Capitulo 1: Un diminuto punto azul

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Los personajes, hechos retratados y ciudades en esta historia son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos y/o ciudades es pura coincidencia.

Es una tarde de otoño de 1889, octubre 26 de 1889 para ser precisos. Eran aproximadamente las 17:33 pm, en su crepúsculo, los rayos anaranjados del sol y las nubes moradas del horizonte coloreaban felizmente las pequeñas casitas de alrededor del pueblo de San Marco de las Tazas, las amas de casa recogían la ropa de los tendederos, para después preparar a sus hijos para la hora de dormir, los hombres llegaban a sus casas con el pan para la cena, los animales que había se echaban para descansar. Todo era normal, no había nada diferente en este pequeño pueblo típico de 1889.

Nuestra historia comienza esta misma noche, en la casa de Christina.

Christina era una muchacha de una no muy alta estatura, pero estaba dentro de su promedio de acorde a su edad, era una persona muy simpática y hermosa, su cabello era color castaño, y siempre lo tenía muy bien arreglado aunque lo trajera suelto, usaba anteojos de media luna y siempre se la podía ver con un delantal amarillo claro, casi crema a la vista, su piel era color claro, y aunque no se maquillara, los niños y muchachos siempre suspiraban al verla. Ella se encontraba en casa, sola como siempre. Christina tenía la edad de 20 años, vivía sola después de que su tía adoptiva con quien vivía, murió; su madre y su padre nunca llegó a conocerlos, puesto que estos la abandonaron en la puerta de su tía. A Christina no le importaba la historia de sus padres, ella era feliz pese a la muerte de su tía, quién ya había cumplido tres años de fallecer. La chica vivía en la casa que le había heredado, tenía un puesto de naranjas en el frente de su casa. Todas las mañanas muy temprano, la chica salía a recolectarlas para lavarlas y tenerlas preparadas para los clientes, estos normalmente eran niños que compraban algunas de camino a la escuela, o señoras que le compraban para hacerles un jugo a sus maridos antes de que ellos tuvieran que ir a trabajar, no faltaba nunca que Christina le regalara una naranja a un niño a cambio de barrerle el frente, o solo porque sí. En fin, ella llevaba una vida buena, y su vecindario era muy bueno. El dinero no le faltaba, ni tampoco el pan en la mesa. San Marco de las Tazas era un pueblo humilde pero bueno, y todos en este pueblo la querían.

Retomando, Christina se encontraba en su casa, contando el dinero de la venta de este día y haciendo la lista de lo que debía surtir a la despensa.

Eran ya aproximadamente las 18:02 pm, afuera ya estaba oscuro, si te asomabas por una de las ventanas, solo alcanzas a mirar el tenue pero cálido color de otras ventanas encendidas por las lámparas de petróleo dentro de las pequeñas casitas.

La chica se hizo de cenar, un rico plato de frijoles de olla recién hecho a la leña, un pedazo de queso fresco, tortillas de harina y una taza de café. Para ella esta era la mejor cena.

Después de lavar los platos decidió leer un poco antes de irse a la cama, se acomodó a un lado de la chimenea y comenzó su lectura en su libro favorito, no había avanzado mucho en su lectura cuando se oyó un golpeteo en la puerta. La chica dejó su libro sobre la mesita, tomó su bata y se dirigió a abrir, se acercó a la puerta de cedro, un hermoso trabajo de carpintería artesanal con una sencilla cerradura de latón.

-¿Quién es?- preguntó ella con su suave tono de voz que siempre usaba
-Christina, soy yo, Pablito.- contestó una voz infantil

La muchacha se apresuró a abrir la puerta, y en efecto, un niño de ocho años... perdón, ocho años y medio; se encontraba en el umbral con su gorrita en manos, peinado y muy firme. Era un niño muy simpático, era un buen amigo de Christina, era como su hermanito de otro vientre.

- ¿Qué pasa Pablito? ¿Qué haces fuera? Es muy tarde para que andes tu solo.
-No pasa nada- contestó el niño imponente haciéndose el hombre- Tengo ocho años y medio, puedo y sé cómo cuidarme solo.

-Está bien, pero igual deberías estar en casa, que sucede, ¿hay una emergencia?
-No, no te preocupes, solamente vine a darte esto- El niño sacó una moneda de un peso
-¿Y eso?- preguntó ella mientras el niño hacía ademán de dárselo
-Es para que me apartes mi naranja de mañana, quiero que me apartes la más jugosa que encuentres cuando las recolectes, ¿harías eso por mí?
-Por supuesto que si Pablito- contestó ella al ver la sonrisa del niño y le regresó otra- Pero... con un peso te alcanza para seis naranjas.
-Mejor, así me das una cada día de la semana.
-Está bien, es más pasa, te daré unas.
-No, déjalas para mañana-respondió el niño apresurado.
-No, son un regalo, tú siempre me compras cada día, ten estas tres para tus hermanos y tu papá, y ya mañana, te doy la más jugosas que encuentre en la cosecha, ¿te parece?
-Está bien- dijo el niño convencido, y este pasó a la casa de la chica, se golpeó las zapatos para sacudirse la tierra y entró. La muchacha buscó en la canasta tres naranjas y se las dio al niño.

-Sabes Christina, siempre me ha gustado tu casa, es agradable.
-A mí también me gusta, es bonita.- amarró la bolsa y se la dio al niño- Aquí tienes, tres naranjas, mañana pasa y te doy la que me pediste.
-Gracias, mañana nos vemos- y el niño salió de la casa, pero apenas dio unos pasos cuando regresó.- Este... Christina...
-¿Si Pablito?- contestó ella mientras tenía la mirada ocupada cuando acomodaba las canastas para el siguiente día
-¿Ya viste el cielo?

Christina se acercó al umbral y miró el cielo, el negro liso y estrellado cielo de la noche se había puesto blanco y grisáceo, las nubes estaban espesas y el aire olor a lluvia ya estaba corriendo, los relámpagos fueron iluminando el cielo, y los árboles de las calles eran sacudidos tan ferozmente que parecía que serían arrancados de raíz.

-¡Corre Pablito!, apresúrate a llegar a tu casa, vete directo- Le dijo al niño mientras le daba unos empujones para que corriera.
-¡Si Christina!- gritó mientras se alejaba.- ¡Gracias, hasta mañana!- la muchacha le lanzó una despedida de mano y se entró a la casa, de momento no se le ocurrió nada más que rezar por que nada les pasara a sus naranjos, aunque no se preocupó mucho, pues estaban bien protegidos.

El aire soplaba y silbaba, los relámpagos iluminaban como faroles el exterior. No era la primera vez que pasaba una tormenta eléctrica en San Marco de las Tazas, pero si la primera que era así de intensa, el aire se puso cada vez más intenso; los rayos eran más continuos y los truenos cada vez más ruidosos.

-Mejor me meto a la cama de una vez, espero pase pronto y no se caigan las naranjas de los árboles- pensó Christina.

Pronto ya estaba en su cama con su bata de dormir, estaba a punto de meterse bajo las mantas, cuando un rayo tronó por encima de la casa. -Dios mío, que esto acabe ya... Tengo tanto miedo- y así como así todo se quedó en silencio. -Gracias dios, gracias por haberme...- No pudo terminar la frase cuando un rayo tocó tierra en el patio de Christina, el destello de luz fue muy intenso, tanto que se iluminó toda la habitación de la chica, seguido del rayo se oyó un golpe seco y un quejido, acto seguido todas las nubes, viento y tormenta, se dispersaron.


-....que fue eso...- dijo ella preocupada, así que se puso un chal sobre la bata y salió al patio con su linterna de petróleo en mano, a simple vista no se veía nada, salvo un poco de tierra fuera de su lugar, hojas tiradas y unas pocas naranjas en el suelo, solo dos naranjas para ser exactos.

-Bueno, al parecer no ha pasado gran cosa- dijo Christina, decidiéndose a entrar para dormir, cuando a lo profundo de su patio, entre algunos árboles de naranja alcanzó a distinguir un diminuto punto azul brillando.
Dudando en si era sensato se acercó poco a poco, y la luz se hacía más clara conforme se acercaba, la luz tomó un tono turquesa. Cuando ya estaba parada a unos pasos de ella, acercó la lampara para ver de qué se trataba; no era más que un simple reloj de bolsillo, con lo que parecía una pequeña bombilla azul turquesa a un costado, pese a su tamaño la luz brillaba intensamente.

- Qué bonito- dijo mientras lo admiraba, al recogerlo del suelo- Que bonito es, como habrá llegado, nadie tiene cosas como estas en este pueblo, aparte, esto es oro.

Christina lo levantó y notó que tenía la cadena sujeta a un lugar firme, se agachó entre un arbusto para ver que lo detenía; la cadena era bastante larga, casi metro y medio. Puso la lampara en el suelo y siguió la cadena. Estaba sujeta a una cintura.

-¡No puede ser!, ¡el aire arrastró a un hombre!- dijo ella asustada, y preocupada por saber si el hombre vivía -¡Dios mío!, ¡¿qué hago?!- Le dio vuelta al hombre con cuidado y notó algo muy extraño, el hombre, o bien dicho, joven, se veía diferente; tenía unos
cuadros en los ojos, al parecer eran una especie de anteojos, nada parecido a los que los hombres de 1889 acostumbraban usar, su corte de cabello era diferente, los dientes los tenía limpios, no había barba ni bigote, vestía una camisa blanca que estaba sucia por la tierra, y un pantalón azul, al parecer mezclilla, y tenía unos zapatos raros, unos zapatos de tela negra y caucho blanco, con agujetas blancas, en uno de los lados decía "converse".


- ¿Converse? ¿Conversar? - se preguntó la chica, en ese momento se dio cuenta que el joven respiraba, lo tomó de los hombros y lo arrastró a la casa, Christina tenía demasiada fuerza para ser una mujer de su estatura, después regresó por la lampara y el reloj. Dentro de la casa, tendió mantas en el suelo y recostó al joven en ellas, el reloj de bolsillo lo puso sobre la mesita donde dejó el libro.

Por su cabeza no pasaban otros pensamientos que no fuesen miedo e incertidumbre sobre qué hacer, mientras miraba al hombre recostado, de pronto este comenzó a moverse, al parecer estaba despertando. Christina corrió a la cocina por una olla para poder defenderse en caso de que intentara lastimarla, con la olla en mano y en posición de guardia se acercó poco a poco al hombre.

- ¿Hola? - dijo con voz temblorosa.
-Ehhgg- gimió el hombre.
- ¿Está usted bien?

El hombre abrió los ojos, miró el techo un momento mientras enfocaba lo que parecía una mirada perdida y desorientada, rotó la cabeza en dirección a Christina y se levantó un poco del suelo. Se sacudió la boca y se vio las manos llenas de tierra. Abrió la boca y dijo.

-¿Qué año es este?- con una voz seca pero lo suficientemente clara.
-¿Perdón?- contestó la muchacha confundida.
-¿Qué año es este?-
-1889...- contestó Christina y apretó en mango de la olla, notó como en hombre abrió la boca para decir una sola palabra.
-Funcionó.

Y de esta manera el joven hombre se desmayó de nuevo en el suelo de la casa de Christina, dejándola con un millón de dudas, asustada y confundida.

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