Capítulo Ⅰ

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La oscuridad absoluta dentro de un ataúd férreo. Un cadáver milenario compuesto sólo por huesos dentro de él. Y de pronto una luz, azul como la profundidad del mar ahuyentó la sombra. El esqueleto comenzó a moverse. Los clicks de sus huesos chocando entre ellos y contra el ferétero hizo eco.

Mucho tiempo ha pasado. Tengo cosas que hacer, estorbas.

De un tirón levantó violentamente el brazo izquierdo haciendo un boquete al ataúd de hierro que lo contenía. Recuperando movilidad, a través de él intentó activar el cerrojo del ataúd, arrancándolo de cuajo al no ceder por la herrumbre. Bajó lentamente el brazo y lo introdujo en el ataúd nuevamente. Irguióse lentamente mientras abría la tapa con el brazo derecho hasta sentarse y dejarla caer hacia la izquierda haciendo gran estruendo.

Completamente oscuro, incluso así recuperado facultades es capaz de ver infinidad de marcas en las paredes. Rayas, perfectamente paralelas y del mismo largo. Rodeaban toda la sala presidida por el ataúd y cinco soportes para velas de medio metro de alto tallados en obsidiana.

Mientras observaba sintió pasos, lentos y contados. Una luz se acerca. Azul y tenue vislumbrable por debajo de la puerta que separa esta habitación del pasillo. Lentamente se abre la puerta y se descubre un esqueleto, perfectamente limpio sosteniendo con su mano derecha una lámpara en la que arde con llama azul un ojo putrefacto flotando en su centro.

El esqueleto trae entre los dedos de su mano izquierda una cuña, un pequeño pedazo triangular de hueso, probablemente tallado de un fémur humano. Cuelga la lámpara en un gancho y camina por el borde de la habitación hacia la pared, llega hasta el fin de las marcas, pone la cuña sobre un nuevo punto, aleja el brazo (si se le puede llamar así) y lo baja de nuevo con fuerza haciendo una nueva marca de largo, ancho y profundidad exactamente iguales a la anterior.

Hecho esto camina de regreso hacia la puerta, apunta sus cuencas hacia el liche, hace un anticuada reverencia y se desvanece dejando una pequeña montaña de polvo.

Hizo bien su trabajo. Una marca por cada día que pasaba dormido, se merece el descanso.

Se puso de pie y avanzó hacia la puerta, recogió la lámpara del gancho y se viró hacia las paredes. Las marcas eran pequeñas, pero hechas con exactitud inhumana y tan numerosas que cualquiera tardaría bastante en contar.

Mientras las luces que ocupaban sus cuencas oculares de hacían más brillantes, liche miró todo el lugar. Se encontraba en una habitación cerrada, húmeda. Las paredes estaban hechas de obsidiana, roca extraída en los doscientos años que conllevó la construcción del castillo. El musgo había logrado colarse y había crecido alimentándose de los pequeños restos de energía que emanaba el mago esquelético cambiando ligeramente su color de verde a ligeramente azulado alterando así también sus propiedades. De no ser por la lámpara dejada allí por el esqueleto nada de esto sería apreciable ya que la habitación, así como el castillo se encontraban completamente a oscuras.

Doscientas diecinueve mil ciento cincuenta y cuatro. Serían unos seiscientos años. Esos desgraciados me hicieron más de lo que pensé. No esperaba dormir tanto. Bueno, fue un provechoso descanso. Es hora de que vuelva a conquistar esta tierra.

Se hubiera dibujado una sonrisa en su cara si sus músculos y carne no se hubieran descompuesto hace mucho tiempo atrás, imaginando con satisfacción las sensaciones de los días de antaño cuando gobernaba secretamente, impulsando a los líderes del gobierno y demás a la conquista de nuevas tierras. Cada soldado caído, de cualquier bando, se incorporaba a sus filas intentando así convertir el país en un reino gobernado por él, una enorme necrópolis. Esto hasta que los paladines lo descubrieron e intentaron destruirlo, cosa que casi logran.


En esto pensaba mientras caminaba por los pasillos de la mazmorra hacia la salida. Llegó a esta y exigiendo reconocimiento despertó a los esqueletos que custodiaban la puerta. Éstos se arrodillaron ante su rey y le abrieron la puerta. Aunque no pudiera demostrar nada en su cara por razones ya expuestas estaba bastante animado para haber dormido tanto tiempo. Ya no le importaba haber fracasado. Eso era pasado. Ahora su nuevo plan lo llevaría más allá de eso.

Una vez salido de la mazmorra se dirigió hacia el salón, adornado con cuadros y esculturas de todo tipo. Ya haría el recibimiento con todas las de la ley. En techo había un candelabro, totalmente hecho de huesos humanos, así como las lámparas que rodeaban la habitación, con un movimiento las encendió. Esta aunque su dueño no comía, contaba con una mesa enorme para albergar a decenas de invitados. ¿Soledad? Probablemente. Según él, un rey tiene una corte y algún día cuando dominara el país aparecía alguien que quisiera formar parte de ella. Un no muerto. O un demonio, tampoco le parecía mal. Si lograba invocarlo sin que se rebelara todo podía ser.

Observó con añoranza aquello, si se le puede llamar observar a voltear su cráneo y quedarse mirando con sus luces, el ambiente. Ha de aclararse que podía escuchar, oler, ver y hablar perfectamente, incluso sin órganos. Siendo el habla lo más extraño ya que sólo abría la boca y salían las palabras. Aunque sólo solía hablar en los hechizos, los esqueletos a su mando entendían sus intenciones y las cumplían. Caminando lentamente llegó a su habitación. Los guardias ya despiertos por la orden hicieron una reverencia y cerraron el paso tras entrar este.

Ahora tengo que cambiarme, estos harapos no me favorecen. Si se ven desde lo que hice serían mi pijama.

Abrió el armario y extrajo de él una capa tejida de oro y damasco. Lo observó un momento, lo sacudió y se lo puso. Se lo abrochó al cuello y se viró hacia la pared. Era esta una superficie pulida en la roca de obsidiana remarcándola en oro. Se miró un rato moviéndola y cubriéndose hasta quedar satisfecho.

Después de esto tomó un anillo de platino con un rubí que brillaba encima de la mesita y se lo colocó en el dedo anular de la mano izquierda. Por último tomó un bastón. Hecho de un pedazo tallado del hueso de un dragón y rematado por las joyas que utilizó para almacenar el alma de este. Lo sostuvo en alto un momento, recordando, era sin duda su arma más poderosa. Vencer a un dragón. Su mayor logro después del intento de conquistar el país. No lo convirtió en su sirviente en una predicción donde tendría que usar mucho de su poder. Se hubiera debilitado confiando en que el dragón sería suficiente para defenderlo y esa habría sido su perdición. Gracias a que no lo hizo y sólo tomó su alma, utilizó el bastón en la lucha y mató a los paladines.

Decidió no tomar sus cuerpos como esclavos, le daban asco, llenos de luz y santidad. Recordando sus últimos momentos antes de su largo sueño caminaba hacia la sala del trono. Una sensación de frío envolvía el ambiente.

El rey muerto había regresado y se haría sentir. Sentado en su trono levantó el bastón, sus ojos se encendieron y lo bajó con fuerza. El golpe resultó en una explosión, un ruido inaudible para un humano, pero un llamado a los muertos del castillo, en las torres, el patio, que se levantaron al unísono clamando por su rey.

Después de siglos de descanso he vuelto, más fuerte que nunca.
Sumiré esta tierra en desolación y dominaré hasta al último ser que camine sobre ella.

Poniéndose de pie y alzando la voz por primera vez desde su despertar, gritó, llamando a la conquista:

- ¡MORS DOMINE! -

Undead SoulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora