Capítulo seis.

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Domingo 01 de Septiembre, 1968.


El tiempo pasaba con lentitud para María José. El día a día se sentía como un infierno mismo para la chica. Cada momento en su hogar era un recordatorio del precio que debía ser pagado. Cada marca en sus brazos, cada moretón y la hinchazón en sus pómulos le recordaban lo que pasaría si continuaba con aquello a lo que le había dado inicio recientemente, y era ésto último lo que le hacía darle tantas vueltas al asunto.

Su madre no le había dirigido la palabra desde la noche de lo ocurrido. Actuaba como si fuese una completa extraña ante sus ojos y eso comenzaba a acabar con la poca cordura que caracterizaba a la menor. Se sentía desubicada sin Daniela, fuera de lugar y aunque no lo aceptase.. vacía.

Pasaba noches enteras sin poder dormir, simplemente con la mirada perdida en el techo de su habitación, preguntándose qué había hecho mal. Reprimiéndose a sí misma, con una ira incontenible corriendo por todo su ser. ¿Por qué todo era tan complicado? ¿Es que acaso estaba mal a amar a alguien? De todas las personas que habitaban en el pueblo, de cada chico que le pretendía, de cada persona en especial.. ¿Por qué Daniela había tenido que ser la elegida?

Más aún sabiendo las consecuencias que conllevaba consigo aquello, aún después de todas las barreras, de todas las reglas, de cada obstáculo, María José no se arrepentía de absolutamente nada. Y eso le molestaba y le fascinaba a la vez. No sentía la necesidad de cambiarse a sí misma, de tratar de sacar de su cabeza a una castaña porque simplemente no era así aunque intentase negarlo. Era un sentimiento inexplicable. Tal vez y así se sentía el amor.

Por otro lado, Blanca Garzón rezaba cada noche un rosario en nombre de la recuperación de su primogénita. Ofrecía sus más grandes súplicas y ruegos ante su Dios, pidiendo que le ofreciese la sabiduría para terminar con la abominación que corría por el ser de su hija. Se disculpaba cada noche con el rey de los cielos, apenada, asqueada y con una vergüenza invadiendo su pecho. Le costaba asimilar aún lo que había sucedido días antes.

Se encontraba devastada, confundida, rogaba por encontrar una solución al problema que existía. No pediría ayuda a la iglesia, estaba consciente de aquello, su hija podría terminar muerta si lo hiciese. Aquella situación tenía graves consecuencias y sabía que las personas del pueblo no tendrían misericordia.

Lo guardaría para ella misma, sería un sucio secreto que quedaría enterrado en lo más profundo de la familia Garzón. Pero de algo estaba totalmente segura, y era que acabaría con la abominación que corría por las venas de su hija, acabaría con ese mal que le azotaba, con esa mentalidad en la cual no existiría nada más que un pase asegurado al infierno. Terminaría por sanar a su hija de aquella enfermedad llamada homosexualidad.

El domingo de nuevo hacía presencia en la semana de las familias. La mayoría de ellas, preparándose para la celebración de la cual la mayoría ya se encontraban acostumbrados. El día de misa había llegado. Para las Garzón no fue la excepción, y María José lo supo en el momento que su madre le despertó violentamente de sus sueños, sacándola con un tono firme y escrito de su cama. Le obligó a vestirse de la manera que la chica más odiaba, con un vestido largo y formal, perfectamente peinada y con zapatillas de tacón. No sin antes meterle a descuidados empujones a la ducha y obligarle a desayunar algo de té con tostadas y mermelada. Definitivamente María José aborrecía los domingos por las mañanas.

Una vez que arribaron a la iglesia tomaron asiento. María José tenía la vista clavada en el vitropiso de roble. No se atrevía a levantar la mirada. Se sentía fuera de lugar y la culpa comenzaba a carcomerle por dentro; podía sentir la mirada de su madre puesta sobre ella, atenta a cada uno de sus movimientos. No prestaba atención alguna a las palabras del pastor Armando Calle, estaba totalmente exhausta, la noche anterior no había logrado conciliar el sueño y un par de horas es lo único que había logrado dormir. El hombre en frente de ella alardeaba con aires de grandeza, presumiendo con galantería las recientes donaciones que la iglesia había hecho a una casa hogar.

Eres Mi Religión. [Caché]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora