•04•

8K 1.2K 218
                                    

Ayer, después de la pequeña discusión por diferencias entre sus pensamientos con el patrón, dejó la mansión sin mirar atrás, sin preguntarse qué pensaría el señor Youngi cuando no lo encontrara, y sin pensar siquiera adónde iría; sin embargo, terminó caminando por ahí en busca de algo que no tuviera relación con su jefe. Pero cada rincón de la ciudad olía a él.

Terminó por cansarse de aquello y fue al único lugar que, hasta el sábado, Youngi no había sido capaz de profanar con su presencia.

Lo recibió Jungjin, un amigo de Taesung que se encargaba del lugar cuando él no estaba. Ayudó a maquillar a algunos mientras Jungjin le contaba cosas de su vida y de vidas ajenas. Al menos así logró pasar el tiempo que le quedaba antes de volver al encierro que era la casa de Youngi.

Pero el lunes golpeó sin piedad, como una cachetada inesperada. Por fortuna todo estaba en completo orden: el jardín, las habitaciones, la cocina, la sala. Nada estaba desordenado ni necesitaba de arreglo, solo él.

Le pidió a Beomgyu que limpiara el ático con Heeji. A las otras dos las mandó a limpiar la casita del fondo que antes era el estudio del señor.

Jaemin mantenía cada centímetro del lugar en perfectas condiciones; no había atisbo de polvo, tampoco telarañas y mucho menos manchas en los muebles. Tenía sus estudios en administración de empresas, pero ganaría casi lo mismo que ya ganaba como mayordomo de Min, entonces prefiere no ejercer. Aún.

De hecho, Youngi le ofreció un puesto en su empresa, pero la rechazó porque prefería servirle desde la casa. Claro que a veces hacía algunos trabajos extra para su jefe cuando éste estaba saturado de trabajo.

Jaemin era la solución para todo.

Es lunes, y eso significa limpiar el estudio principal, lugar al que, por cierto, solo él tiene acceso mientras el jefe no estuviera en casa.

Entró con cuidado, incluso sabiendo que Youngi estaba en el trabajo. Caminó hasta la silla giratoria y la palpó entre sus yemas, sintiendo el frío de la cuerina al mismo tiempo que sentía la energía ajena en ella.

Cada libro de aquel sitio, cada mueble, cada lápiz, cada cuadro y cada florero gritaba en silencio el nombre su amor. Incluso el tono de las paredes era característico del mayor.

Desde muy pequeño al niño Min le había gustado el tono mostaza, mientras que a Jaemin le fascinaba el color turquesa. No hace falta decir que terminaban en una disputa cada vez que tenían que elegir un color para los juegos o para pintar sus flores.

Sonrió por el recuerdo, recogiendo los primeros papeles extendidos sobre el escritorio. Siguió con las carpetas y colocó los libros en su estante.

Supo que el señor Min había dormido ayer ahí por la manta y la almohada que reposaban sobre el gran sofá. Suspiró.

Últimamente no anda durmiendo bien. Pensó.

Dobló la manta y la guardó junto con la almohada en un pequeño armario dispuesto en una esquina del cuarto.

Aspiró el lugar, sacudió los libros y lustró el mueble de roble. Cuando vio que nada quedaba por hacer, precedió a retirarse.

—Oh, Jaemin, gracias a Dios que te encuentro —Youngi lo sorprendió saliendo de su despacho, asustándolo. Estaba agitado.

—No aparezca así, por favor—pidió, recomponiéndose.

—Lo siento, lo siento, lo siento —Entró a su despacho y Jaemin lo siguió.

— ¿Qué le ocurre? ¿No tenía que estar en la empresa hoy?

—A la mierda la empresa —Se sentó en el sofá y aflojó su corbata. Esa simple acción hizo que Jaemin sintiera el calor correr por su cuerpo. El mayor mordió sus uñas, claramente nervioso.

Thorns © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora