Capítulo Nueve: Una plática necesaria

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John no quería hacerse ilusiones. Sherlock sólo estaba siento condescendiente con él, era lógico, por supuesto que Sherlock se había dado cuenta de que estaba al borde del abismo y que, en memoria de aquello que tuvieron, no podía abandonarlo así. Eso hacía que John se sintiese más miserable, si aquello era posible. Se dijo a sí mismo que debía rechazarlo, pero había sido incapaz. Antes de que pudiese pensar con claridad ya estaba en el 221 B de Baker Street. No podía creer lo que estaba a punto de hacer. Estaba dando una oportunidad a un imposible, quizás nunca volverían a ser amantes, pero podría ser posible que volviesen a ser amigos.

Sherlock llegó al edificio luego de reunirse con Mycroft, su hermano lo había tratado de ser un completo idiota al pensar en compartir su departamento con él hombre que él creía había destrozado a su hermano pequeño. Sherlock le prometió que nada iba a suceder entre ellos, sólo de verían un par de veces en el departamento y trataría de interactuar lo menos posible con él, debía aceptar que fue débil y simplemente no pudo abandonar a John ahora que tanto necesita la ayuda de alguien. Salió del taxi y luego de pagarle caminó hacia la entrada donde John lo esperaba.

—Hola, John —lo saludó con cortesía—. Es bueno comprobar que puedes ser puntual cuando algo resulta importante. —Cuando dijo esas palabras se reprochó mentalmente, estaba recordando el día que John lo dejó plantado en la estación de trenes—. Cómo sea, ven, te mostraré el departamento. —Sacó sus llaves y abrió la puerta.

ooOOoo

Sherlock saludó a la señora Hudson nada más entrar con un fuerte abrazo, lo que desconcertó mucho a John. Sabía que Holmes no era muy dado al contacto físico y no creía que aquello hubiese cambiado con los años, por lo que esa mujer debía de ser muy especial. Parecía una señora agradable y le saludó con un entusiasmo que lo dejó un poco aturdido. Los acompañó hasta el segundo piso para mostrarles la casa. Se sorprendió al ver que estaba en tan buen estado por el precio que tenía, aunque muy desordenada.

—Hay otra habitación arriba, si la necesitan —dijo la señora Hudson con complicidad. John se apresuró a decirle, mientras se apoyaba en su bastón.

—Por supuesto que necesitamos dos habitaciones.

Sherlock trató de disimular el dolor que las palabras de John aún podían causar en él, eso sólo terminaba de confirmarle que Watson no estaba internado en los hombres, mucho menos en alguien como él que no tenía nada que ofrecerle más que disgustos y problemas. Vio como John recorría el lugar y prestaba mayor atención a su equipo de química desordenado en la mesa de la cocina.

La señora Hudson hizo otro comentario cómplice, indicando que a ella no le molestaba que fuesen homosexuales, de hecho, parecía bastante feliz con la idea. John agradeció que se marchase después de aquello, había dejado sin saberlo un ambiente tan tenso que podía cortarse con un cuchillo. Agotado, John se tomó la libertad de sentarse mientras se acariciaba la pierna. Su psicóloga decía que de trataba de una cojera psicosomática, pero a él le dolía como si le hubiesen dado una descarga eléctrica.

—Veo que ya te has instalado... —comenzó a decir, mirando alrededor para buscar un tema de conversación. Sus ojos se volvieron a detener en su equipo de química, en la mesa de la cocina—, siempre fuiste un científico loco —bromeó.

Sus palabras causaron en Sherlock una reacción contraría a lo que él esperaba, John no podía imaginar que esas frases aún le afectaban.

—No, John, nunca fui un "científico loco" —musitó—. Siempre fue una máquina o como todos en la Universidad decían un monstruo sin sentimientos —recordar sus años en la Universidad era algo que odiaba hacer, pero tener a John tan cerca lo hacía imposible. La mano de John tembló y tuvo que apretar los puños. Cerró los ojos y dio una larga respiración. Parecía que era incapaz de hablar sin meter la pata.

Siempre fuiste tú (Johnlock)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora