5. Acceptation

118 16 2
                                    

—Gracias por haberme traído, Michael —digo saliendo del coche.

—Ha sido un placer —admite él con las mejillas levemente sonrojadas—. ¿Quieres que te acompañe a la puerta?

—Oh no, tranquilo, estaré bien —él asiente para luego volver la vista al suelo. Frunzo el ceño.

—¿Pasa algo? —pregunto preocupada.

—No nada, es sólo que... ¿Te volveré a ver alguna vez? —él levanta la vista y me mira fijamente. Observo su mirada cristalina y recibo una punzada de culpabilidad en el corazón.

—¡Claro! ¿Cómo has creído que no volveré a verte? Tienes mi número, podemos quedar cuando quieras, siempre y cuando este libré —Mike sonríe ante mis palabras y suelta una bocanada de aire, haciendo que un baho blanco, ocasionado por el frío, salga de su boca. Estamos a finales de invierno pero aún así las temperaturas son muy bajas.

—Bien —dice Michael—. Gracias por haber estado conmigo en mi cumpleaños, Kazi —él sonríe tiernamente haciéndome sentir la necesidad de abrazarle por ser tan tierno. Sin embargo, pongo mis manos dentro de los bolsillos de mi abrigo tratando de retener mis impulsos.

—No ha sido nada —hago una pausa—. Creo que debería entrar, esta helando aquí afuera —Mike asiente frenéticamente.

—Sí, tienes razón. Adiós, Kazi, y gracias por todo —por segunda vez en el día. Siento aquella sensación de que aquel “gracias” abarca algo más.

Mike deja un casto beso en mi mejilla y luego camina hasta el asiento del vehículo. Me dedica una sonrisa torcida y enciende el motor.

—Eres todo un tesoro, Mackenzie Sullivan —dice cuando está apunto de arrancar. Me quedo estática ante sus palabras y, cuando finalmente reacciono, él ya está desapareciendo entre la oscuridad de la noche y la desolación del viento. Doy una vuelta sobre mi propio eje y camino en dirección a mi casa. Subo el ascensor y en pocos minutos ya me encuentro abriendo la puerta de mi apartamento. Mi madre está en el sofá del salón, con las luces apagadas y la tele encendida, mirando un programa de cocina.

—Hola, mamá.

—Hola, cielo —ella aparta la vista de la pantalla y me mira fijamente. Con aquella mirada cálida y amorosa que sólo una madre como ella puede tener—. ¿Qué tal ha estado todo? —pregunta.

—Ha estado bien —digo mientras me quitó mis zapatos y me acurruco junto a ella en el sofá.

Mi madre alquila una película y la miramos en silencio. Cuando la historia termina ambas somos un mar de llanto. Y sé por qué ella llora. Y ella sabe por qué yo lloro. La película iba sobre dos adolescentes. Que se conocían y se enamoraban. Hasta allí algo común, ¿no? Pero ellos no eran comunes, y no me refiero al hecho de que ambos tenían cáncer. No, me refiero a la manera en la que veían la vida.

Lo que quiero decir es que, las personas que sufren una enfermedad o las que sufren el dolor de tener a un familiar con una enfermedad, solemos ser muy pesimistas al respecto a pesar de tratar de ser lo más fuertes posibles en el exterior. Siempre mantenemos ese pensamiento de “quizás mañana no despierte” en nuestra cabeza. Y creo que esta historia se volverá una de mis favoritas. No por hablar de cáncer, pero sí porque te demuestra las vueltas que tiene la vida y que, en ocasiones, no necesitas que todo el mundo te conozca para quedar en el recuerdo de buenas personas.

Cuando la película termina. Le doy las buenas noches a mi madre y me voy a la cama, sabiendo que mañana me espera un día agotador. Y, efectivamente, así lo es. Voy a la universidad en la mañana y a la tarde cuido a mis pequeños vecinos como suelo hacerlo a diario. No he recibido señales de vida de Mike pero decido no llamarle ya que no quiero parecer desesperada.

Es durante la cena cuando mi madre me recuerda que mi hermanito está de cumpleaños mañana y que debo ir a casa de mi padre. Le pregunto si ella ira pero lo único que contesta es: «Sabes que no soy de fiestas. Pero podrías llamar a Michael» Asiento y cojo mi móvil mientras camino a mi habitación, rogando para que Mike esté libre mañana. Michael responde la llamada a los pocos segundos.

—¿Kazi? —pregunta él con notable sorpresa. Puedo oír su respiración entrecortada desde la otra línea.

—Hola, Mike. Sí, soy yo ¿Estabas ocupado? Lo siento mucho si he interrumpido —él ríe levemente. Su risa suena melódica y taladra mis tímpanos.

—Tranquila, no pasa nada. Estoy en el gimnasio —informa Michael—. ¿Pasa algo?

—No sé cómo decir esto... Me preguntaba si, ¿estás libre mañana?

—Sí, justamente mañana es mi día libre.

—Bien, pues lo que sucede es que mañana es el cumpleaños de mi hermano y me gustaría mucho que me acompañaras. Será rápido, sólo una pequeña reunión en casa de mi padre y mi madrastra. Si no quieres no pasa nada...

—¡Claro! ¿A qué hora?

—A las cinco de la tarde.

—¿Te paso recogiendo?

—Sí, por favor.

—Allí estaré.

—Vale, adiós y gracias.

—Adiós, Kazi, nos vemos mañana. —Puedo sentir su sonrisa, y eso me hace sonreír a mi también. La línea se corta así que aparto el móvil de mi oreja.

—¡Listo, mamá, Michael me acompañará! —grito desde mi habitación.

—¡Vale! —es lo único que mi madre se limita a decir.

Al día siguiente, camino rápidamente hasta la puerta al oír el timbre sonar. La abro rápidamente encontrándome a Michael recibiéndome con esa sonrisa cálida que tanto le caracteriza.

—Hola, Mackenzie —saluda él.

—No me digas Mackenzie —digo arrugando la nariz.

—¿Por qué? ¡Es un nombre muy bonito!

—Es raro.

—Es único.

—No me gusta.

—Pues a mi sí.

Decido no llevarle la contraria ya que con lo poco que he conocido a Mike es suficiente para saber que es una persona muy testaruda. Me despido de mi madre, la cual se encuentra absorta en una conversación con Mike quien al parecer le agradó mucho. Cojo a Michael del brazo y tiró de él a rastras hasta el ascensor. Una vez abajo, el camino en coche se nos hace extremadamente corto entre risas y chistes por partes de ambos. Mi padre vive en una casa de un aérea residencial. Él tiene mucho dinero ya que es uno de los mejores médicos cirujanos de todo Londres. És él quien paga mi universidad.

Mi padre y mi madre no son los típicos ex-esposos que se odian a muerte. No, en realidad ellos no se odian en lo absoluto por el mero hecho de que jamás se amaron. Mi madre y mi padre fueron mejores amigos desde la secundaria y, en una de las tantas fiestas de bachillerato, se enrollaron en una aventura de una noche de la que yo fui producto.

Sin embargo, mi padre quería demasiado a mi madre (pero era un cariño de amigos) como para dejar a el bebé que crecía en su vientre desamparado. Entonces se casaron, pero su matrimonio no funciono, así que, cuando yo cumplí 5 años, se divorciaron y él término casándose con su secretaria, la madre de mi hermano. Sin embargo, mi madre y mi padre jamás perdieron ese lazo de amistad que les unía desde jóvenes.

Una vez que me encuentro frente a la puerta de la casa de mi padre, con un Michael nervioso junto a mí, toco el timbre varias veces esperando a que alguien abra la puerta.

—¿Y si no les agrado? —pregunta Mike en un hilo de voz.

—Sí lo harás.

—¿Y si no? ¿Cómo estás tan segura? ¿Y si no les gustan mis tatuajes?

—Todo aquel que se tome el tiempo de conocerte, te querrá. Y tus tatuajes son parte de ti. Si te quieren a ti, entonces querrán tus tatuajes —él sonríe de acuerdo y suelta un suspiro al tiempo que la puerta se abre y la figura de mi padre se hace presente ante nosotros.

Winter Lights [#Wattys2015] (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora