O9: Segundas, terceras y cuartas impresiones

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La tierra bajo mis pies se sentía mojada, casi como estuviera hundida en lágrimas. Se estaba haciendo tarde, así que me acomodé la chamarra, metí mis manos en los bolsillos, cerré los ojos y respiré el frío de agosto mientras dejaba vagar mis ojos por la calle.

Esperé un rato a que Gabriel terminase su turno de la veterinaria y cuando salió por fin después de unos tortuosos minutos donde yo estaba muriendo de frío, me saludó como si no me hubiera hecho esperar más tiempo de lo que había prometido en su mensaje de texto. Por insistencia de él, tal vez para remediar lo que había hecho, fue quien manejó y no yo como había sido acordado. Hablamos un poco de cosas banales y sin sentido. Gabriel me habló sobre su día y yo hice lo mismo, el cual se basó en ayudar a Doña Rosa a hacer varios postres egipcios de los que Halima, su comadre y madre de Matías, le había dado la receta. Llegamos a la casa del chico de las bufandas, donde el mismo Matías saludaba energéticamente hacia nosotros. El auto se detuvo para que él pudiera subirse.

—¡Hola, chicos! —Matías saludó, acomodándose en el asiento trasero y cerrando la puerta—. ¿Listos para pasársela bomba?

Me di el tiempo de analizar su vestimenta, y un salvaje sonrojo pintó mis mejillas. Estaba vestido muy, muy femenino y para mi sorpresa, también estaba maquillado de manera llamativa. Al ser de ciudad estaba acostumbrado a personas así, pero como nunca me he asociado con ellas era de esperarse que mi reacción sea justificada. Aun así, le saludé de manera amable, Gabriel hizo lo mismo solo que, mientras comenzaba a avanzar el auto, ellos dos se entretuvieron hablando.

Me hundí en mi asiento, un poco incómodo pues sentía la necesidad de participar en la conversación, cosa medio boba pues si lo intentara no sabría ni qué decir. Como siempre, las palabras no eran lo mío. Gabriel pareció notar mi estado e hizo el esfuerzo en meterme a la conversación, llegando al punto que al final fui yo quien comenzó a hablar más con Matías sobre qué equipo de soccer era el mejor dejando a Gabriel de espectador, escuchando como Matías decía un equipo y yo otro.

Gabriel se estacionó en un lugar relativamente cercano al bar, o eso comentó él. Nos bajamos del coche y mientras caminábamos bajo los faroles de la ciudad rural llena de colores tierra y olor a madera quemada, el frío me abrazó repentinamente y mi chaqueta no pudo protegerme del escalofrío que tuve.

—¿Estás bien? —Gabriel me miró preocupado, con su mano en mi hombro. Mi mente llegó a la noche, cuando la luz de la luna pintó su rostro de la misma manera en que los faroles lo estaban haciendo ahora.

—Es el frío, no estoy acostumbrado. Y tú que decías que no iba a hacer frío —hice un mohín a lo que Gabriel rio suavemente.

—Gabriel es inmune al frío —agregó Matías a mi lado y sonriendo—. Es como su superpoder o algo, siempre ha sido así desde niños. El frío parece nunca afectarle. Así que nunca confíes en él cuando de abrigarse se trata.

—¡Oye! —reclamó emberrinchado Gabriel cruzando los brazos y haciendo un puchero que desentonaba con su ruda apariencia.

Matías lo ignoró y siguió hablando, esta vez sobre algunas anécdotas graciosas de cuando eran niños que lograron sacarme alguna que otra risa. El frío aún seguía dentro de mí, pero intenté no prestarle tanta atención. Cuando llegamos a nuestro destino lo empecé a analizar a detalle: era un bar ruidoso y colorido, en el que incluso desde fuera se veían las luces neón parpadear al ritmo de la música. Una mujer fortachona y grande estaba cuidando la entrada y lo que más llamaba la atención era su cabello rojizo en una coleta alta. Esperamos en la fila y le dimos nuestras identificaciones, ella nos dejó pasar con una sonrisa de hoyuelos y cara pecosa pero no sin antes saludar a Matías con un abrazo grande. Se entretuvieron un poco hablando sobre que hace tiempo no se veían y que se extrañaban mucho. Lo curioso fue que ella, Eliana, le preguntó a Matías sobre su vida en la ciudad enseñando en una escuela primaria y sobre que si sus compañeros de trabajo lo tratan bien. Aquellas preguntas parecieron abrumarlo, pero aun así le dedicó una sonrisa. Le dijo que estaba bien, comentó también que la ciudad es cansada y que solo regresó para la boda de María y nada más. Pero vi algo en su rostro, similar a la duda, que me hizo sospechar. Nuestras miradas se cruzaron y él se tuvo que despedir de ella, Gabriel también se despidió mientras que yo solo me sonrojé y murmuré un corto y simple adiós.

Cenizas de un hombre muertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora