1

56 5 7
                                    

Mi padre solía contarme historias.

Su niñez, adolescencia, cómo el amor llegó a su vida aquella noche en su pueblo natal, donde conoció a una mujer que voltearía su mundo y lo arrastraría consigo al otro lado del país.

Recuerdo como sus ojos se iluminaban hablando de Claxfort. Miles de historias y relatos con los que crecí provenían de aquí, de aquella iglesia abandonada, de los subterráneos a través del pueblo, de aquellas runas marcadas en los árboles, pero sobre todo de aquella laguna escondida en medio del bosque.

Claxfort estaba ahora frente a mi.

Mientras avanzaba por lo que parecía ser el centro del pueblo, arrastraba mi maleta de ruedas por las deterioradas carreteras de piedra. Ojos de muchas personas caían en mí y los murmullos provenían a mis espaldas, mientras distinguía un sabor amargo en mi garganta y una sensación de nerviosismo en mi pecho.

Por mi mente solo recorría una sola cosa, mi papá.
Lo feliz que estaría con su presencia aquí conmigo. Contando sus historias, saludando viejos amigos, presentándome como su hija con esa gran sonrisa que lo caracterizaba y esos ojos llenos de orgullosismo.

Me detuve en una de las esquinas, secándome una pequeña gota de sudor que bajaba por mi frente.

Genial, no tenía idea de donde estaba y quién sabe donde estaba aquella mujer a la que llamo tía que debería haberme buscado hace un rato.

Moría de la vergüenza tener que preguntar una dirección sin conocer nada, ni a nadie y no quería parecer aquel turista perdida en mi primer día aquí. Aunque claro, supongo ya había causado aquella impresión.

Hago memoria de los lugares que he atravesado en los diez minutos que creo llevo caminando desde que me bajé del muelle hasta aquí, el letrero de Claxfort, el camino de piedras, las primeras casas, la señal que llevaba a centro y aquí, justo donde estoy. Me Percato de la poca cantidad de personas en la tiendas y almacenes, hay uno que otro supermercado, algunas carnicerías, y muy pocos vendedores ambulantes.

Mis ojos van hacia un gran camión que está siendo descargado por un par de chicos que parecen de mi edad. Donde uno de ellos parece mirar al cielo en busca de fuerzas para continuar con su trabajo, otro de ellos le grita que se ponga a trabajar.

El mismo chico se sacude el sudor de la frente he incluso desde aquí puedo ver cómo el sudor cae en el suelo caliente y vuelve a trabajar. En eso, un último sale del camión mientras retrocede con una caja en sus brazos.

Lo primero que noto es el largo de su cabello y la tinta negra que cubre su brazo izquierdo. Es un chico bastante alto, fornido, sus hombros y brazos se ajustan perfectamente a la camiseta negra que trae puesta y tengo la sensación de que también tiene un rostro atractivo.

Y así lo es, en cuanto se da la vuelta sus facciones quedan a simple vista y tiene una mandíbula marcada, acompañada de unas espesas cejas gruesas del mismo color de su cabello y unos ojos oscuros.

Vaya.

¿Quien eres tú?

Un grito me advierte  y en respuesta suelto un pequeño chillido de mi boca. Me aparto del camino de inmediato y escucho como mis lentes caen al suelo y el moreno que va montando en la bici alcanza a frenar frente a mí.

Mi corazón a comenzado a latir desenfocado y se me ha quedado seca la garganta del susto.

— ¡Cuidado por donde vas, idiota!

Le grito tirando a un lado mis cosas y acercándome al moreno.

Él suelta una carcajada y se ha quedado sujetándose el estómago de la risa.

— La que debe mirar donde va, eres tú. — dice levantándose de la bici. Es bastante alto, luce relajado, con el cabello cayéndose sobre la frente al igual que pequeñas gotas de sudor.

— Tal ves deberías quitarte de donde iba pasando.

— ¡Uff! — dice entre una risita. — Ese carácter lo conozco de algún lado. — Sus ojos marrones me examinan de arriba a abajo, con curiosidad. — ¡Ya! ¿Eres la sobrina de la señora Carter?

Me quedo en silencio y lo detallo con atención.

¿Cómo pudo vincularme tan rápido con ella?

— Tranquila, todo el pueblo sabe que hoy llega la sobrina de la señora Carter, eres noticia en el pueblo.

Sonrié amablemente y me extiende su mano derecha — Soy Dane, es un gusto conocerte.

Recibo su mano con desconfianza. — Jade. — respondo con un tono neutro.

El chico mira mi equipaje y de nuevo vuelve a observarme.

— ¿Quieres que te dirija a casa de tu tía o puedes sola?

— No tengo ni la menor idea de donde estoy, seguí un letrero a unos cincuenta pasos de aquí y la verdad quiero regresarme a mi casa.

Él vuelve a reír. — Vamos, te gustará el lugar.

Me inclino a recoger mis lentes de sol, agarrar mi equipaje y en cuanto me pongo erguida mis ojos chocan con unos oscuros ojos negros que me observan desde algunos metros.

Sin desviarle la mirada me pongo los lentes de sol y esperando que ya no pueda verme curvo una pequeña sonrisa al saber que ha notado mi presencia. Me dejo guiar por Dane, a decir verdad, es bastante agradable y parlanchin. Me enseña el pueblo, o al menos por donde vamos pasando, me ha dicho que desde hace un mes todos estaban ansiosos de conocer a la sobrina de la señora Carter y a la hija de Max, el chico natal que dejó el pueblo cuando se enamoró de una turista.

Una punzada atraviesa mi pecho de solo recordar la historia de cómo se conocieron.

— Tú tía debe de estar esperándote.

Me dice deteniéndose frente a la casa.

Es una rústica pero bonita casa de ladrillos rojos, de dos pisos con un balcón. Afuera está adornada con numerosas plantas y un jardín, atravieso la cerca y Dane me acompaña hasta la entrada.

Es aquí.

La casa donde creció mi padre.

— ¡Jade!

La puerta se abre de repente y de ella sale disparada una mujer de mi estatura, delgada, con el cabello negro lacio y los ojos verdes esmeralda.

Era ella.

La gemela de mi padre.

Me quedo atónita, era idéntica a él. Tenían la misma mirada achinada y la sonrisa más dulce que habría visto; sus brazos se envuelven contra mí cuerpo y estoy paralizada, he tirado la maleta al suelo y por un instante pienso que es mi padre el que me sujeta y no su hermana.

Un nudo se forma en mi garganta en cuanto devuelvo su abrazo y un segundo después estoy derramando una pequeña lágrima y apoyando mi cabeza en su hombro.

— Eres tú.

Le digo.

Papá, estas aquí conmigo. Te siento aquí, este eres tú, esta es tú casa, tu olor; estamos juntos aquí.

Me alegro que hayas llegado, que bueno que Dane te haya traído. — dice soltando el abrazo y sacándome de mi burbuja emocional.

Me seco rápidamente la lágrima y le doy una sonrisa de boca cerrada a Dane quien ha estado mirando con curiosidad la escena. — Gracias, Dane.

— Fue un gusto, quizá después pueda enseñarte el resto del pueblo. — grita mientras se aleja con una sonrisa y alzando su mano derecha en señal de despedida.

Vuelvo a mirar la casa con un vacío en el estómago, mi tía ha levantado mi equipaje y lo conduce dentro de la casa. Miro por última vez la calle y sonrió sintiendo un mar de emociones ahora mismo y acto seguido cruzo la puerta de la casa, la cual se cierra detrás de mí.

El Misterio que Nos UnióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora