De tal palo...

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He esperado un montón para presentarles a tres personajes que salen aquí, djdk.

Esto ocurre unos años después del segundo epílogo.

De tal palo…

—¿... quién me mandó a mí a decir que sí? Nadie me dijo que debía contestarle que sí, Harry no opinó cuando le pregunté si debía decir que sí —protestaba Draco, casi para sí mismo—. Me casé con un hombre tan inteligente que se queda callado cuando sabe que, si me responde y sale mal, le echaré la culpa. Y todavía hay gente que duda de que Harry sea listo...

Dobló en la esquina del corredor y siguió refunfuñando. Dobby lo seguía de cerca, tan nervioso como Zafiro, la elfina doméstica de sus amigos.

—La ama Pansy...—empezó la elfina. Draco la interrumpió con un bufido.

—Le dije a Pansy: "Pans, tus hijos son muy jóvenes y no necesitan de clases de control de magia". Y Pansy me respondió "pero quiero que entren al programa de integración cultural y jueguen con hijos de muggles, sangrepura y mestizos". Y yo que le decía que a quién le importaba si sus hijos sólo jugaban con Ada, ¿a Luna? ¿A Ginevra? No, a ellas no les importaría que sus hijos jugasen siempre con Ada. De hecho, estoy seguro que nadie más entiende a esa niña. En definitiva, yo no entiendo a Ada Lovegood...

Draco se detuvo ante la puerta de una de las aulas y suspiró. Con el paso de los años, se vieron en la obligación de reconstruir, ampliar y remodelar la Casa de los Gritos, conocida como "escuela de educación inicial para niños con magia". Tenían más salones, más salas cambiantes, un par de oficinas, biblioteca y un parque de juegos. Lo último lo propuso Delphini cuando decidieron convertir el lugar en una escuela, y él no pudo negarse a sus peticiones de poner columpios y un tobogán, mucho menos cuando le explicó, con su vocecita seria de entonces, que eso haría que los niños se relajasen después de practicar.

Abrió con cuidado y se asomó por la rendija entre la puerta y el marco. Harry estaba a mitad de una clase de control de magia accidental con niños de ocho y nueve años. Los tenía sentados en el suelo, formando un círculo, y hacían ejercicios de respiración.

—La magia es algo normal —les decía, en tono suave—. Si una vez, por accidente, hicieron explotar algo...bueno, ¿ustedes creen que yo nunca he hecho explotar algo? —Harry sonrió cuando los niños se rieron—. No, en serio, exploto cosas todo el tiempo. Deberían darme clases ustedes, lo controlan mejor que yo...

Draco recargó la cabeza en la puerta. Su esposo lo notó, le guiñó y le pidió que aguardase un momento, él asintió y permaneció allí. Qué estúpidamente orgulloso se sentía cuando lo veía en uno de sus salones.

Harry siempre fue maravilloso y él lo sabía. Lo supo antes que nadie. Por tanto, fue su deber demostrarle al resto del mundo lo increíble que era, y estaba feliz de haberlo cumplido. Su esposo se forjaba tal reputación que Draco recibía cartas de familias mágicas de otros países que preguntaban sobre sus programas.

—Quiero que practiquen el ejercicio de la pelota mientras yo salgo un momentito muy, muy corto, ¿de acuerdo? —pidió Harry, poniéndose de pie. Apuntó hacia una caja sobre una mesa echada hacia un lado y pegada a la pared—. Saben cómo es; la sujetan bien, se concentran, imagen que es su magia...y tírenla. Intenten no golpear a nadie, y si una pelota termina flotando en el techo otra vez, por favor, esperen que regrese para que la baje por ustedes. Es contigo, Héctor, no te subas a la mesa de nuevo, me vas a dar un ataque...

Los niños seguían riéndose cuando Harry abandonó el aula. Los observó desde la puerta por un instante, para asegurarse de que cumplían con sus instrucciones. Después puso un encantamiento en la entrada que le avisaría si sucedía algo extraño, y se fijó en Draco.

—Asumo que no pasas por aquí porque me extrañes, ¿o sí?

A Draco le hubiese gustado decirle que sí. Señaló a Zafiro.

—¿Qué hicieron ahora? —Harry adoptó su mejor expresión resignada.

—Hermione les explicaba las diferencias entre la navidad y el Yule, y cómo podían celebrar ambos si querían pasarla con sus amigos, cuando a Ada le jaló el cabello un niño. De repente, Olympia gritó, y luego Frank terminó metido en esa...cosa —Draco gesticuló al no saber cómo llamarla. ¿Barrera, quizás?—. ¿Recuerdas esas cápsulas que hacía Pansy de niña cuando se asustaba? Pues resulta que Frank sí se parece a ella, después de todo...

Harry suspiró y lo acompañó de regreso al aula del programa de integración cultural. Hermione tocaba la cápsula, en vano, con el ceño fruncido. Los niños permanecían lejos, a excepción de una.

Olympia Parkinson-Longbottom dio un paso atrás cuando Draco se acercó. Era la hija mayor de Pansy y Neville, y su ahijada. En su opinión, mil veces más problemática de lo que fue Delphini a su edad. Odiaba tanto como adoraba que tuviese los ojos de Pansy, porque le ponía esa mirada de cachorrito regañado, y le era difícil concentrarse en reprenderla.

—He utilizado todos los hechizos que conozco...—se disculpó Hermione.

—Cuesta mucho arreglarlo desde afuera —aclaró Harry, para tranquilizarla. Se aproximó a la cápsula y se agachó junto a esta, para tocarla con los nudillos—. Hola, Frankie. Ada está muy bien, Olympia está bien, ¿quieres abrirme?

Frank era la versión pequeña y masculina de Pansy, en lo que respecta al físico. Del resto, era un Longbottom. Por suerte, el matrimonio decidió que Harry sería su padrino, así que Draco lo ponía entre ambos para que lidiase con sus pucheros, momentos de timidez, sustos, y balbuceos.

—Goyle le jaló el cabello a Ada —se excusó Olympia, cuando atrapó a Draco mirándola. La hija de Ginny y Luna lo observaba por uno de sus costados, una mata de cabello rojo que sobresalía por encima de unos ojos imposiblemente grises.

—¿Y tú qué hiciste? —indagó él, con una vaga idea de lo que diría. A unos pasos de su posición, Harry abrazaba a Frank, apenas este salía de la cápsula.

—Le prendí fuego —contestó ella, muy segura de haber hecho bien— en la cabeza. Pero el fuego que no quema —agregó, en tono conocedor.

Sí, esa era su ahijada. Nadie sabía de quién había sacado dicha actitud.

Draco le palmeó la cabeza y le recordó que tendrían que separarla de su hermanito y Ada, si seguía metiéndose en problemas en cada clase. El asunto que lo concernía ya estaba resuelto frente a ellos. Harry calmó a Hermione, y besó la mejilla de Draco, al pasarle por un lado.

—Tengo que volver antes de que algún niño haga levitar a otro por diversión y descubran que no saben cómo bajarlo —comentó. Él asintió y lo vio marcharse.

Le ordenó a los elfos que esperasen fuera del salón y escuchó el final de la clase de Hermione, sólo para estar seguro de que Olympia se quedaría tranquila.

Llevar una escuela de magia, sin duda, era entretenido.

Rayo de solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora