada. Hundí mi lengua dentro de su boca húmeda y caliente. Ella era mía y solo mía.

Nuestras lenguas se masajeaban entre ellas. Gemí en su boca pero me aparté antes de que las cosas se pusieran demasiadas calientes. Lo crean o no, hacer el amor durante nueve horas te agota al extremo, ni siquiera sé cómo estaba despierta, estoy segura que me desmayé en algún momento. Sin embargo, sonreí ante la idea.

Continúe admirando a mi novia en su estado de aturdimiento, y tenía un poco de envidia por lo bien que se veía después de despertarse. Como dije antes, todo en ella era perfecto... no tenía el maquillaje corrido, no tenía granitos, no tenía ni una maldita imperfección.

Bajé la mirada hacia el medallón que descansaba sobre su cuello, algo que nunca se había despegado de ella, excepto durante su tiempo en la cárcel. Me gustó que ella lo guardase todo ese tiempo, aún sabiendo que yo podría haber seguido adelante con otra persona. Ella lo guardó.

Yo también mantuve mi collar a pesar de que lo odiaba, pero la diferencia era que yo no podía sacarlo de mi cuello, y no era porque sólo Jennie podía quitarlo, porque podría haber tomado unas pinzas y cortar la cadena, pero no lo hice. En mi cabeza era el único lazo que me había dejado ella... no lo habría destruido por nada del mundo.

Me arrastré un poco más cerca para poder abrir el medallón y leer su interior.

Sonreí al recordar cada momento y cada cita que fue grabada en el metal. Esos fueron algunos de los mejores recuerdos de mi vida y nunca me olvidaría de ellos, estaban grabados en mi cabeza y no los iba a olvidar nunca.

―Adivina qué― Jennie murmuró. Solté una risita, ya que trataba de hablar aún con ganas de volver a dormir. Era tan linda.

―¿Qué?― Le pregunté con una sonrisa, mientras trazaba su mandíbula con mis dedos.

―No te he dicho que... recibí un correo electrónico anoche.

―¿Oh, sí?― Respondí, con mis labios ahora entre sus pechos. Nunca sería suficiente, su piel era tan suave e irresistible. Rocé mis dientes en algunas zonas sólo para que le fuera más difícil hablar.

Lujuria Oculta [Jenlisa; adaptación]  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora