1O: Carrera bajo las estrellas y sutiles diferencias

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Cuando Matías regresó el mundo volvió a hacer su ruido. Su cabello castaño estaba revuelto, tenía un horrible golpe en la mejilla, sus labios sangraban y su maquillaje se encontraba terriblemente corrido. Y sus ojos, los ojos de Matías estaban llenos de algo que solo pude describir como pánico y terror.

—¡Vámonos! —nos dijo, mirando nerviosamente hacia atrás, mientras preguntas impregnaron mi mente.

—¿Qué te pasó? —Gabriel preguntó, con los ojos abiertos y voz preocupada.

—No hay tiempo, ya vámonos de aquí.

Y es lo que hicimos, dejamos todo excepto lo estrictamente necesario. Matías tomó la delantera, corriendo hacia la salida como si su vida dependiera de ello, y tal vez era así, pero de eso yo no me di cuenta hasta mucho más tarde. Nos escabullimos entre las personas que olían demasiado a hormonas y sudor; Eliana nos notó en la salida y llamó hacia Matías, pero él la ignoró. Corrimos más, y mucho más. Corrimos tanto que cuando paramos sentí el peso del mundo a mis espaldas, quería caer al suelo y tomar el aire que faltaba a mis pulmones.

—¿Qué mierda... —se entrecortó Gabriel, intentando recobrar el aliento— pasó c-contigo?

—Ignacio —respondió Matías tosiendo. Y pareció que eso bastó para que Gabriel entendiera todo. Yo me sentía cansado y algo desorientado, mis piernas dolían horrible, como si fueran un peso muerto que me hacían hundía en la tierra. El aire frío hacia doler mis pulmones y mis huesos, creo que nunca tuve una muy buena condición física. Miré a mi alrededor aún perdido en mi mente, no sabía dónde estábamos ni dónde había quedado el auto. Parpadeé, una y otra vez hasta que el dolor bajó su intensidad.

—Maldito bastardo —murmuró con notable odio Gabriel—. Debiste decirme, así le hubiera tumbado un par de dientes por imbécil.

—Ya lo hice yo por ti, —rio secamente Matías, tocando su estómago mientras hacía una mueca rara de dolor—. Lo noqueé en el baño cuando quiso darme unos putazos, pero le salió caro, créeme —cuando dijo eso me quedé mirando un rato más hacia él, sus ojos estaban perdidos en el suelo y sus rizos rebeldes estaban pegados a su cara por la carrera, su mejilla izquierda empezaba a inflamarse y adquirir una tonalidad roja. No obstante, levantó su rostro y aun con todo lo que le había pasado, pudo sonreír.

—Vamos al hospital —les dije, aun intentando recobrar el aire que se me estaba escapando—. Hay que ir y después hacer un reporte, Matías. Esto no está bien.

—No te preocupes, Valu —dijo, ya se notaba más relajado pero sus ojos y respiración eran irregulares aún—. Solo es un golpe en la cara, si piensas que está feo deberías haber visto cómo lo dejé a él.

—Gabriel, hay que llevarlo —ignoré a Matías y mejor me centré en Gabriel, me sentía aún cansado y agitado, pero estaba firme en la idea de ir al hospital—. Él no puede estar así.

—Mati tiene miedo a los hospitales —dijo, mirándome de manera seria—. Mejor iremos a la farmacia, yo le trataré las heridas y si vemos que es peor de lo que esperábamos, ahí sí iremos.

—Pero —no logré terminar lo que estaba por decir pues Gabriel me dio una mirada triste y callé, no podía hacer nada contra esos ojos que se traía consigo. Gabriel veía a su alrededor, murmurando bajo algo sobre que el auto estaba a unos veinte minutos caminando y otras cosas más que no logré escuchar del todo. Yo, como un forastero por estas tierras, no fui mucho de ayuda. Eso me entristecía y hacía sentir inútil. Pero no podía ayudar a quien no quería ser ayudado.

Ya más relajados y en mejor forma, seguí a los chicos entre una mezcla de negocios y casas por igual, la mayoría de las viviendas eran más largas que altas, se notaban que eran de un solo piso y se entendía, por supuesto. Era raro ver a la plaza de esta forma, menos comercial y más nocturna. Y había cosas en las que no me había fijado la primera vez que estuve con Doña Rosa y Gabriel, como que aún a pesar de la hora todavía quedaban pequeños puestos de fruta, flores y hasta comida callejera. En cualquier caso, era de esperarse, en la ciudad era más o menos igual. De reojo, mientras cruzábamos la calle, noté un establecimiento en el que dentro había niños jugando con maquinitas, y sentí calidez en mi pecho al recordar mi niñez junto a Tomás.

Cenizas de un hombre muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora