Capítulo XlX

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Podía sentir el calor de la luz matutina colarse por mis párpados. Sabía que ya era hora de abrir los ojos,  pero algo me retenía y se negaba a dejarme abrirlos. Sin moverme ni abrir los ojos sentí un leve ruido a mi alrededor, algo o alguien caminando de un lado a otro intentando no hacer ruido, como tratando de no despertarme. Demasiado tarde.

Eran pisadas huecas y pesadas, con un sonido metálico entre éstas casi inaudible. La curiosidad me pedía que abriera los ojos, independiente a que ya sabía quién era aquel caminante silencioso.

Peeta parecía estar buscando algo casi desesperadamente, por el suelo y por cada recoveco. Me pregunté que podía estar buscando tan desesperadamente.

Adelante, abre los ojos

Obedecí a mi mente y lentamente comencé a abrir mis ojos. Todo el salón tenía una luz tenue en tonos amarillos y dorados, debía de ser el alba. Mi visión se volvió nítida y pude notar lo que Peeta hacía. Estaba de espaldas con bastantes prendas y marcos de fotos acunados en sus brazos.

Se agachó a recoger algo del suelo, otro marco de foto. Tenía el cristal totalmente trizado y con unos cuantos pedazos faltantes. Sin moverme mucho vi la foto del cuadro, el padre de Peeta. No pude verlo a lujo de detalles, pero logré distinguir que no usaba su común delantal a la cadera color crema con manchas de harina y huevo, llevaba un traje color café oscuro y parecía tener el cabello recién peinado, claramente arreglado para la foto.

Peeta lo levantó a la altura de su cara, lo miró un par de segundos, se lo llevó al pecho y lo estrujó contra él. Con el mayor cuidado del mundo depositó el cuadro por encima de los otros que ya había recogido y suspiró con un pequeño temblor es su voz.

Creo que nunca había tocado el tema de su familia con él, por no hacerlo recordar un recuerdo tan desagradable. Podía sentir mi ceño fruncido y también el pesar en el pecho. Peeta lo había perdido todo, absolutamente todo. Negocio, familia, hogar e incluso su total uso de razón y se seguía bajando de la cama cada día para sobrevivir al frío invierno que se nos venía encima y a la dura soledad a la que estaba sometido cuando yo ni siquiera podía moverme de entre las sábanas y Haymitch permanecía en su constante borrachera.

Peeta se irguió de repente y dio media vuelta, dejándome justo en su campo de vista. Yo ya había abierto totalmente mis ojos y me había enderezado un poco en el sillón. El azul de sus ojos me dejó paralizada y perdida en ellos. Estábamos ambos quietos y con las miradas entrelazadas. Mi rostro se suavizó y él abrió la boca para hablar.

-Buenos días.- Dijo con un tono algo cansado.

-Hola.

Volví mi vista al cuadro que reposaba en sus brazos y me di cuenta de que estaba ordenando. Automáticamente mi mirada se disparó hacía las paredes y la entrada. Había una fina capa de polvo sobre los marcos de los cuadros y algunos cojines estaban por el suelo.

-Disculpa por el desorden, no he tenido visitas últimamente y…

Negué con la cabeza, me levanté lentamente del sillón y me arreglé el abrigo gris que traía puesto.

-No me molesta, de hecho, yo ya debería irme.

-¿Ahora? ¿Por qué no te quedas a desayunar? Por favor, insisto.

Lo pensé un poco y no del todo segura, asentí.

-Está bien, pero luego me debo ir, tengo que ordenar mi casa también.

Me sonrió ampliamente y yo con esfuerzo le devolví la sonrisa. Para mi sorpresa no se me hizo tan difícil sonreír esta vez.

Peeta dejo todo lo que estaba cargando sobre un sillón cerca de él y caminó rápidamente hacia mí. Me volvió a sonreír y me dirigió a la cocina. Era igual a la mía, sólo que estaba claramente más limpia y ordenada.

-¿Qué quieres para desayunar? Tú sabes, mi casa es tu casa.

-Me da igual, incluso prefiero no comer nada.

-Claro que no, no dejaré que pases hambre en mi casa. Ven, siéntate.

Me mostró una silla alta de madera reluciente e hizo ademán de tocarme la espalda para darme un impulso para sentarme. Cuando estuvo a punto de descansar la palma de su mano en mis omóplatos, se arrepintió y sólo pude sentir el suave roce de sus dedos en mi espalda. Una leve descarga eléctrica recorrió desde donde sus dedos me rozaron hasta mis pantorrillas.

Me senté en silencio y subí la mirada lentamente hacia sus ojos, topándome con su serena mirada que había puesto toda su atención en mí, como hipnotizado. Pasamos unos segundos mirándonos, pero parecieron horas.

Peeta inclinó un poco la cabeza y las comisuras de sus labios estaban exigiendo poder formar una sonrisa, pero él se los impedía. Yo arqueé mis cejas levemente y eso pareció despertar a Peeta de su transe. Sacudió la cabeza, me dedicó una última pequeña sonrisa y se volteó.

Llevaba sólo cinco minutos sentada mientras Peeta sacaba ollas y preparaba todo tipo de masas. Una ansiedad de no hacer nada me carcomía por dentro, sacudía mi pie rápidamente y hacía un compás con el golpeteo de mis dedos sobre mi muslo. Aparte de que ya me sentía algo incómoda de estar en la casa de Peeta sin decir ninguna sola palabra, tenía que quedarme sentada mientras Peeta cocinaba para mí. Definitivamente lo de princesa no va conmigo.

Cansada de quedarme sentada, me paré y comencé a sacar platos y cubiertos para poner en la mesa, los llevé al comedor y me di cuenta que olvidaba el mantel. Dejé las cosas sobre la mesa y volví a la cocina para buscar el mantel. Cuando volví pude sentir la mirada de reojo de Peeta sobre mi hombro, me di vuelta para mirarlo, pero él ya había vuelto hacia el horno.

Vagué entre los cajones buscando un mantel, pero no encontraba nada. Dejé de escuchar el movimiento de ollas tras de mí y a cambio escuché a Peeta acercarse.

-¿Qué buscas?- Escuché la voz de Peeta más cerca de lo que pensaba-Un mantel, sólo que no lo encuentro.- Dije sin volverme hacia él.

-Debería haber alguno en este cajón.

Mientras Peeta alargaba su mano hacia un cajón, yo me daba vuelta quedando a escasos centímetros de Peeta. Mi mano estaba a la altura de mi pecho y la tenía presionada contra éste, tratando de no acortar más el espacio que quedaba entre nosotros. Mantuve la mirada gacha, pero con la mirada de Peeta sobre mí, me atreví a ir subiendo la mirada.

Inspeccioné cada milímetro de su torso; su camisa azul sobre sus músculos, su profunda clavícula, su pronunciado mentón y su ya familiar rostro. Le presté mayor atención a su rostro, pero no me atrevía a subir la mirada y chocar con sus ojos. Observé sus labios cuando sentí estar más cerca de él. Me armé de valor y subí la mirada a sus ojos, y me perdí.

Dejé de ser racional, cualquier mandato que mi cerebro me pidiera, no lo obedecería. Había una sola palabra en mi mente; Nosotros.

Solté la mirada de sus ojos y me volví a su boca. Los segundos que duraban horas dejaron de marcarse y el mundo paró a nuestro alrededor. Juntos, sus labios contra los míos, era algo tan nuevo y a la vez familiar. Mis manos corrieron lejos de mí hacia sus brazos y a la vez sentí una suya apoyarse en mi espalda baja, intensificando el beso.

Mi mente se debatía, algo no estaba bien conmigo, era débil y con sólo tener a Peeta al frente, perdía los estribos. No era estable, un segundo me atrevo a lo que sea y sólo me guío por mi instinto, pero al otro sólo quiero correr lejos y esconderme para no salir jamás. Algo o alguien está dejándome mal, y creo que me estoy haciendo una idea de quién es. 

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⏰ Última actualización: Dec 29, 2014 ⏰

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Cambiando Página (Katniss & Peeta) [CANCELADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora