O7: ¿Cigarros que envenenan o sonrisas que confunden?

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Entré a la casa con una sonrisa pintada en mi rostro, dejando de lado mi abrigo en una silla del comedor y dirigiéndome hasta la cocina donde estaban María y Gabriel ayudando a su madre a acomodar la compra en su respectivo lugar. Cuando intenté ayudarles Doña Rosa negó, argumentando que soy el invitado y que me relajara. Decidí hacerle caso porque sentía que si me negaba me iba a regañar o algo, como la mamá que es ella.

—¿Y Tomás? —pregunté, me sentía por alguna razón extrañamente emocionado, pero no sabía exactamente por qué.

—Está en el jardín —noté la manera en que María pronunciaba aquellas palabras, tan seca y amarga que me dio a entender que algo había pasado mientras no estábamos. Decidí no preguntar nada e irme hasta la puerta trasera, la abrí con cuidado porque se notaba medio vieja y no quería romperla por accidente y terminar sufriendo la furia de la madre de Gabriel.

Lo primero que vi fue un camino de piedras decorativas que iban en dirección a un pequeño arbusto de rosas que se pegaba contra la reja negra que daba al otro extremo de la calle. Comencé a caminar, mirando un poco más a detalle el lugar y luego encontré a Tomás recargándose en la pared azul de la casa, observando hacia las flores que se encontraban frente a él con la mirada perdida. Tenía un cigarro suavemente cogido con su mano izquierda, prendido y a pocos centímetros de su boca. Los cigarros nunca me habían agradado, siempre que los olía me era inevitable pensar en mi madre. Sí, el olor del humo era como una mancha difícil de quitar, tan amarga y asquerosa; era esa clase de cenizas que ni siquiera el viento se lleva.

—¿Y ese cigarro? —me acerqué hasta donde estaba, acomodándome a su lado mientras veía como sus ojos miraban de reojo en dirección, pero su rostro estaba aún fijo en las flores.

—¿Qué? —preguntó brusco—. ¿No puedo fumar o cómo?

—Solo fumas cuando estás estresado —dije con cuidado, sabía muy bien que un Tomás enojado era mala señal—. ¿Todo bien con María? La noté un poco rara.

Él chasqueó su lengua, arrugando la nariz mientras acercaba el cigarro a su boca, aspirando el tabaco y soplando suavemente el residuo grisáceo. Sus labios dándole un pequeño beso al viento que se tintaba de hollín. Nunca me han gustado los cigarros, ya sea por un mal recuerdo o porque son una forma de matarse lentamente a uno mismo, posando el arma en los labios y succionando su veneno. Tomás lo sabía, pero a veces poco le importaba, y yo impotente sólo miraba.

—¿Quieres? —preguntó sacando la cajetilla de cigarros del bolsillo de su pantalón y extendiéndola más que nada por cortesía, yo le dije que no y Tomás solo se encogió de hombros como si me estuviera perdiendo de algo fascinante. Pasó un rato antes de que comenzara a hablar—. Tuvimos una pelea —dijo, regresando la cajetilla a sus pantalones, y yo lo miré triste—. Ya sabes cómo es ella, siempre queriendo opinar de cualquier cosa.

—Y tú callándola cuando lo hace.

—No, bueno, sí —gruñó frustrado—. Esta vez fue diferente.

—¿En qué fue diferente?

—Juliana me llamó por teléfono —comenzó a contar, observando su cigarro como si fuese la cosa más interesante del mundo—. Y como estaba ocupado manejando le pedí a María que respondiera, ya sabes cómo se pone cuando está celosa y no quería que ella pensase mal de mi como tantas veces lo ha hecho.

Pareció recordar algo, hizo una mueca extraña y de nuevo acercó el cigarro a sus labios. Esta vez sopló con más fuerza, como si eso ayudase a apaciguar el sentimiento de disgusto que parecía molestarlo. Una memoria, un recuerdo, un momento o hasta quizá un instante, yo no sabía qué estaba pasando por su mente, pero me hacía una idea. Suspiré con pesar, lo sentía tanto por Tomás.

Cenizas de un hombre muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora