4°: OCEANS

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—¿Has cumplido nuestro deseo?

El adolescente parpadeó ante el nuevo escenario que se gestaba en sus sueños; se encontraba rodeado de varios pares de ojos que se escandían tras un velo blanco, los kanjis "llama" marcados en toda la extensión de la tela.

Sus translúcidas figuras se presentaban con los mismos aspectos, cualidades específicas, copias de una misma fuente; espíritus plasmados en un tiempo distinto, con ropas acordes a cada momento en el que vivió; construyendo así un resguardo mental en donde todos sus "antecesores" lograban conectarse con él.

Su propio juicio personal, en donde concretaba a su "yo" del presente.

—He protegido a todos de cualquier amenaza.— Expuso contrariado hacia al Rengoku quien hizo la pregunta,—En esa vida terminó mi deber como espadachín. No es necesario seguir regresando mis ojos al pasado.

—Si es así,—continuó un reflejó con ropas austeras, de un periodo más arcaico.—¿por qué aun te reúnes con el heredero de la danza del fuego?— Preguntó sin esperar respuesta. Ya todos sabían la razón.—Como dices, no puedes regresar en el tiempo. Lo hemos aprendido varias veces.

La molestia se cernió en su carácter, porque no podía esconder los secretos a su propia sangre.—Tanta espera... No lo entienden.

—¿Eres feliz? — Volvió a interrogar, esperando esta vez una confesión sincera.

—No, no...No puedo. Él es...

—Nuestra alma gemela— Atajó el Rengoku más longevo, tomando la batuta del juicio.—Tienes la oportunidad, después de tantas reencarnaciones, de encontrarte con Tanjiro Kamado, y aun siquiera consideras la desfachatez de no cumplir nuestro deseo.

—Él no es Tanjiro. No el que conocí en ese tiempo. No recuerda quién soy ni puede amarme como yo lo hago.

—Tampoco eres el Kyojuro Rengoku del pasado, ahora eres "Toujurou" Rengoku.

—...

—... No mereces tenerlo.

La sala se disolvió ante la decisión unánime del jurado.







Toujuro no pudo convivir en la misma armonía habitual de su quehacer diario. Cuando su padre llamó a su puerta, casi se desmaya sobre él; causándole un susto de muerte a su viejo. Su cabeza dolía horrores, y su temperatura se elevó hasta llegar a los 40 °C. Según el doctor, estaba enfermo de un virus común, posiblemente por estar practicando en casa hasta altas horas de la noche. Y por consejo de su madre, con varios trapos húmedos que le retiraban el sudor, y le refrescaban la cara, Rengoku se encerró en su cuarto sin ganas de recibir a alguien o algo.

Hoy era de esos días en que despertaba de malas pulgas, con los síntomas empeoraba su mal carácter. Aunque pocos denotaban su enojo, siempre era amistoso a pesar del cansancio o la cólera. No era dado a ello, quizás por su casi perpetuo optimismo.

S⃠ o⃠ u⃠ l⃠ m⃠ a⃠ t⃠ e⃠ s⃠ [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora