Capítulo 4

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Saint deslizó las puntas de sus dedos por el rostro de Zee, sintiendo sus ojos, nariz, boca y mejillas. Santo cielo, las cicatrices también se encontraban ahí, algunas delgadas y rectas, otras irregulares.

—¿Qué te pasó? —preguntó, deseaba que Zee no hubiera sido lastimado.

—Yo... —Zee sacudió su cabeza—. No puedo hablar de eso aquí, en este lugar. No puedo. —La puerta del armario se abrió y Zee salió—. ¿Vendrías a recibir los rayos del sol conmigo? ¿Nos alejamos de toda la gente?

Acercó su mano a la de Zee, asintiendo mientras la luz aclaraba todo. —¿A dónde me llevaras, Zee?

—Mi casa está lejos del pueblo, por los prados. ¿Me acompañas?

—De acuerdo. —Por fin pudo tomar la mano de Zee y la deslizó sobre la del otro hombre. Sus palmas encajaban perfectamente y se sentía tan bien, tan correcto.

—¿Estás asustado?

Inclinó su cabeza y analizó la pregunta. —Tengo miedo de que desaparezcas y jamás pueda volver a escuchar tu voz.

—Oh. ¿Deberíamos encontrar a tu gente y avisarles que vendrás conmigo?

—Si salimos por la cocina le podemos decir a Amma. —Ella se aseguraría de que nadie se preocupara pero no intentaría detenerlo—. Por aquí.

Zee le siguió, sus pasos eran casi inaudibles sobre el suelo y para Saint eso era una maravilla, el que un hombre tan grande, con una presencia tan abrumadora, una que Saint podía escuchar y sentir, pudiera caminar tan silenciosa y cuidadosamente.

Saint conocía esta casa, se sentía confiado entre sus paredes y tan solo unos momentos después se encontraban en la cocina. —¿Amma? Saldré un rato.

—¿Saldrás? Pero la fiesta y... —la voz familiar se silenció—. Oh... cielos...

—Ya sabes que las reuniones son confusas para mí. Estaré bien.

—Tomó la mano de Zee, sabía que Amma no lo detendría ni lo seguiría. Estaba demasiado ocupada.

—Mi carruaje está cerca. —Zee lo guió hacia los establos, la variedad de caballos, pajes y carruajes era una locura, los sonidos y olores llamaban su atención y el resultado era abrumador.

Se aferró a la mano de Zee, confiando en que este no permitiría que se tropezara y se pusiera en ridículo. Odiaba parecer estúpido. La confianza era total, Zee sosteniéndolo y guiándolo con facilidad con sus manos tibias mientras lo ayudaban a subirse al carruaje.

—A casa, Park.

—Por supuesto señor. Inmediatamente.
Saint se acomodó en el asiento recostándose sobre el costado de Zee. —Está oscuro y fresco en tu carruaje. —Se sentía agradable, privado, olía a cuero, a caballos y a Zee.

—Si, no me agrada que la gente se me quede mirando, siempre me miran. —Zee se relajó a su lado, respirando profundamente.

—Entonces yo seré excelente compañía. —Hizo la observación con una sonrisa.

—Oh, disculpa. Eso fue grosero de mi parte. —Los dedos de Zee acariciaron su brazo.

Sacudió la cabeza dejándose llevar por las caricias. —No, no me ofendí. Muchas personas me ignoran cuando se dan cuenta que no soy como ellos y ¡eso si es grosero! Solo porque no puedo verlos apropiadamente con mis ojos no significa que no pueda conocerlos.

—Tomaría un hombre mucho más fuerte que yo el ser capaz de ignorarte.

—Algo me dice que tú de por sí ya eres un hombre muy fuerte, Zee. —La encantadora voz hablaba de una fuerza que era capaz de soportar cosas que ningún hombre debería de saber.

—Soy lo que debo ser. Me alegra estar de vuelta en casa.

—Me alegra que estés en casa también. —Dejó que el carruaje lo arrullara, disfrutando del suave vaivén y de la forma en la que se movía contra Zee.

Se alejaron de la ciudad, cerca de los prados y los bosques, el aire se transformaba en algo dulce y fino, los rayos del sol olían a algo tibio.

—¿Está lejos? —preguntó Saint percatándose que no tenía idea de donde exactamente vivía Zee, solo lejos de casa. Suponía que esto debería asustarlo, pero no lo hacía. Se sentía atraído hacia Zee de una manera que no podía entender.

—No mucho. Vivo en un valle antes de llegar a las montañas. Tengo una casa en el prado que se encuentra ahí.

—Oh, he escuchado que las montañas son hermosas. Mi madre me ha hablado de ellas, acerca de la nieve en la cima. Me encantaría sentir la nieve.

—Es fría, pero bella. En cambio, el valle está lleno de flores. —Las manos de Zee acariciaron su brazo y un costado de su cuerpo.

—Oh, me encantan las flores. Huelen tan bien. —También le encantaba la forma en la que Zee lo tocaba. Era mucho más agradable.

—¿Cómo pasas tus días? ¿Qué cosas te agradan?

—Me gusta tocar la flauta y mis tutores me leen historia y filosofía. Padre insistió que debía aprender a montar, así que pasó una buena parte del día cayéndome de los caballos. —Sacudió su cabeza—. Aunque me desagradan todavía más las lecciones de esgrima. Me gusta la cocina, Amma me deja amasar las mezclas y los olores son impresionantes. He aprendido magia... Madre insiste en que tengo poderes, pero que aún debo descubrirlos.

—No tengo magia. De ninguna clase. —La voz de Zee era suave y melancólica.

—No hay ninguna vergüenza en eso, Zee. Cada vez hay menos y menos gente con magia. Me cuesta trabajo pensar que mi Madre cree que yo soy una de esas personas. No puedo ver... no puedo ayudar a nadie. —Acarició las manos de Zee—. ¡Oh! Puedo oler flores... ¿hemos llegado a tu valle?

VOZ DE ÁNGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora