Capítulo uno.

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Domingo 04 de agosto, 1968.


—¡Daniela, es hora de despertarse! —La voz retumbó por toda su habitación. La castaña se levantó con torpeza sentándose en el colchón, el Domingo había llegado de nuevo y un ajetreado día daba inicio. Aquel día de verano la familia Calle tenía una de las reuniones que se hacían una vez al mes. Todas las familias de la comunidad se juntaban mientras cantaban rezos, hacían oraciones y compartían distintos alimentos. A Daniela le encantaban los Domingos de reuniones, las encontraba divertidas.

Después de hacer sus oraciones al despertar, se metió a la cascada artificial dejando que el agua fría le recorriese todo su cuerpo. Enjabonó su cuerpo y lavó su cabello. Una vez que estuvo lista, se colocó uno de los vestidos que siempre utilizaba a la hora de asistir a la misa de cada domingo, un vestido floreado que le llegaba un poco arriba de los tobillos. Dejó su pelo al descubierto y se colocó unas simples sandalias. Escuchó a su madre llamarle desde la cocina, advirtiendo que el desayuno estaba listo.

—Demos gracias por los alimentos, familia. Tómense de las manos. —Mencionó el pastor Calle, mientras los miembros de la familia obedecían y cerraban sus ojos a la par, inclinando sus cabezas. Daniela se encargó de hacer la oración correspondiente y una vez listo, comenzaron a tomar el desayuno.

—Ese labial está muy provocativo, mujer. No sé porque te has puesto tanto maquillaje. Recuerda que a la casa de Dios tenemos que ir al natural. —La madre de Daniela sólo bajó la cabeza, avergonzada. Tomó inmediatamente la servilleta que se encontraba a su lado y la corrió con fuerza por su boca, haciendo que el cosmético se corriera por todo su rostro. Daniela sólo veía la escena en silencio, sin mencionar palabra alguna.

No tiene absolutamente nada de malo utilizar maquillaje, pensó para sí. Decidió sacar aquellos pensamientos de su mente, ¿Qué pensaría el Señor si supiese de lo grosera que estaba siendo? No. Su padre estaba en lo cierto, y ella no era nadie para decir contradecirlo.

~

—¡He dicho que no, mamá! ¡No me quiero poner ese ridículo vestido! —Del otro lado de la ciudad, la señora Garzón mantenía una fuerte riña con su hija. Se encontraban con retraso, pues María José, como era costumbre, se había quedado dormida. La mujer estaba totalmente furiosa, pues la chica se negaba rotundamente a ponerse aquel vestido largo y formal que su madre le había conseguido en el mercado días antes. Siempre era así, en toda situación o momento, María José tenía que llevar la contraria de absolutamente todo.

La señora Garzón se llevó una mano al puente de su nariz, suspirando. Le rogaba a Dios con fervor que le ayudase con el temperamento de su primogénita, no entendía qué pasaba por la mente de ésta ni el motivo por el cual actuaba de esa manera.

—¡Te pondrás ese vestido, María, y punto final! Tienes diez minutos para estar lista, y pobre de ti que no lo estés, o tendrá consecuencias.

Sentenció, abandonando la habitación de su hija con notable enfado. Poché sólo rodó los ojos mientras soltaba un grito de frustración. ¿Era tan difícil entender que aborrecía ir a la iglesia, que no le gustaba vestir con vestidos largos ni mucho menos le agradaba la idea de pasar una tarde haciendo rezos y cantando alabanzas? Una lágrima de coraje rodó apenas por su rostro, mientras ella se la secaba al instante, a la vez que se ponía el vestido que su madre había ordenado. Así era siempre, ella no tenía voz ni voto, era desesperante y le sacaba de quicio, sabía que era su madre y que tenía que obedecer, pero aún así eran sus gustos, su manera de vestir. ¿Tenía que verse obligada a cambiar su estilo, sólo porque así lo dictaba la iglesia?

Una hora más tarde, todas las familias se encontraban reunidas en una de las casas de los mayores. Era un patio con pasto y un pequeño jardín. Las mujeres se encontraban charlando mientras los hombres preparaban la barbacoa para los presentes. Los pequeños querubines corrían por sin ningún rumbo, con armoniosas carcajadas abandonando sus labios, los muchachos adolescentes ayudaban a sus padres con las tareas y las señoritas estaban sentadas mientras conversaban entre sí.

Pero ahí estaba Poché, en una esquina, con los brazos cruzados a la altura de su pecho. No convivía con absolutamente nadie, su ceño estaba fruncido y decir que estaba molesta era poco. No quería estar ahí, ninguna de aquellas niñas bobas que no hacían nada más que cantar alabanzas le agradaba. Le parecían estúpidos todas y cada una de las personas que estaban ahí. Su madre sólo le veía desde el extremo del patio, negando con notoria desaprobación. Sabía perfectamente que decepcionaba a su madre con sus actos, pero no podía evitarlo, aborrecía totalmente aquel lugar.

—Y de verdad no sé qué hacer, pastor Armando, pero por más que lo intento mi hija no recapacita. No hace sus oraciones diarias, no le gusta cantar alabanzas ni leer la biblia. Aconséjeme, por favor. Nuestro padre estaría totalmente decepcionado al ver el pésimo trabajo que estoy haciendo de madre. —Expresaba con desagrado y cierta tristeza en su voz la señora Garzón. El pastor sólo le escuchaba atentamente.

—Mano dura, hermana Garzón, mano dura. Si María José no ha entendido por las buenas, por las malas será entonces. Tenemos que corregirla cuanto antes, no podemos tolerar que una jovencita así esté en nuestra comunidad.

—Trataré de hacerlo, pastor. Muchas gracias.

—Ve con Dios, hermana.

Poché miraba por décima vez a sus alrededores, tratando de buscar algo en qué entretenerse. Había visto a su madre hablando con el pastor pero en esos momentos se hallaba conversando con las demás mujeres de la comunidad. Bufó. Vio cómo el pastor Armando hacía un llamado a todos para comenzar con el sermón del día. Todos se sentaron en un círculo y el pastor Calle en medio de aquellos, mientras transmitía el mensaje correspondiente de cada Domingo.

Y entonces la vió. Estaba al extremo del círculo, sentada en la hierba y sus ojos prestando atención a lo que el pastor mencionaba. Poché la contempló. ¿Cómo es que aquella chica podía ser tan atractiva? Su rostro estaba ligeramente opacado por una capa de rubor, como si acabase de correr un maratón recientemente, mechones escapaban de su coleta pareciendo una modelo como las que Poché veía en las revistas, sus largas y espesas pestañas se batían con lentitud y sus labios estaban rosados, tenía el ceño ligeramente fruncido concentrándose en lo que era explicado.

—El señor aborrece el pecado, hermanos.

¿Cómo podía Daniela ser tan perfecta?

El pecado es vil, hermanos míos, es repulsivo. La homosexualidad, el adulterio, la lujuria, la envidia, el libertinaje son los principales.

¿Por qué su rostro tenía que ser tan atractivo?

—Y Dios ya lo ha dicho, el que los cometa arderá en el inferno.

Oh, señor, líbrame del mal..

~

¡Aquí el primer capítulo! Ojalá les guste y lo disfruten. Recuerden decirme qué les está pareciendo, déjenme su voto y su comentario, para continuar más rápido. <3

Infinitas gracias por leer.

Love, Mar.

Eres Mi Religión. [Caché]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora