O2: Melancolías efímeras

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La noche se comió al mundo de un solo mordisco, y las estrellas, tan tímidas como siempre, se asomaban por los cielos con su brillo mientras escuchaban a la lluvia caer. Era todo tan relajante, casi como una de esas canciones de cuna que las madres les cantan a sus hijos cuando se van a dormir.

Mi madre no era así, no que recuerde. Una mujer soltera atormentada por las memorias y el miedo, así era ella; pero no solo eso, había algo que vivía dentro suyo, algo feo y terrible que la consumía día tras día. Las primeras señales fueron suaves, casi como una caricia, luego se hicieron más y más grandes hasta que un día, ella se rompió.

—¿Listo para dormir? —Gabriel habló detrás mío y dejé de mirar hacia la ventana, llena de gotas de agua, para mirarlo a él.

—Sí, pero, ¿está bien de que duermas en el suelo? Yo podría hacerlo, no tengo problema —observé la forma en que arrugaba su nariz y negaba repetidas veces.

—Claro que no, lo he hecho millones de veces, una más no hará la diferencia.

Asentí un poco cohibido, pero no insistí más que eso. Me hundí en la cama de Gabriel mientras que él, para sorpresa de nadie, se acomodó en el suelo donde había cobijas y almohadas en un intento gracioso de cama.

—Buenas noches —habló desde donde estaba, a lo que no respondí porque estaba muy metido en mi mente como para saber qué decirle, así que cerré los ojos y callé, permitiendo que el ruido del agua estrellándose contra el techo de la casa fuera aquello que llenara el silencio entre ambos, dejándome llevar por el sentimiento vasto de melancolía que producía la lluvia nocturna.

—Valentino —escuché mi nombre después de tanto silencio, y aquello hizo que algo en mi se moviera, y sin estar del todo seguro lo más parecido que puedo pensar era que un nudo estaba apretando mi estómago, haciendo que mis mejillas se pusieran calientes—, ¿estás dormido?

Esto estaba mal, muy mal, terriblemente mal. Una ola de preguntas cruza efímeramente por mi cabeza, ¿por qué yo?, ¿acaso no estoy sufriendo lo suficiente ya?, ¿acaso yo no soy suficiente?

Seguía sintiendo cosas raras por Tomás, aunque me negase a aceptarlo. Pero había algo en Gabriel que me atraía como una fuerza magnética, y con lágrimas pequeñas y silenciosas pasando por mis mejillas he de admitir que no es la primera vez que me pasa, el que me atraiga un hombre quiero decir, porque me ha pasado tantas veces, mayormente con Tomás, pero me ha pasado. Me tengo nauseas, tanto y tanto asco que, si pudiese, habría vomitado todos mis pecados.

—Sí —susurré temeroso de ser escuchado, abrí lentamente mis ojos encontrándome con nada más que negrura—, ¿qué pasa?

—No puedo dormir —escuché como se removía en el suelo, quizá me estaba mirando y yo sin saber.

—¿Y qué quieres que haga?

—Háblame un poco de ti.

—No soy interesante —dije, ignorando la tentación de mirar hacia su lado en el suelo, aunque no pudiera ver nada seguía sintiéndome inseguro.

—Claro que lo eres —musitó, su voz sonando como si en verdad creyera sus propias palabras—. Mira, para que te sientas a gusto deja te hablo un poco de mí antes, ¿te parece?

—Pues, creo.

—Anda, vale. Soy asistente en una veterinaria de acá del pueblo, más que nada por la paga que por gusto, aunque no me quejo tanto, los animales son un plus —de sus labios salió una risa suave—. ¿Y qué me cuentas tú? ¿En qué trabajas?

—Tengo un trabajo de oficina, bastante aburrido en verdad, pero es algo.

—¿Más o menos qué haces?

Cenizas de un hombre muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora