Brooke.
La alarma de mi celular acompañada por los rayos de sol que se colaban por la persiana me avisaron que ya eran las ocho de la mañana del jueves.
Rastreé con la mano derecha mi teléfono en la mesa de noche que estaba a la izquierda de mi cama. Una vez la tuve en mis manos desactivé la alarma: me senté en la cama y estiré mis brazos hacia arriba, haciendo tronar un par de huesos de mi espalda y liberando un fuerte bostezo.
Aún tenía muchísimo sueño, por lo que me acosté mi torso y mi rostro sobre mis piernas.
— ¡¿Brooke?! —llamó mi madre en la puerta, tocando dos veces.
— ¡Hmmmm! —hice.
Mi madre abrió la puerta de mi habitación y entró en ella, dirigiéndose a la canasta con ropa sucia.
—Tienes que despertarte, tu padre te está esperando —dijo, metiendo la ropa sucia en una cesta.
—Ya estoy despierta —dije, volviéndome a sentar.
Toda mi negra cabellera cubrió mi rostro.
—Tienes que levantarte —insistió mi mamá, caminando nuevamente a la puerta.
— ¿No podemos hacer esto otro día? —pregunté, pasando mi brazo derecho por debajo de mi cabello para llevarlo hacia atrás.
—Ya tuvimos esta conversación cariño —dijo mi madre, mirándome con desaprobación.
—Tú la tuviste con él —corregí—. Si me llevó ayer al cementerio es porque no quería que fueras al entierro de la persona que destruyó a nuestra familia.
—Cariño, tu padre y yo... —dijo mi madre, poniendo la cesta sobre la cómoda blanca que estaba a la derecha de la puerta.
—No trates de justificar lo que hizo mi papá —pedí, atando mi cabello en forma de cebolla
Mi madre suspiró y caminó hacia mi cama, sentándose junto a mí.
—No estoy tratando de justificarlo, lo que hizo no tiene nombre... —dijo mi madre.
—Sí tiene, se le llama infidelidad —corregí.
—Pero a la que le juraron lealtad en un altar hace quince años fue a mí —corrigió mi madre.
—Pero formo parte de la familia que él destruyó —justifiqué.
—Cariño, ya sabes que tu hermano no le habla —dijo mi madre—. Tengo miedo de que tu padre, ya sabes...
—No sería capaz —interrumpí—. Es un infiel, no un cobarde.
— ¿Sabes las agallas que hay que tener para hacer eso? —cuestionó mi madre. Ambas quedamos en silencio durante un par de segundos—. No puedo creer que RU haya declarado la muerte de Meghan como un suicidio.
—Supongo que un asesinato doble sería muchísima mala publicidad para una universidad —dije, agarrando mi celular para revisar la nube.
— ¿Doble asesinato? —dijo mi madre asombrada.
—Unas cuantas puñaladas equivalieron a una sobredosis de drogas —dije, recordando la charla que nos habían dado la mañana siguiente a los asesinatos.
— ¿Qué quisiste decir? —cuestionó mi madre.
—Hubo otro cadáver además del de Meghan. En la universidad dijeron que ella fue una suicida y él un drogadicto que tuvo una sobredosis —expliqué, mientras deslizaba las fotografías.