Capítulo Ⅱ

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El necromante se dirigió hacia la terraza de la sala. Era un espacio amplio, con un piso pulido que las únicas razones por las que no brillaba era la oscuridad y la cantidad de suciedad que se acumulaba bajo sus pies. Los vientos se habían encargado de llenarla de tierra y hojas. El liche por un momento dirigió la mirada al cielo y observó largamente otra de sus creaciones. Una bóveda mágica que cubría el castillo y ennegrecía todo lo que se albergaba en su interior. Sostenida por pilares desde su interior, era imposible salir de ella una vez dentro sin el conocimiento o el poder suficiente, siendo también una herramienta de monitoreo para él.

En la parte exterior simulaba una montaña escarpada y nevada que desde hacía siglos nadie escalaba por miedo a ser devorado por los wendigo. En realidad era él quien los hacía desaparecer después de cruzar la muralla mágica. La cumbre de la montaña era realmente una meseta con un pequeño lago. En antaño un pequeño pueblo estaba enclavado allí, pero es de imaginarse lo que les sucedió a la llegada del liche.

Este bajó la cabeza y miró su ejército recién levantado. Por un momento se sintió halagado, pero después se vió abrumado.

Los años han golpeado duro mis legiones. No queda ni la décima parte de los soldados iniciales y estos... dan grima. Incluso para ser esqueletos reanimados, les faltan extremidades, incluso la parte inferior totalmente. Muchos debieron hallar la paz cuando los paladines murieron y el resto estará agotado.

Sintióse desanimado, aunque sólo por el momento. Carne fresca, necesitaba nuevas almas para esclavizar y esa era la excusa perfecta. Después de esto barrió con la mano delante suyo. El ejército se derrumbó frente a él.

Ya no los necesito, están demasiado viejos, debo encontrar más cadáveres  ¿Pero dónde? Han pasado cientos de años desde que tengo noticia del territorio humano. Necesito información.

A medida que miraba el polvo en el que se habían convertido sus soldados, pensó en su castillo y emitió una orden mental.

A los soldados dentro del castillo, revisen los alrededores y hagan un reporte de daños.

Se volteó hacia el trono y caminó hacia él, para detenerse ante un cuadro a su izquierda. Era él. Bueno, antes de su muerte. Fue una de las pocas cosas que pudo salvar. El cuadro exhibía a un hombre apuesto, moreno, con ojos castaños y una cicatriz blanca sobre el ojo derecho, herida causada por un águila en una cacería. El pelo largo y sedoso caía sobre sus hombros terminado en rizos azabache. Empuñaba un bastón dorado y se cubría con un manto de terciopelo y plata. Le inundaron los recuerdos mientras se apagaban sus ojos.

Cuando vivía, lo que más me gustaba era la equitación. Ponerle los arreos al caballo, sentir su fuerza, su respiración. Me gustaba saber que siendo inferior a él podía dominar a aquella bestia enorme. Cabalgando por los campos, sintiendo el viento en mi cabello. Estaba vivo. Y disfruté estarlo todo lo que pude.

Sus ojos se encendieron nuevamente, volviendo al presente.

Ahora que lo pienso, no estaría mal volver a tener un cuerpo así. Nada mal.
Ese será mi primer objetivo.

Después de eso pasó días encerrado en su torre, planeando. Un nuevo plan se descubría ante él.

•••

Macías dormitaba plácidamente sobre la hierba. El olor y el tacto de esta animaba a descansar sobre ella, como si de una cama se tratara. Observaba con los ojos semicerrados los contrastes de la luz atravesando las hojas de aquel árbol. De pronto se despertó, una manzana a su lado y un llamado de mujer.

Undead SoulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora