Capítulo 2

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El hombre parecía ser alto, escondido debajo de una gran presencia y ropas oscuras, uno mezclándose con el otro. La forma oscura se acercó. —Te estás perdiendo la fiesta.

Sacudió su cabeza y movió su mano hacia la ventana. —Puedo escucharla. Es más fácil aquí arriba que allá abajo—. Podía moverse con facilidad por la casa y el terreno, pero no cuando estaban llenos de personas. Se tropezaría y caería haciendo el ridículo, la risa y charlas lo confundían.

—Oh, hay... ¿hay algo que pueda traerte? —Olía a almizcle, hojas y cuero.

Alzó nuevamente su mano. —¿Te sientas conmigo?

—Yo... —Esa voz lo envolvió violenta y crudamente—. ¿No preferirías a alguien más atractivo?

—¿Atractivo? —Sacudió la cabeza, su mano seguía en el aire, estaba deseando con todo su ser que este extraño la tomara y se sentará a su lado. Con su mano libre señaló sus ojos. —No hay atractivos para mí.

—Dicen que tu mundo no está completamente oscuro. —Una mano caliente y delgada tomó la suya.

Sonrió y sacudió la cabeza. —No, no, tengo colores y formas. El mundo es bello.

—¿Lo es? —El hombre parecía no creerle.

Apretó su mano. —Lo que veo lo es, pero los sonidos son mucho más hermosos—. Aun cuando algunos eran tristes, como la voz tan única de este hombre.

—Disfrutas los coros, supongo. —Viril y llena de cicatrices, la mano de este hombre era fascinante.

La acarició ligeramente con sus dedos, moviéndose lentamente mientras escuchaba esa maravillosa voz. —Sí, lo hago. ¿Y tú?

Podríamos ir juntos.

—No he ido lo suficiente.

—¡Entonces vayamos! Puedes decirme como luce todo. —Oh, la música y armonías ¿junto con la voz de este hombre? Volvió a temblar al solo pensarlo.

Una mano se deslizó y acarició sus costillas. —¿Te sientes bien?

—Oh... —asintió, sonriendo, se encontraba un tanto sin aliento.

Observó al hombre, imaginando que podía ver esas alas oscuras expandiéndose y envolviéndole—. Sí.

—Bien. Será mejor que te deje descansar. ¿Puedo saber tu nombre?

¿Irse? Oh, no. No quería que este hombre se fuera y se llevara esa voz rota y con alas. —¿Te quedarás si te respondo?

—Yo... —un dedo acarició su mejilla—. Sí, un momento.

Le acarició el dedo con el rostro, sus parpados moviéndose velozmente. —Saint, —dijo susurrando—. Mi nombre es Saint.

—Soy Zee.

—Ese nombre te sienta bien. —Comenzó a moverse nuevamente, sintiendo la manera en la que el aire se tornaba más cálido estando al lado de Zee. —¿Puedo tocarte?

—¿Tocarme? —los dedos de Zee temblaron—. No soy bello.

—Tu voz lo es, tus manos lo son. —Frotó su rostro contra los dedos de Zee. Nadie lo tocaba a excepción de su familia. La gente le tenía miedo por su aflicción, podía escucharlo en sus voces.

—Eres encantador. —La voz se tornó más ronca, más rica. Sus ojos se cerraron por un momento, ese sonido era adictivo, increíble.

—Estoy roto, —susurró la verdad.

—Todos lo estamos, Saint. —Volvió a temblar. Había tanta tristeza en esa voz. Tristeza que lo atraía hacia Zee de sobre manera.

—¿Tienes frió? —Las manos callosas se movieron sobre sus brazos y hombros.

Sacudió la cabeza, gimiendo un poco por las caricias. Oh, oh. La piel áspera era como esa voz, tocándolo hasta lo más profundo de su ser.

—¿Debería detenerme?

—Oh, por favor, no. —Su voz también estaba más ronca, más profunda. Sus parpados se movieron sin control.

—Tan bello... —Labios rozaron su frente. Gimió suavemente, su rostro alzándose instintivamente. Las caricias eran suaves y cálidas a pesar que la voz era apasionada y dura, y eso lo cautivaba.

La voz de su madre pudo escucharse, como una campana llamándole y el calor corporal de Zee se desvaneció. Sintió la pérdida y trató de alcanzarlo. —¿Zee?

—Te está buscando.

—Podemos escondernos. —No quería ir a la reunión. Tendría que aferrarse a ella o a cualquiera a quien fuera entregado por su madre y tendría que preocuparse todo el tiempo de no caerse y no demostrarles su falta de gracia.

—Soy muy bueno escondiéndome. ¿En dónde?

La escuchó llamarlo nuevamente, estaba muy cerca.

—En el armario.

—¿Puedes guiarme? —Esas manos le ayudaron a levantarse y lo acercaron a una esbelta y larga figura.

Asintió, alzando sus brazos y acercándose más a Zee. Conocía esta habitación a la perfección y pronto se encontraron frente al armario. Tembló nuevamente cuando sus cuerpos se presionaron uno contra otro al cerrar la puerta.

Cálidos brazos le envolvieron y sostuvieron cuando la voz de su madre se acercó más y más. Enterró su cara en el pecho de Zee, respirando profundamente. Zee olía a algo tibio y similar al almizcle, ¡rico!.

VOZ DE ÁNGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora