Capítulo Ⅴ

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Una pesadilla. Una mente atormentada obligada a dormir por la fuerza que sacudía su cuerpo y su mente. Se sentía a sí mismo de pie. Su corazón latiendo aceleradamente, sus brazos casi temblando por la tensión de sus músculos, y su fuerte y agitada respiración, el frío del metal de la daga que su padre le había entregado. Para los menesteres de la casa, cortar las bayas, defenderse. Pero esta vez no era así.

Un cuchillo, una arteria, a punto de ser rebanada. El cuello de su hermana sostenido por una mano gris. Sangre, sangre y un grito.

Entonces despertó.

Arrancó un grito de su garganta y entonces abrió los ojos. Tenía las sábanas arrugadas entre las manos, el cuerpo empapado de sudor. Una compresa de agua fría que salió volando y un esqueleto que se enderezó con su reacción.

Este simplemente se dirigió hacia la compresa y la arrojó en un contenedor a su lado. Tomó otra, la mojó en agua y se la colocó al muchacho en la cabeza mientras lo hacía recostarse.

- ¿Cuánto tiempo llevo dormido? -

El criado esqueleto tocó el brazo del muchacho. Este reaccionó al frío hueso, aumentado la sensación gracias a la fiebre. Entonces el esqueleto, marcó sobre su brazo con líneas paralelas verticales cuatro rayas, las cortó con una horizontal al medio y después hizo tres más verticales. Así le decía ocho, que el muchacho por lógica se dijo que debían ser horas.

Esta forma simple de contar de cinco en cinco no había cambiado desde los tiempos del liche por personas de baja cuna. El esqueleto, siendo una marioneta desprovista de conciencia, sólo lograba hacer esto mediante las órdenes de su amo, que los observaba desde la sala del trono, mediante las lámparas.

Recostado en la cama, intentaba pensar en otra cosa que no fuera aquel dolor, aquellas pesadillas. Ya había pasado por el miedo de que su hermana fuera secuestrada por seres que la venderían, más allá del alcance de cualquier aventurero humano.

Las tierras del este eran complicadas. Sin contar a la rica nación Argéntea y al estado Niktar, los que no compartían parentesco con los humanos eran demasiado salvajes. Había decenas de especies lo suficientemente inteligentes como para agruparse en tribus. Otras tantas simplemente habitaban los bosques buscando comida y delimitando su territorio de diferentes maneras.

Así este territorio era a medias hostil. El comercio era débil, los conflictos abundantes y las alianzas no solían durar mucho. Así, durante siglos, la supervivencia del más fuerte convirtió este sitio en un área de grandes peligros para aquellos sin poder. Un humano joven y fuerte podía costar hasta tres humes. Los humes eran animales cuadrúpedos, de pelo y cola corta, y una tríada de cuernos que se cruzaba como espiral en el centro de su cráneo. Eran el ganado menor del continente y un esclavo podía ser vendido de esta manera, al no tener moneda.

El esqueleto lavaba el sudor del muchacho, que había sido despojado de sus ropas. Nunca Macías creyó que un no-muerto fuera capaz de entender el sufrimiento de un humano y actuar en consecuencia.

El liche que manejaba a aquellos seres se había sentido bien por salvarlos. Los había cuidado a él y a hermana. Macías se decía a si mismo que debería desconfiar. Pero no podía, no podía pensar en ningún razón para salvar a unos humanos que no fueran las expuestas por el mago.

Entonó una oración, rezó a su diosa que los protegiera, que los guiara.

Tu diosa no podrá salvarte, muchacho. Ni ella ni su hermana podrían, ni querrían hacer nada para evitar que te use. Lo siento por tí.

Macías creyó sentir un murmullo. Pero atribuyéndolo a la fiebre, decidió rendirse un rato más.

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Undead SoulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora