12: Emborracharse con sinceridades

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El lugar era diferente a lo que me esperaba. Si nunca me hubieran dicho que era un bar gay no me hubiera dado cuenta, claro, pensaría que era medio colorido, pero se asemejaba más a una cafetería moderna que a lo que yo tenía en la cabeza respecto a los bares gay. Olía acogedor, como un abrazo cálido, y lo mejor es que había poca gente. Nos acomodamos en la barra y pedimos nuestras bebidas. Yo una cerveza con alcohol y Gabriel un agua mineral.

—¿A qué estamos? —pregunté cuando por fin nos dieron nuestras bebidas, le di un sorbo a la mía e hice una mueca, de nuevo le di otro sorbo.

—Sábado —un codo lo tenía en la barra, mientras con su otra mano sostenía el popote del vaso.

—Eso no.

—Estamos en el nueve —dijo—. Nueve de agosto.

—Y la boda es el veinticinco. Tengo como dos semanas para decidir el bar —me quejé, sintiendo el estrés como un hormigueo desagradable en mi estómago—. No entiendo por qué Tomás no quiere que vayamos a la ciudad para su despedida, eso haría mi trabajo más fácil porque todos los bares se ven iguales, y hacen el mismo ruido molesto.

Gabriel rió suavemente, diciendo que no me estresara tanto y que todo estaría bien. Yo rodé los ojos, escondiendo mi sonrisa. Seguimos hablando un poco sobre los planes de la boda, y que me vengo enterando recién que María iría con sus amigas a la playa a hacer fogata y nadar hasta después de que cayera la noche. Y luego me sentí un poco bobo pues no se me había ocurrido algo parecido. Él se burló y rió aún más, intenté estar enojado con él, pero no me salió, me sacó una carcajada, y mientras hablábamos uno frente al otro, observé de reojo a un grupo de chicas del otro lado del bar-cafetería. Una de ellas apuntó animadamente hacia Gabriel, las demás nos vieron y volvieron a murmurar algo entre ellas. Decidí no prestarles tanta atención, hasta que la más alta de todas se separó del grupo y se acercó hacia nosotros, tuve que hablarle a Gabriel con mi mirada, indicándole que alguien estaba detrás de él y, cuando vio hacia la chica, sus ojos tierra se abrieron grande.

—¿Celestina?

La chica se quedó quieta, soltó una carcajada tímida mientras acomodaba un mechón de su cabello rosa, obviamente artificial, detrás de su oreja llena de piercings. Su cara estaba repleta de lunares pequeños y grandes, y sus ojos eran tan negros como una noche sin luz, pero lo más prominente de ella era su nariz estilo romano. Se saludaron de a beso, aunque Gabriel se notaba más incómodo que feliz por verla. Los ojos de ella llegaron a mí y me recorrieron de arriba hacia abajo y con una pizca de curiosidad traviesa en su actitud, me preguntó por mi nombre.

—Valentino —mi voz salió más bajo de lo que esperé, ella asintió. Su mano fue extendida a mi dirección, yo la tomé por cortesía y nada más que eso. De reojo vi la incomodidad de Gabriel maximizarse a altos puntos.

—Ya veo, lamento haber arruinado... —ahora ella habló con una pena llenando sus ojos— lo que sea que están haciendo. Pero en serio necesito hablar con Gabriel, ¿me lo prestas un momento? Prometo que no tardaré mucho.

Yo no era tonto. Distraído sí, pero tonto no. Por la manera en que ambos se veían pude hacerme una idea, supuse que era la tan aclamada ex, o algo parecido. Sonreí y dije que sí, Gabriel se notaba incómodo, pero prometió no tardar mucho, se levantó y fue con ella a otra esquina, dejándome a mí con dos bebidas casi llenas.

Ahora el murmullo de mi alrededor se hizo más fuerte que antes, sentí algo raro en el pecho, pero no era para tanto, me dije mientras le daba un sorbo a mi cerveza, aunque la vibración de mi celular hizo que bajara mis ojos, una notificación de mi madre. Tardé un momento en abrir el mensaje, obligándome ignorar el insistente sentimiento de querer hablar con ella de nuevo, después de mucho tiempo. Unos cuantos mensajes preguntándome cómo estaba, si estaba comiendo bien, qué tal estaba Andrea, y hubiera respondido, pero sabía a ciencia cierta el porqué de sus mensajes y llamadas que dejaba sin responder.

Cenizas de un hombre muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora