Capítulo ocho.

210 40 27
                                    



Domingo 20 de Octubre, 1968.


—¿Alguna vez has pensado en formar una familia? —Preguntó Daniela, con el timbre de voz parmonioso que le caracterizaba. Sus dedos se movían al compás del viento, trazando figuras imaginarias que trataba arduamente encajaran con la forma de la nube ante sus ojos. Poché dejó por un momento de acariciar los castaños cabellos de la chica y centró su atención en sus palabras. Realmente nunca había cruzado por su cabeza aquella idea. Visualizó a unos centímetros una mariposa que rondaba por la hierba, tratando con fervor de abrir sus alas y volver a volar en las alturas; le ayudó un poco, sosteniéndola entre sus dedos y alzándola con delicadeza. Al instante el pequeño insecto abrió sus alas y desplegó su vuelo. Sonrió entonces, clavando su mirada en la ojimiel que descansaba en su regazo, quien estaba deseosa de una respuesta.

—No lo había pensando hasta ahora, a decir verdad. ¿Tu sí? —Respondió, con delicadeza. La castaña suspiró ligeramente. ¿Qué si lo había pensado? Cada noche antes de dormir soñaba con aquello, formar una familia al lado de María José, mirar a sus hijos correr por la hierba con libertad. Podrían tener un perro, tal vez un gato también, vivir en una casa alejada del mundo real, con un lago y un bello jardín de múltiples flores.. y hacer el amor cada noche. Sonaba a una vida perfecta.

—Claro que lo he hecho. ¿Sabes? Quiero tener muchos hijos. —Confesó, batiendo las pestañas lentamente. La menor quedó perpleja ante la confesión, pero al instante un rubor corrió por sus mejillas. —Me gustaría tener tres varones y una niña. ¿No es lindo?

—¿Y por qué sólo una niña? —Preguntó la otra, alzando una ceja. Daniela rió a la vez que tapaba su rostro con vergüenza.

—Porque no quiero perder tu atención, yo soy la mujer de tu vida.

Poché rió ligeramente, al igual que sentía su corazón bombear con fuerza. Definitivamente intentaba no caer ante los encantos de Daniela, no verse tan obvia y tratar de sacarla de sus pensamientos, pero no podía. No así, con esas confesiones, con la manera que la mayor le ponía en su vida, con los planes que tenían, la manera en la que era procurada, el lugar que le daba, las ilusiones.. Simplemente era imposible no enamorarse de la castaña. Daniela era por mucho lo mejor que podía tener.

—Claro que lo eres, gordi. —Respondió al fin, divertida. Habían comenzando a usar ese apodo para nombrarse y ambas estaban bien con aquello. Acercó su rostro y plantó un casto beso en la frente de la mayor. —Pero espero hereden tu buen carácter, no quiero que me llamen de la escuela todos los días sólo porque le patearon el trasero a otro niño que les desagradaba. —Daniela rió, mientras sus ojos se cerraban al hacerlo inconscientemente. Pequeñas arrugas se formaron a la altura de sus mejillas y Poché sentía se derretiría ante la belleza de su chica. —¿De qué te ríes, Dani? Lo digo enserio, seré una madre estricta.

—Un pequeño con tus ojos y mi buen carácter, no suena mal.

María José no respondió. No podía, sólo quería expresarlo de alguna manera. Tomó a la mayor del rostro mientras plantaba un beso. Los labios de la otra siempre se sentían cálidos, dulces, con una invitación invisible a que acabase con ellos, que aspirara el aroma a lavanda de su respiración, a que se ahogara entre el sabor a frambuesa que desprendían. Daniela aceptó gustosa la intrusión, tomando a su amante del rostro para profundizar el beso. Y en ese momento, si le dijesen que le quedaba el último día de su vida, elegiría aquello, una tarde soleada con una castaña en su regazo. No más.

—No quiero que ésto termine, Poché. Me aterra la idea de que te separen de mi lado. —Confesó la castaña, una vez que el beso terminó. María José continuaba acariciando su cabeza, enredando sus dedos en su cuero cabelludo y moviéndolos con delicadeza, trazando caminos imaginarios.

Eres Mi Religión. [Caché]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora