PRÓLOGO

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—Estamos aquí en las afueras de los dormitorios Franklin en la Ridgewood University donde hace unos minutos fue encontrado el cuerpo sin vida de un estudiante, siendo una de las tantas víctimas del asesino que ronda el campus. Los estudiantes ya no se sienten seguros transitando por las áreas verdes del campus universitario en horas de la noche, y menos con un psicópata matando estudiantes como deporte en el campus ¿Será este joven su última víctima o estamos sólo en la punta del iceberg? ¿Qué tiene para decirnos al respecto detective?

Flashes.

Fotografías.

Cintas amarillas.

—Permiso —pidió el detective Penn haciéndose espacio entre la gente—. Aquí no hay nada que ver— añadió, levantando la cinta amarilla para pasar por debajo de ella.

— ¿Ya tienen a algún sospechoso? —preguntó la reportera.

—Por los momentos no —respondió Penn.

— ¿Algunas recomendaciones para calmar a los alarmados estudiantes? —inquirió otro reportero.

—Que vuelvan a sus habitaciones, aseguren puertas y ventanas —dijo Penn—. Y no salgan hasta que amanezca.

— ¿Tienen algún perfil del asesino? —Interrogó otra reportera—. ¿Es hombre o mujer?

—Por los momentos no sabemos su nombre, estatura o sexo —admitió Penn—. Lo único que sabemos es que sigue suelto y es altamente peligroso, por lo que recomendamos no salir a altas horas de la noche hasta que consigamos al responsable de estos atroces crímenes. No tengo más nada que decir.

— ¡DETECTIVE OTRA PREGUNTA! —gritaron varios reporteros, pero Penn ya les había dado la espalda.

— ¿Ya le revisaste el torso? —preguntó el detective.

—Tiene múltiples puñaladas, repartidas entre el pecho y el abdomen —respondió el forense—. Quince para ser exactos.

Penn se agachó y agarró la cabeza del cadáver con su mano derecha, la cual estaba protegida con un guante de látex—. ¿Qué es esto?

—Tiene múltiples contusiones, tanto en la cabeza como alrededor de todo el cuerpo —explicó el forense.

Otro flash fue disparado.

—Luchó por su vida —dijo Penn—. ¿Qué hay de sus uñas?— añadió, agarrando la mano derecha del cadáver.

—Conseguí partículas de piel bajo de ellas, probablemente de la persona que lo mató.

— ¿Qué me dices de su cuerpo?

—Ambas piernas están quebradas, por lo que es fácil deducir que cayó de pie desde la azotea —explicó el forense—. Costillas rotas, hombros dislocados... Básicamente está hecho papilla.

—Pobre chico —dijo Penn—. Luchó por su vida y aun así lograron matarlo.

—Cada vez que nos llaman por culpa de este psicópata presiento que estamos más lejos de atraparlo —admitió el forense.

—Mis hombres están peinando la zona —informó Penn—. La sangre conseguida en el ascensor, las escaleras y en la azotea no parece provenir del mismo cuerpo.

— ¿Eso quiere decir que esta vez sí estamos más cerca de atraparlo?

—Así parece —dijo Penn, asintiendo en respuesta—. Y confío en Dios que así será, porque con la cantidad de sangre que perdió y con las señales mostradas hasta los momentos por el cadáver estamos buscando a una persona herida, y quizás de gravedad.

—Merece pagar todo lo que ha hecho —dijo el forense—. Una persona que hace este tipo de cosas merece pagar caro todo y cada uno de sus crímenes, no con una sentencia de muerte, sino con una cadena perpetua.

—Sería demasiado fácil si lo condenaran a muerte —concordó Penn—. Merece pasar lo que le queda de su miserable vida en prisión.

— ¡Jefe! —Exclamó uno de los policías, llamando la atención del Detective—. Ya capturamos a un sospechoso.

— ¿Concuerda con las heridas que creemos debería tener? —inquirió Penn

El policía asintió en respuesta—. Ya la ambulancia está llevando a ese psicópata a la clínica, estaba desmayado cuando lo hallamos.

— ¡Finalmente lo atrapamos! —Exclamó Penn, teñido de alivio—. Bien, escúchame lo que vas a hacer —añadió, volviéndose al forense—. Van a llevar el cadáver a la morgue para que lo terminen de analizar, yo iré a la clínica para estar pendiente del estado de salud del psicópata, por nada del mundo puede morirse— sentenció, dejando el lugar.

Los estudiantes volvían a sus dormitorios y los medios de comunicación se trasladaban a la clínica John F. Kennedy, donde llevaron a la persona responsable de mi muerte

Antes de que lo pregunten, sí.

El cadáver sin vida era yo, por lo que ahora mismo están leyendo los pensamientos de un fantasma; tenía un futuro prometedor, un buen promedio en la universidad pero alguien comenzó a fastidiarnos a mis amigos y a mí, matándonos uno a uno.

Sé que tal vez quieren saber cómo llegué a este punto de mi vida: Estar muerto.

Al igual que mueren por saber quién nos hizo esto a mis amigos y a mí, y cómo terminamos siendo asesinados de maneras tan brutales y enfermas.

Pero no se adelanten, todo a su tiempo.

Mi nombre es Connor Blake, y si quieren saber cómo terminé aquí, quédense.

Voy a contarles mi historia.

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