Capítulo nueve.

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Domingo, 27 de octubre, 1968.



—¿Crees que está correcto llegar a éstas horas? —Armando Calle miraba con molestia hacia su hija una vez que se adentró a la casa. Sus manos estaban colocadas a la altura de su cintura, con el ceño fruncido. —¡Respóndeme!

De inmediato sintió el miedo abarcar cada parte de sí. Y ahí estaba una vez más, llegando a su hogar.. Pero, ¿Así se sentía un hogar? ¿Era acaso correcto el apenas mantenerse unos segundos y desear con fervor abandonar aquel lugar? ¿Serían acaso las personas que le acompañaban, la forma en que era tratada, o las ideas que le trataban de inculcar desdichadamente? Daniela no lo entendía, pero lo único que pasaba por su cabeza era que deseaba reunirse con una morocha, siendo la única persona capaz de brindarle tranquilidad y paz.

—No, padre. Lo lamento, es sólo que se me hizo tarde. —La chica respondió apenas con el miedo abarcando cada palabra, mantenía su vista clavada en el suelo, cabizbaja.

—¿Con quién estabas?

—Ya te lo había dicho, padre. M-María José fue mi acompañante. —La ojimiel trataba de mantener el tono de voz firme, pero su intento era fallado por la inseguridad de ser descubierta, la sensación de dar un mal paso y que toda la verdad saliese a la luz. Inhaló ondo, debía controlarse.

—¿Te has enterado de lo que pasó en el pueblo? —Daniela alzó la vista, conectando su mirada con la de su padre, el terror expandiéndose por su cuerpo. Sin embargo, luchaba por mantener una postura firme. —Me imagino que sí. Es una pena, Daniela, pero el chico se lo buscó. —La nombrada sintió una punzada en su pecho; ¿Iban enserio las palabras de su padre? —La gente en el pueblo no tiene piedad, y les apoyo, aquella impunidad no debía ser pasada por alto. —El hombre mantenía su tono de voz fuerte, demandante. —Esa bola de homosexuales  debería ser erradicada de la tierra, son una vergüenza para nuestra comunidad. —La ojimiel clavó la mirada en el suelo, su pecho comenzaba a contraerse ante las palabras tan insensibles de su procreador. —Merecen la muerte, no más.

—C-creo que es una exageración, padre. Son seremos humanos y s-sólo están amando, no creo q-que el amor sea algo malo.. —Susurró apenas, el terror invadiendo cada palabra y logrando que tartamudeos se escaparan sin poder controlarlos. El rostro de su padre comenzó a tornarse totalmente rojo, fue en ese momento que Daniela supo que, de nuevo, había hablado de más y no había medido sus palabras.

—¿¡Te das cuenta de tus palabras, niña sin vergüenza?! —La chica tembló en su lugar, presa de un pánico enloquecedor. Había hecho enfadar verdaderamente a su padre y eso no era nada bueno. —¡No puedes estar defendiendo a esas vil y repudiosas personas! ¡Tú no, Daniela! —El hombre continuaba alardeando, acercándose cada vez más a la menor. Tomó de manera agresiva los castaños cabellos de su primogénita, haciendo que lágrimas de pánico y dolor abandonaran sus faroles al instante, dejándolos sin aquel brillo especial, haciendo que éstos se volviesen fríos, apagados, sin vida.. La chica sollozaba con fuerza, tratando de safarse del agarre de su padre.

—¡Déjame, papá! ¡P-por favor! —El hombre continuaba halando los cabellos, la cabeza de Daniela moviéndose de un lugar a otro; el dolor recorría cada parte de su ser. —¡T-te lo ruego, padre, no se volverá a repetir!

Los gritos de la ojimiel se escuchaban hasta la planta alta, y una vez que fueron lo suficientemente escandalosos para no poder pasar por desapercibidos, la madre de la chica bajó con apremura las escaleras. Temblaba de miedo ante los gritos, y su temor terminó por volverse realidad una vez que tuvo tal escena ante sus ojos.

—¡Déjala, Armando, por favor! —Rogaba, haciendo un inútil intento de calmar a su esposo que se encontraba fuera de sí, cegado, sin control de su persona. —¡Por favor, mi amor, la estás lastimando!

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⏰ Última actualización: Aug 07, 2020 ⏰

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