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La chica con el pequeño pedazo de tela, ahora llamada Nia, me regala una hermosa sonrisa más falsa que la luna de queso, pero quien se fija ¿cierto?

Se acerca a July y le susurra algo en el oído, algo que, por lo visto, causa un enrojecimiento en su cara y una sonrisa que se extiende a más no poder.

Está bien, no quiero saber.

—Estoy libre a las 7 p.m, cariño.

Me siento un mal tercio, con una incomodidad enorme y malestar creciente. Observo a cualquier-otra-parte mientras giro la silla. Máquinas, personas, sudor, ruido, Jayce Golden, metal contra metal, música motivadora.

Jayce Golden.

Mis ojos se abren a más no poder y me hago pequeña en la silla. Ahí está, sin su usual ropa deportiva. Un metro ochenta lleno de comprensión, fortaleza, carisma e idiotez. Guapo, indiferente cuando así lo desea, burlón.

Con una mirada embelesadora que consigue transmitir tantas cosas a la vez, contando una historia que él se esfuerza tanto en ocultar, mirando amenazadoramente a Nia cuando avanza moviendo las caderas exageradamente frente a él en dirección a la salida, con su vestido casi inexistente y sus tres metros de tacones. ¿Mirando amenazadoramente?

Antes de llegar a nuestro lado cambia su expresión y vuelve a ser el mismo Jayce de siempre. Si no lo hubiera presenciado, jamás creería que hace unos momentos estaba enojado.

Esa manera de mirar, esa obligación a callar, esa advertencia.

—Hola.

Se acerca a nosotros y siento mi corazón acelerarse, pero no por él. De seguro me va a dar un infarto o algo. Sí, eso.

Saluda a July como si se conocieran de toda la vida y me ve. Un infarto, no él.

—Vengo por ti —anuncia con una gran sonrisa.

—¿Por mí? —digo confundida.

No, estúpida. Por July de seguro.

—Si te propongo una no-cita, ¿aceptas?

Pantalón oscuro y algo ajustado que se amolda a su cuerpo. Camiseta blanca que promete esconder un abdomen bien trabajado.

—No sé si has visto, pero estoy trabajando.

Ojos que guardan secretos. Ojos infinitos en los que podría perderme fácilmente. Sonrisa encantadora. Pose seductora.

—Podría esperarte. —menciona lentamente —Toda la vida si así lo quieres.

Rechazarlo no hará ningún cambio, correr de él no servirá de nada, correr de mí.

Jayce apoya su codo en el mostrador y noto que July disfruta de la vista. ¿Cosa seria, eh?

—Anne, sabes que te estás muriendo por ir —exclama mi acompañante —Yo me quedo.

Jayce suelta una risita y yo golpeo a July ofendida, con las mejillas coloradas. Comienza a forcejear conmigo intentando levantarme de la silla, y lo logra. Me arrastra hasta rodear el mostrador y entregarme a Jayce, tal objeto inanimado, y el mencionado toma mi mano.

Un infarto, no él.

—¿Es en serio que están haciendo esto? —me quejo.

—Anne, si te propongo una no-cita, ¿aceptas?

Clava sus ojos en mí y comienza a analizarme descaradamente. Ruego internamente no ser tan predecible, pero realmente siempre he sido un libro abierto. Un libro dispuesto a ser leído, esperando a alguien que se quede a leer hasta el epílogo. No al que se rinde desde el prólogo. Aguardando.

—No.

Sí.

Una sonrisa se extiende por su rostro y como si fuera una muñeca de trapo, Jayce me jala de la mano obligándome a caminar hacia su auto, y yo lo sigo. No sin antes escuchar un hermoso grito emocionado de July:

—¡Aprende a mentir mejor a la próxima, meow!

El chico de los ojos café se da la vuelta y se acerca a mi cuerpo. Su boca abriéndose paso hacia mi oreja. Siento escalofríos.

—Es una cita si así lo deseas —susurra.

Maldito.

Al alejarse de mí y volver a su posición, sin soltar mi mano en ningún momento, una sonrisa de inocencia destaca su rostro, pero sus ojos lo contradicen mostrando su característico brillo travieso y un toque de maldad, prometiendo hacerte pasar el mejor momento de tu vida.

Me lleva a un lugar que conozco muy bien, un parque abandonado casi a las afueras de la ciudad. Realmente solo un resbaladero y columpios viejos, acompañado de algunas bancas y atracciones que en algún momento resplandecieron.

Hace algunos años prometía ser la fuente económica de la ciudad, pero no tuvo mucho éxito. Mis padres nos traían cada fin de semana, o cada que querían disculparse con nosotros por alguna pelea. Lo que pasara primero. Era mi lugar favorito.

—Encontré este lugar cuando iba llegando a la ciudad, es increíble que lo hayan dejado así —menciona apagando el motor. Bajo del auto sin darle tiempo a su intento de caballero y comienzo a caminar, mientras él me sigue.

—Está repleto de recuerdos de mi niñez. —menciono cerrando los ojos.

La imagen de una Allie de ocho años sangrando por haberse caído mientras seguía un conejo inunda mi mente, seguido de un Asher de seis manejando como títere a un Aiden de tan sólo cuatro años en sus intentos de encontrar dinero abandonado en las maquinita, lo cual nunca consiguieron. Y yo ahí, tan sólo expectando.

—Tenemos caballitos que no giran y una montaña rusa podrida, ¿qué prefieres? —menciona Jayce con una emoción exagerada y mal fingida.

—Resbaladero.

Camino –casi corro– al resbaladero y antes de subirme veo el estado en el que está, completamente lleno de tierra y casi consumido. Luego de tocarlo, la mano de Jayce descubrió que el metal se calienta por el sol. Mala idea.

Me dirijo a los columpios rogando internamente que estos sí estén completos y me siento en uno temiendo que la cadena ceda y termine en el piso, pero no ocurre. El columpio rechina pero soporta mi peso, y mi no-cita hace lo mismo.

Comienzo a impulsarme y poco a poco nos sumimos en una competencia sobre quién alcanza más alto, mientras cierro los ojos puedo sentir el aire golpear mi cara, como si estuviera volando y la sensación me encanta.

Al abrir los ojos veo a Jayce literalmente volando y me asusto, hasta que me doy cuenta que saltó por cuenta propia. Quiere quebrarse el tobillo por cuenta propia.

Ralentizo la velocidad e intento hacer lo mismo, cayendo con agilidad pero no con el mismo resultado que Jayce, lo que quiere decir que el piso me ama. Lo observo correr hasta un estanque de agua lodosa y antes de caer en cuenta de la situación, estoy empapada en agua sucia.

Lo voy a matar.

—¡Jayce Golden qué hiciste! —grito espantada.

Comienza a reír exageradamente mientras tomo un gran pedazo de lodo y se lo embarro en la cara. Ya comprendo el sentimiento.

Suelto una carcajada estruendosa mientras huyo del humano lodoso en el que se convirtió Jayce. Más agua comienza a mojarme, empezando así una guerra de agua sucia y lodo, interrumpida por las risas, quejidos y respiraciones entrecortadas. Como dos niños.

Ahí, en medio de la nada, en un parque abandonado y empapada en lodo me permito hacer lo que he estado reprimiendo desde que lo vi, me permito sentir. Junto a él.




Huolaaaaa, ¿ya vieron que subí nueva historia?

Como que ya me gustó esto de desahogarme mediante letras, es simplemente hermoso.

¡Casi 600 vistas, muero!

¡Lxs amo, pajaritos!

Let Me FreeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora