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JAYCE

Ella sube a mi regazo en un ridículo intento de llamar mi atención pero termino apartándola. Mientras hace un puchero, no tiene otra opción más que quitarse y dejarme en paz. Sé que espera que siga su juego, pero esta vez tengo algo mucho mejor esperando.

—Sinceramente, no sé qué le ves. Podrías tenerme a mí, ¿por qué ella?

—Ella no es como tú. Por eso.

Salgo de la habitación en un desesperado intento de escape. No tengo humor para estarla soportando. Subo al coche y comienzo a manejar hacia ningún lado. La chica de ojos azules inunda mi mente y es más que suficiente para olvidar lo que he pasado en los últimos momentos. La extraño.

Sin pensarlo, me dirijo al gimnasio, esperando encontrarla ahí. Antes de llegar, la veo. Está ahí, tan hermosa como siempre, resaltando entre la luz de la luna. Al fijarme más en ella, puedo notar una expresión de miedo en su rostro. Está aterrada. Comienza a apurar el paso y es cuando puedo divisar a un hombre siguiéndola. Anne cruza la calle y el hombre hace lo mismo.

Bajo del auto y comienzo a correr. Cuando nota una presencia frente a ella, se asusta más. Sus ojos conectan con los míos y siento unas inmensas ganas de protegerla para siempre. Parece una frágil muñeca de porcelana. Tomo su mano y la beso en la mejilla en un intento de remarcar que ya no está sola, y el hombre se ve obligado a alejarse.

Cuando Anne se da cuenta que la situación ha terminado comienza a llorar, estaba realmente asustada. No podía saber cuánto tiempo había estado siguiéndola aquel hombre, ni las intenciones que tenía. Al imaginarlo, la ira comenzó a apoderarse de mí. Quien sabe qué hubiera pasado si no hubiera aparecido.

Miles de escenarios cruzan mi mente, uno peor que otro.

—Ya estas bien. Estas a salvo. —menciono tranquilizándola —Mejor vayámonos de aquí antes de que corra a arrancarle la cabeza.

Se aferra a mí en una búsqueda de protección y la estrecho entre mis brazos. La abrazo en un intento de hacerle ver que todo está bien ahora, deseando guardarla en una cajita de cristal. Subo al carro con ella a mi lado.

Está temblando, y no puedo deducir si es por el frío o por el miedo. Sea lo que sea, le ofrezco mi chaqueta y ella la toma dubitativa, viéndome con aquellos ojos sin su usual brillo, sin su usual postura defensiva.

Logro verla realmente, sin esconderse tras sus muros. Aquellos que habría de esmerarse en construir para que nadie pudiera hacerle daño. Y me encanta más.

Al aparcar frente al árbol que adorna su casa, a unas calles de donde nos encontrábamos, apresuro el paso al bajar para abrir la puerta del copiloto. Las lágrimas empapan sus pálidas mejillas, marcando un camino hasta la altura de sus labios.

Camina a paso inseguro hacia su hogar y una vez en la puerta, respira hondo y seca sus lágrimas; abre la puerta y me observa, sin decir ninguna palabra, me invita a pasar.

Al cruzar aquel umbral, una verdadera calidez me embriaga. Nunca me había adentrado tanto en la casa. Transmite una verdadera sensación de hogar, algo que siempre soñé cuando era joven, cuando veía a los demás niños siendo felices acompañados, cuando necesitaba comprensión, cariño y cuidado.

Una señora que podría ser fácilmente la réplica exacta de Anne si le quitaran unos años de encima aparece en nuestro campo de visión, al notar el estado en el que la joven se encuentra, el pánico comienza a invadir su mirada. Encontrar a su querida hija temblando y sollozando junto a un chico desconocido no ha de ser la mejor escena posible.

—¡Hija, ¿qué te pasó?! —menciona con voz aguda la que debería ser su madre, dirigiendo una mirada de intriga hacia mí.

En ese momento, supe que era hora de dejarlas arreglar sus propios asuntos, su progenitora debería saber cómo tranquilizarla, mucho mejor que yo. Me retiro a paso lento luego de una insípida despedida y me dirijo a mi -casi- infierno personal.

Ella está lo suficientemente necesitada de protección, y yo soy lo suficientemente egoísta como para mantenerla a mi lado.

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⏰ Última actualización: Aug 02, 2020 ⏰

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