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Con aroma a navidad


—¡Ya esta aquí!

   El grito de Tamitha alteró por completo todos los sentidos de Amalie ¿Habrá llegado? Se cuestionó. Dios.. Intentó tranquilizarse, necesitaría mucha tranquilidad para hacer lo que haría.

—Yo me voy — Anunció Tamitha y antes de abandonar la habitación de Amalie se volvió hacia ella — Ponte ese vestido. — Amenazó.

   Amalie intentó sonreírle y la siguió hasta la puerta. La rubia tomó la manilla justo al tiempo en que volvía a sonar el timbre y la giró lentamente. Amalie estaba detrás de ella, impaciente ¡Que nervios sentía!

   Cuando vió a la persona frente a ellas soltó el aire que estaba conteniendo y le sonrió a su vecina de piso.

—¿En qué puedo ayudarla, señora Cale?— Preguntó Amalie.

   La anciana la miró confundida, notaba cierta preocupación en su mirada. Sus arrugadas manos tiritantes agarraban un par de llaves.

— No puedo encontrar mi apartamento — Respondió.

   Amalie le sonrió a la pobre mujer. Era tercera vez en la semana que acudía a su puerta, de seguro había intentado abrirla. ¿Cuántas puertas habría intentado abrir antes de la suya? Quiso saber.

—Vamos, su perro debe extrañarla. — Comentó mientras la llevaba a a su hogar.

—Es que todas son iguales.— Dijo la anciana.

   Amalie cerró los ojos por breves segundos respirando el aroma de la mujer. Su ropa olía a galletas y su piel a la crema corporal que usaba.

—Mañana decoraré mi puerta, puedo decorar la suya si así lo quiere. Así no serán todas idénticas. — Se ofreció.

   La anciana asintió alegre y ya en su casa se despidió de la amable muchacha que se le hacía familiar. Antes de cerrar la puerta, la mujer mayor le echó una última mirada y le obsequió una sonrisa preguntándose de dónde la conocería.

   Amalie volvió a su departamento, cerró la puerta y como si se burlaran de ella el timbre volvió a sonar. Pensó en Tamitha y luego en la anciana con aroma navideño.

—Señora Cale, ¿En qué puedo ayudarla ahora?— Dijo mientras abría la puerta.

   La anciana, en ese momento, estaba saludando a su pequeño cachorro olvidándose de cómo llegó a su casa, pero felíz de estar con su canino amigo. Y frente a la puerta de Amalie, un joven le sonrió, dos oyuelos se marcaron en sus mejillas y un par de ojos demasiado claros la miraron fijamente.

—No conozco a ninguna señora Cale, pero también necesito ayuda.— Dijo Víctor.

   Amalie pestañeó varias veces. Sin dudas comenzaría a usar el agujero de la puerta para ver quién era antes de abrir y no llevarse sorpresas.

—¿Si? ¿Para qué podrías necesitarla?

—Pues verás — Respondió. — Tengo una cita, pero al parecer ella lo olvidó ¿qué me recomiendas?

   Amalie lo miró impresionada ¿Una cita? ¿Lo consideraba él una cita? Escuchó a su amiga llamarlo valiente en su mente y reconoció que tenía agallas.

— Una cita — Repitió esta vez en alto.

   Víctor seguía sonriendo. Amalie notó que portaba un traje elegante ¡¿A dónde pretendía llevarme a cenar?! Le hacía más difícil el rechazarlo.

—Yo, no pude decirte pero tengo que..—empezó a decir Amalie, buscando alguna excusa creíble.

—¿Tienes qué.. ?

—Ir a casa — Dijo y Víctor asintió confundido — A alimentar a mi gato.

   ¿Eso era creíble para ella? Víctor soltó una risa y Amalie rió también, no porque le hiciera gracia, si no por los nervios.

—Estás en tu casa — Le recordó Víctor.

—No compré comida para el gato, eso quería decir, y tengo que alimentarlo.

   Amalie mordió su labio inferior como diciéndose a si misma "Ya deja de hablar" . La expresión de Víctor pasó a una divertida. Amalie sintió una alarma que le gritaba que había sido descubierta en su mentira o incluso peor, que en cualquier momento Víctor podría insinuarle ser una pésima dueña de gatos inexistentes al olvidar la comida inexistente. Víctor la observaba atentamente y Amalie, que no podía con tanta presión, confesó soltando cada palabra demasiado rápido;

—No tengo gato, soy alérgica a los gatos. Y no saldré contigo hoy, lo siento.

   Una vez más Víctor le sonrió, esta vez evitando lo más posible reír.

—¿No tienes gatos?

   Amalie negó con su cabeza. La mitad de su cuerpo estaba apoyado en su puerta.

—Lo siento — volvió a decir esta vez como despedida y cerró la puerta detrás de si.

   Una vez fuera del campo de visión del Víctor, Amalie respiró rápidamente intentando calmarse, tratando de hacerlo más lento. Inhalar, exhalar y repetir.

—¡Amalie! — llamó Víctor.

—No vas a convencerme. — Sentenció ella al otro lado.

Como helado y chocolateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora