Capítulo dos.

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Domingo 11 de agosto, 1968.


El día de la celebración semanal había llegado. Cada miembro de la iglesia se encontraba reunido, pues ese era el día acordado para los ensayos que posteriormente terminarían al cantar alabanzas en la misa realizada unas horas después. Entre todos los partícipes del coro, Daniela estaba presente. La chica trataba de entender la razón por la cual Poché se negaba a abandonar su mente y pensamientos. Estaba ahí, cada que cantaba con alegría la línea de su canción; estaba ahí, cuando su padre le decía que dejase de estar tan distraída, en incluso estaba ahí cuando un regaño por parte de su madre se hacía presente. La castaña se encontraba desesperada y mentalmente rezaba porque todo terminase, no soportaba la idea de seguir teniendo a aquella revoltosa chica vagando por cada rincón de sus pensamientos.

María José no había llegado a los ensayos. Daniela estaba preocupada, su vista de dirigía a cada persona en las bancas. Veía a sus mayores platicar entre sí, a su padre orientar a un grupo de padres y a los jóvenes de su edad hacer bromas entre ellos. Aunque no lo aceptase, muy en el fondo, la castaña tenía una pizca de esperanza de lograr ver a Poché, entablar una conversación y poder ver de nuevo su dulce mirada. Sacudió su cabeza ante el último pensamiento, ¿Qué estaba pensando? Se disculpó mentalmente con su padre Dios, apenada de tener aquellos lujuriosos pensamientos que la llevarían directamente al pecado.

—Bien, chicos. Ha sido todo por hoy. Recuerden que más tarde tendremos que divulgar la voz del señor por toda la ciudad. Los espero aquí, sean puntuales.

Toda la comunidad tenía un día destinado a difundir la palabra del señor por los barrios más bajos de la ciudad, aquellos catalogados por los pueblerinos como los más peligrosos y con menos oportunidades económicas. Cada tarde, grupos de fieles jóvenes seguidores de Cristo regalaban folletos con los datos de su iglesia, leían un pequeño versículo de la biblia y les invitaban cordialmente a formar parte de su comunidad. No era del total agrado de Daniela realizar aquel tipo de cosas, pero sabía que era lo que Dios quería, que difundiera su palabra, y ella, como buena hija del señor, lo haría aunque no le gustase del todo.

El barrio se postró ante sus ojos una vez que le arribaron. Era un lugar sucio, con paredes desgastadas y mal olor. Los hogares de las personas eran construidos a base de madera y los muros no tenían color alguno. Distintos grupos de hombres se juntaban por las esquinas mientras sostenían entre sus manos botellas de alcohol o algún cigarrillo. La chica sintió su cuerpo temblar al caer en cuenta de dónde estaba. Inhaló ondo, tenía que ser fuerte para poder purificar su alma de pecado y obtener el perdón de Dios.

Se encaminó a un grupo de chicos que se hallaban en una de las esquinas. Tenían aproximadamente su edad. Cada uno de ellos sostenía un cigarrillo entre sus dedos mientras carcajadas abandonaban sus labios. Daniela sonrió un poco mientras acomodaba su ropa, seria buena idea hablarles de Dios y de las maravillas que podrían encontrar al ir a la iglesia, tal vez cambiaran de parecer cuando cayeran en cuenta los milagros que Cristo podría hacer.

—Hey, tú, niña. Ven acá.

Daniela abrió los ojos sorprendida. Debía ser producto de su imaginación, así qué pasó de largo y siguió caminando y cuando estaba por hacerlo, otra voz le interrumpió. Entonces cayó en cuenta que no, no estaba imaginado. Las chicas que lucían con aspecto peligroso le hablaban.

—¿Acaso eres sorda, eh? ¿Te burlas porque tienes dinero, niñita rica?

Sintió una mano empujarle. Perdió el equilibrio y cayó con fuerza contra el pavimento. En ese momento comenzaba a sentir verdadero terror correr por todo su ser, aquellas chicas no tenían  actitud amigable y la castaña lo comprendió finalmente. Lo único que pudo hacer fue bajar su mirada y encomendarse totalmente a Cristo. Una de la chicas tomó su cabello con fuerza, meneándole como tal títere. Daniela soltó un grito agudo pues comenzaba a dolerle.

—P-por favor, basta.. —Rogó, con la voz cortada. Su pecho subía y bajaba con rapidez, mientras su mirada estaba puesta en la chica que le sostenía, suplicante. La chica sólo soltó una risa burlona. En ese momento Daniela comenzó a hipar, a la vez que lágrimas de terror abandonaban sus orbes.

—Déjala, Katherine. Ella está conmigo. —Una voz interrumpió la escena. Sintió su corazón abandonar su pecho. Una ola de alegría le invadió, y entonces todo el mal había desaparecido por completo de su cuerpo. Era como si estuviese hechizada por algo y sólo la presencia de aquella persona le trajera calma. Daniela giró su mirada y entonces lo supo. Aquella chica que llevaba toda la semana indagando entre sus pensamientos estaba ahí, frente a sus ojos.

—La dejaré sólo porque eres tú, María. Que tenga más cuidado la próxima vez, no queremos a intrusos en nuestro hogar.

María José no esperó respuesta. Ayudó a Daniela a levantarse mientras le llevaba tomada de la mano. Su mano se sentía tibia, cálida. Su piel era suave y sentía espasmos recorrerle todo el cuerpo ante el mínimo toque de aquella chica. ¿Qué era esa sensación? ¿Por qué comenzaba a sentirse así? Y lo más importante que rodaba por la cabeza de la castaña, ¿Poché sentiría lo mismo?

Una vez que estuvieron alejadas del solitario callejón la mirada de Poché se clavó en la chica. Estaba preocupada y una pizca de angustia estaba impregnada en su rostro. Le analizó con la mirada, queriendo comprobar con sus mismísimos ojos que Daniela estuviese bien, que nada le hubiese sucedido.

—¿Te encuentras bien, Dani? —Preguntó, usando un tono de voz suave. Daniela comenzó a sentir su corazón acelerarse.

—S-sí, gracias de verdad.. Sólo fue un pequeño susto. ¿Sabes? Creo que eres al ángel que Dios me mandó, gracias, Poché. —Agradeció amablemente, batiendo sus pestañas en un acto que irradiaba inocencia pura. La respiración de María José se aceleró. ¿Es quedé acaso Daniela se daba cuenta de lo que provocaba? Siempre usaba aquel tono con parsimonia, lento y calmado. Sus mejillas siempre contenían aquel ligero matiz que les hacía parecer una manzana en tal punto de madurez, haciéndole lucir como una pequeña de cinco años. El aura de la chica irradiaba inocencia pura, y Poché se sintió mal por un momento por tener aquellos lujuriosos pensamientos.

—Que linda, Dani. ¿Quieres que llame a tu padre?

—N-no, él debe estar cerca.. Sólo acompáñame, por favor. Aún tengo miedo. —Confesó, con la mirada baja. Lentamente acercó su mano hacia la de Poché, con temor y nerviosismo. Los dedos de la castaña se rozaron ligeramente con los de la otra. Poché podía jurar sentir su corazón bombear con fuerza. Ambas manos se entrelazaron, formando una. Daniela comenzó a caminar a la par de Poché, ambas tomadas de las manos.

Daniela paró de repente, mientras continuaba hablando. Poché simplemente le observaba, tratando con verdadero afán de ponerle atención a lo que la chica decía, pero simplemente le parecía imposible. Su vista estaba centrada en los labios de Daniela. Veía como fruncía ligeramente el ceño al hablar, cómo sus pestañas se batían y cómo sus labios estaban rosados y dulces.. Una ola de nerviosismo le invadió. Realmente quería besar a Daniela.

Un sonido le interrumpió. Era el coche de los padres de Daniela. La castaña se acercó al rostro de Poché, en un acto de inocencia pura. María José sólo cerró sus ojos, disfrutando la suave sensación de aquellos dulces labios presionándose en su mejilla, mientras le abandonaba en aquel callejón, con una respiración agitada y el corazón a punto de estallarle en el pecho.





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¡Espero les haya gustado! :( no olviden dejarme su opinión y su voto si fue de su agrado, me hacen muy feliz. <3

Infinitas gracias por leer.

Love, Mar.

Eres Mi Religión. [Caché]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora