Capítulo tres.

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Domingo 18 de agosto, 1968.


El domingo se había llegado con rapidez. La conmemoración de misa, como era costumbre, se realizaba entre toda la comunidad. El padre de Daniela se encontraba postrado frente a las personas, expresando el sermón del día correspondiente. Todos los presentes le escuchan con atención, de vez en cuando, asintiendo a lo que el pastor decía, como señal de que estaban de acuerdo. Los niños traían consigo sus mejores atuendos. los pequeños vestían pantalones largos, llegándoles un poco más arriba de la cintura, tirantes y un pequeño moño de algún color neutro que adornaba sus cuellos. Las pequeñas, por el contrario, vestían vestidos con estampados de flores, medias y zapatos azabaches perfectamente lustrados. Daniela no se quedaba atrás, un vestido con estampado de líneas y unos zapatos con un poco de plataforma era lo que llevaba consigo, su cabello estaba peinado en una trenza perfectamente recogida hacia un lado.

La mirada de la castaña se paseó por el lugar. Analizaba cada fila, buscando encontrar a aquella rebelde chica que llevaba manteniendo en su cabeza los últimos días. Sonrió inconscientemente, recordando lo que María José había hecho por ella, defendiéndola de todos. Si Poché no hubiese llegado, no sabría que hubiera sido de ella, posiblemente hubiese quedado con golpes por todo el rostro. De nuevo había faltado a misa. Suspiró. ¿Por qué era tan difícil para Poché asistir? ¿Acaso no sentía esa necesidad de estar a su lado, hablar con ella, de simplemente.. mirarse? Pensó mentalmente que no, a Poché no le importaba en lo absoluto, de lo contrario, se hubiese presentado. Sacudió su cabeza tratando de alejar esos pensamientos, ¿Qué le pasaba por la mente? ¿Por qué tendría la necesidad de ver a una chica?

Cada palabra que su padre expresaba le pesaba a su oído, trataba arduamente de prestar atención a lo que el hombre decía pero simplemente le parecía imposible. Comenzó a rezar mentalmente, rogando que toda aquella distracción que la estuviese llevando al pecado se esfumara por completo, eso no era digno de una hija de Dios. El hombre hablaba y hablaba, alardeando con altanería lo correctos que eran en su comunidad, que sólo ellos serían merecedores de llegar a recibir un perdón de Cristo, criticando con zozobra a todo aquel que no asistía a misa. Daniela sentía algo en su interior revolverse, una ola desconocida de coraje le invadía. Aunque lo tratara de ocultar, estaba totalmente en desacuerdo con lo que su padre hablaba. Le parecía injusto, egoísta, simplemente ególatra que presumiese y criticase cosas que no le correspondían.

Después de unos minutos que para Daniela le parecieron infinitos, la celebración dio su fin. Las familias salían tomadas de la mano, listas para partir y disfrutar de un agradable domingo. Daniela se quedó en una de las esquinas de la iglesia, simplemente con la mirada perdida mientras leía un versículo de su pequeña biblia. Su padre se encontraba charlando con distintas personas, así que no tenían nada más que hacer que esperar y esperar. Cuando más sumergida estaba en sus pensamientos, sintió la presencia de alguien postrada ante ella. Alzo la vista y lo comprobó, una esbelta figura apareció.

—Hola. —Murmuró María José, con una pequeña sonrisa coqueta en sus labios. Hablaba con voz baja, y Daniela podría jurar que sentía su piel erizarse ante el tono de voz de la chica.

—H-hola.. ¿Qué haces aquí? La misa ya ha terminado. —Espetó, con voz suave, con el ceño fruncido y una expresión de confusión en su rostro.

—Es sólo que.. decidí venir a última hora.

Daniela sonrió, olvidando la molestia que hace apenas unos minutos invadía su ser. Se hizo a un lado brindándole un espacio a Poché para que tomase asiento, ésta aceptó con expresión nerviosa. Poché cruzó las piernas y colocó sus manos en su regazo. Suspiró, mientras mantenía su vista clavada en el suelo. Daniela la examinó con la mirada, su expresión lucía decaída. Unas ojeras enmarcaban su rostro y en sus orbes se notaba una pizca de tristeza, su cabello estaba sostenido en una coleta, pero de ella cabellos rebeldes escapaban por doquier. Sus mejillas habían perdido el carmín que solían tener y su piel estaba pálida. Bajó su vista hacia sus brazos, y un nudo en la garganta se formó de inmediato. Su corazón comenzó a bombear con fuerza sobre su pecho, con una notoria preocupación de por medio.

—Dios santo, ¿Qué t-te ha pasado, Poché? ¿Qué tienes ahí? —Trató de preguntar, mientras tartamudeos salían sin poder controlarlo de su boca. Su brazo se encontraba lleno de manchas violáceas, los grandes moretones estaban esparcidos por la bronceada piel de María José. La nombrada abrió los ojos como platos, asustada y bajó con rapidez la camiseta tapando todo tipo de marcas. Daniela le miraba con expresión angustiada, exigiendo con desespero una explicación.

—Me he golpeado con la puerta, Daniela. No es nada. —Respondió, con un hilo de voz. Internamente rogaba que la castaña creyera su palabra y dejase de bombardearle con preguntas que aunque se moría por responder, no podía ser así. Daniela le miró con notoria preocupación en su rostro. Por supuesto que no creía nada de lo que Poché decía y la desesperación comenzaba a aumentar. Quería saber realmente lo que le había sucedido a aquella chica. Esa no era Poché, la Poché que ella conocía era rebelde, juguetona, risueña y jamás guardaba silencio. Definitivamente la Poché que estaba frente a ella no estaba bien, lucía tímida, con miedo, como si algo malo atravesase su mente y le quitara toda su paz mental.

Daniela apretó sus puños con fuerza. La tranquilidad e inocencia que le caracterizaba se había esfumado por completo. Sentía una oleada de coraje invadir su ser de tan sólo pensar en lo que realmente le había ocurrido a Poché. ¿Y si alguien la había lastimado? No, no podría permitirlo. Frunció su ceño con fuerza, con notable molestia. Se comenzaba a sentir abochornada, insuficiente, incapaz de poder hacer algo bueno en la vida de Poché. ¿Cómo había sido tan ingenua como para no notarlo?

—Sabes que no es verdad, Poché. ¿Qué te ha pasado? —Volvió a preguntar, ésta vez con un tono de voz más suave que el anterior. Poché bajo la vista y comenzó a respirar más agitadamente.

—Y-yo lo siento, Dani. —Una lágrima bajó por su rostro. Inmediatamente la limpió mientras sentía su vista nublarse por las lágrimas. Corrió a paso apresurado a la salida, huyendo de la castaña.

Cuando Daniela estaba por alcanzarla, vio el pequeño papel con una nota que le había dejado.

Te veo a las ocho en el lago. Lo siento, Dani, mamá no me quiere cerca tuyo.

Y Daniela mentiría si dijese que aquella nota no le rompió un poco su corazón.




~

¡Volví! Ojalá les haya gustado mucho, creo que de aquí en adelante comienza el drama. Por favor, si les gustó aunque sea un poco, háganmelo saber con un voto y un comentario, me animan demasiado a seguir y ver que por lo menos a alguien le gustan mis escritos :,)

Infinitas gracias por leer.

Love, Mar.

Eres Mi Religión. [Caché]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora