Capítulo 3

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Hay varios tipos de profesores: el sabio, que con sus consejos y palabras te sientes bien, motivado y con muchas ganas de seguir no superando a otros, sino superandote a ti mismo. El estricto, que sólo desea lo mejor para ti aunque no lo comprendas, es el que te deja trabajos demasiados difíciles y en su clase tienes ganas de arrancarte los pelos porque ya no puedes más con tanta presión. El que enseña con su ejemplo, puedes considerarlo como el mejor profesor del mundo porque es súper amigable con sus alumnos, enseña mediante ejemplos, dinámicas, no se queda en un sólo lugar, es comprensivo y sabio.

El selectivo, a todos nos ha tocado un profesor que tiene cierta preferencia hacia algunos de sus alumnos, ya sea por su estatus social, económica o por cierto parentesco o porque tienen amistades en común, aceptemoslo, nunca nos ha gustado este profesor. El profesor con el que nunca, jamás de los jamases podrás copiar, este tipo de profesor puede incluso llegar a dar temor y respeto, mantiene a todos su alumnos vigilados y sabe quién miente y quién no, quién es el honesto y el que vive de las copias o el trabajo de sus demás compañeros. Y finalmente el profesor que todos odiaremos por el resto de nuestra vida y no hace falta describirlo, porque todos tenemos uno.

Pues bien, Severus Snape entraba en todas estas categorías. Puede ser un poco cruel y además, CRUEL es bueno.

Otro día más, el segundo día que esperaba con ansias otra carta, el tercer día de clases y el cuarto día del mes de septiembre. Y la carta #3 ya estaba en camino.

Severus tomaba su jugo de calabaza cuando una bandada de lechuzas arribó en el Gran Comedor, bajó su vaso lentamente esperando que una lechuza llegara a su mesa, desató la carta que venía enrollada y depositó monedas en un pequeño saco que traía la lechuza. Mientras tenía la carta en sus manos algunos de sus alumnos, mayoría de la Casa Gryffindor, por supuesto,lo miraba con sumo interés e incrédulos que el profesor más odiado y temido  por todos estuviese recibiendo cartas.

“¿Quién sería tan valiente o idiota para enviarle cartas?” Se preguntaba Harry Potter mientras veía a su profesor más querido guardar la carta en su túnica. Y no sólo el joven Potter tenía esta interrogante en su cabeza sino también todos los profesor y alumnos, exceptuando Albus Dumbledore, claro.

“Ni valiente ni idiota, sólo un poco trastornada... Y además qué te importa, ¡qué les importa!” Pensaba el profesor de Pociones mientras que en el fondo quería lanzarle maleficios a todos y muriéndose por estar a solas y leer la cartas que había esperado por 24 horas (aunque no lo admitiría, obvio)

Terminando de desayunar salió del comedor para ir a su despacho y leer lo que le había mandado esa chica trastornada, muggle, perdón. Por estar acostumbrado a ser puntual en todo, todavía le quedaba unos minutos más antes de comenzar con la primera clase del día. Llegando a su dormitorio fue a sentarse en uno de sus sillones y abrió la tercera carta.

***

Quedó estupefacto. Nadie le había escrito de aquella manera tan... agresiva y... dulce a la vez. Una ola de intensos sentimientos le recorrió todo  el cuerpo y toda su “ fría alma ” Experimentó tantas sensaciones que en un momento en que el cerebro se le fue por lo puños, quiso romper en mil pedazos esa pequeña, maldita, estúpida y bendita carta.

Nadie le había escrito algo así, primero amenazando con enviarle un vociferador que lo haga quedar en ridículo frente a todo Hogwarts y para después expresarle lo mucho que lo amaba, es que, realmente era increíble, esa chica enserio tenía que ser la persona más loca, ¡y claro que se desquitaría con los Ravenclaw! Porque de ellos salió esa engendra del demonio, ¿cómo una persona normal podría expresar tanta repulsión (por no decir odio) en una carta y al mismo tiempo tanto amor?

“Sólo una persona realmente enamorada” Sería más tarde la respuesta de Snape.

Logró controlarse y normalizar su respiración, pues por más que estuviera enojado no quería romper la carta o se arrepentiría mucho después de haberlo hecho. Tal vez más adelante, le sacaría una sonrisa. Uno nunca sabe la cosas que pueden pasar, por eso a veces es mejor esperar.

Aunque ya había dejado de hacerlo, Severus se dirigió hacia uno de sus estantes y abrió una pequeña botella con una poción tranquilizante y lo vertió en su garganta. Tenía que recuperar la compostura, no podía dejarse pisotear e ilusionar por la palabras de una simple chica con mente un poco enferma e ingenua.

Se observó completo en el espejo que tenía en su habitación y aunque siempre decía que no le interesaba, comenzó a meditar un poco sobre su comportamiento hacia las personas que le rodeaban, ¡y claro que no le haría caso a esa niña! Sus alumnos, esos mocosos alcornoques merecían el trato que les daba, si tan sólo ocuparan un poco más su cerebro, ella no le habría llamado la atención de ese modo.

Intentó alejar esos pensamientos de su mente ¿Y a él qué le importaba lo que ella opinara? No quería que un “Te amo” cambiara su personalidad como lo hacía muchas veces con otras personas. Él era Severus Snape, el ex mortífago, el mejor oclumantico y el profesor que todos los alumnos de Hogwarts temían, y una simple frase sin sentido no lograría cambiarlo.

No había espacio para ese sentimiento tan puro y hermoso en su frío y mortificado corazón.

Él era como era y nada ni nadie lo cambiaría, ni quisiera ella, que por sus palabras parecía ser una mujercita alocada, cursi y un poco idiota.  Todo lo contrario a él, no, no podría haber algo.
“¿Pero quién se enamora con sólo leer unas cuantas cartas? Todo esto es demasiado demente y anormal" fue el último pensamiento de Snape para después salir de su habitación y minutos después (a la mitad de la clase) restarle 70 puntos a los estudiantes de Ravenclaw.

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Capítulo dedicado a Lunera19 por su apoyo incondicional desde el inicio de esta historia. Gracias

¡¿Quién demonios me envía estas cartas?!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora