Luz del sol

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Algunos se adelantaron a lo que pasaba aquí, aparentemente...

Luz del sol

I

Estudiaban para los TIMO's en una mesa apartada de la biblioteca. Mientras otros chicos paseaban por el patio, Orión se concentraba en un temario de Defensa contra las Artes Oscuras. Gideon y él llevaban cinco años disputándose el primer lugar del curso, y a su compañero ni siquiera parecía importarle si Orión obtenía un Extraordinario más que él o uno menos.

En ese preciso instante, Gideon se tomaba un descanso de su temario de Historia de la Magia. Se había sentado en el alféizar de la ventana, que abrió con cuidado, y Orión podía oír el rasgueo de una pluma contra el pergamino.

A pesar de que se prometió no apartar los ojos de su libro de hechizos, la curiosidad fue más fuerte. Y miró. Los trazos eran rápidos, precisos, y al finalizar, del papel brotaban diminutas mariposas sin color que lo rodeaban y salían por la ventana abierta.

Gideon a veces hacía eso; le contó que era un truco familiar, un hechizo que su madre le enseñó poco antes de dejarlos, cuando aún vivían fuera de Gran Bretaña. Cuando se lo mostró por primera vez, por insistencia suya, dibujó un monstruo que debía asustar a Teddy, y los persiguió durante largo rato por Nyx. Orión tuvo pesadillas una semana entera y decidió que su compañero tenía una imaginación más aterradora que Stephen King.

Desde entonces, no le pedía nada, y como Gideon lo utilizaba cada vez menos, le gustaba ver lo que creaba su mente cuando andaba distraído.

Las mariposas fueron reemplazadas por pequeños barcos, criaturas marinas que los seguían en un mar imaginario. Luego estas se convirtieron en perros salvajes, guiando a un cazador. Momentos más tarde, Gideon observaba con atención por la ventana, y los dibujos se transformaban en escobas con jugadores de Quidditch que chocaban entre sí y dejaban escapar las pelotas.

Que Orión se riese lo atrajo de vuelta del "mundo de los dibujos". Gideon parpadeó, lo vio de reojo y se detuvo. Enrolló el pergamino y apuntó hacia afuera con este.

—Algunos chicos están jugando Quidditch el fin de semana anterior a los TIMO's.

—Idiotas —bufó Orión, fingiendo que regresaba a su libro.

—No te haría mal un descanso, hunter.

Orión mordisqueó su pluma y dejó escapar un vago quejido.

—Descansando no voy a aprender más hechizos que tú.

—Podría enseñarte si no fueses tan orgulloso —replicó él—, no estamos en una competencia.

—Yo  estoy compitiendo.

—¿Sí? ¿Para ganar qué, exactamente?

Levantó la cabeza y abrió la boca, con alguna respuesta tonta que se le olvidó. Se notaba que Gideon tenía la cabeza apoyada en el marco de la ventana mientras hablaba, segundos atrás, y al decir lo último, se enderezó sólo a medias, de manera que la luz del sol apenas alcanzaba un lado de su rostro.

Orión se quedó callado.

Desde niños, había sabido que Gideon tenía ojos marrones. Lo que no podía creer era que jamás se hubiese percatado de que podían ponerse dorados bajo cierta iluminación. Muy, muy dorados. Era sorprendente que el ángulo y un poco de luz produjese tal efecto.

Tuvo la impresión de que su papá Harry estaba equivocado; el amor no era la luz de luna, sino del sol.

—¿Orión? —Gideon titubeó al no obtener respuesta.

Rayo de solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora