7- Vecindario

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Nunca me imagine que el despegar de un avión fuera tan aterrador, estuve apretando los reposabrazos durante todo el despegue, lo hice con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos y las uñas clavadas en la piel sintética del asiento, cuando finalmente deje de hacer fuerza no sentía las manos y la marca de las uñas en la el plástico que imitaba la piel era profunda, seguramente quedara marcada de por vida, pobre asiento de clase turista. 

Ahora puedo decir que estoy disfrutando del vuelo, no como al principio, estaba tan estresada que una azafata me ha traído unas revistas para que me distrajera un poco, seguramente debía parecerme al fantasma Casper. 

Ahora puedo decir que estoy bastante mejor, ya he pasado la fase donde creo que el avión se va a estrellar y que acabaremos  el trayecto como carne picada, estoy relajada en mi sitio mientras leo uno de mis libros favoritos. Pese a que lo he leído muchísimas veces, siempre lloro, así que esta vez reprimo las lágrimas que amenazan con salir cuando Hazel Grace le dice a Augustus Waters que fueron un precioso infinito, en su funeral.

Me froto un poco los ojos y luego los cierro para calmarme, no puedo hacer un drama en el avión. 


[...]


Pues resulta que me he dormido, y eso que solo iba a cerrar los ojos un momento de nada, me froto la cara para despejarme y ver a la azafata con una sonrisa reluciente mirarme, tiene la mano en mi hombro y lo mueve suavemente. 

— Despierta, vamos a aterrizar, ya hemos casi llegado a Canadá — dice la azafata trajeada dulcemente — Abróchate el cinturón. 

Cumplo su orden al pie de la letra y me abrocho el cinturón, no me gustaría salir disparada al aterrizar y partirme la cabeza. Ahora que lo pienso, debería apartar los escenarios fatalistas de mi cabeza.

Esta vez no aprieto los reposabrazos ni dejo marcas de uñas en el asiento durante el descenso, puedo decir que me he portado como una persona civilizada normal y corriente la cual no le teme a volar en un avión, no puedo ser una gallina. 

Respiro con normalidad después de escuchar por el altavoz que ya hemos llegado y que podemos ir saliendo con calma del avión. Con parsimonia desabrocho el cinturón y me quedo unos minutos sentada mientras la gente con más prisa va saliendo a toda pastilla, pese a haber escuchado como las azafatas pedían calma hace dos minutos. 

Finalmente me levanto y saco mi maleta y bolsas del compartimento, lo agarro todo y reviso no dejarme nada. 

Cuando salgo las azafatas me desean una feliz estadía y no puedo evitar decir igualmente como una tonta, no sé que es peor, eso o cuando dices igualmente cuando te desean el feliz cumpleaños. 

De vuelta en el aeropuerto estoy más perdida que una abeja dentro de un avispero, todos parecen saber donde tienen que ir y como llegar menos yo. Bueno, tampoco es que tenga una tarea muy complicada, tengo que salir del aeropuerto, la familia con la que voy a vivir estará, tal como sucede en las películas americanas, con un letrero con mi nombre esperándome afuera. 

Después de andar, literalmente, veinte minutos, a lo lejos vislumbro a dos personas con un cartel, me acerco, no directamente, no sea que me vaya a equivocar de personas y haga una ridiculez.

A medida que me acerco voy siendo capaz de leer el nombre, Lisbet, me acerco a esas dos personas, deben ser Ed y Jane. Cuando lo confirmo la mujer ya me está dando un efusivo abrazo y Ed se encarga de quitármela de encima, mientras caminamos hacia el coche me cuentan que tenían muchas ganas de que viniera. Comento, solo por decir algo, que mi nombre no se escribe así, Jane empieza a contarme que esta mañana iban corriendo y que Ed lo ha escrito corriendo, Jane se burla un poco de él y eso desencadena una especie de discusión entre ellos, aunque no los conozco mucho puedo ver que se están peleando en broma y lo hacen para chincharse el uno al otro.

Es asombroso lo que se puede descubrir en un viaje en coche. Ed y Jane rondan los sesenta y llevan toda la vida juntos. Jane es una mujer mayor de pelo castaño algo canoso, un poco regordeta y con una apariencia que te transmite simpatía y confianza, mientras que Ed es algo más serio, con el pelo totalmente gris y muy flaco. 

Ed conduce el vehículo por una autopista, a lo lejos veo una ciudad y aunque esté algo alejada llego a apreciar lo moderna y sofisticada que es, cuando estoy por preguntar como se llama la ciudad Ed da un volantazo y se mete por una carretera de montaña llena de barro, Jane grita del susto y le riñe porque, aparentemente, siempre se olvida de que debe coger esta carretera. 

Después de media hora al volante Ed anuncia que hemos llegado al pueblo, nos metemos por una carretera que lleva  a una zona residencial o lo que deduzco que será el vecindario donde viva, casi todas las casas son iguales o muy parecidas, aunque cambia la gamma de colores de la fachada. El vehículo finalmente se para en una casa blanca de dos pisos, salgo del coche y Ed está sacando el equipaje del maletero.

Agarro la mayoría de mis bolsas y sigo a Jane, que prácticamente me grita que entre. 

Al pasar por la puerta y el recibidor da comienzo un comedor con una mesa redonda en un lado y en el otro un sofá con una televisión delante. Jane me quita de la mano una bolsa me deja subir las escaleras primera, siguiendo sus indicaciones me lleva a una habitación simple con una cama, un armario y un escritorio, donde seguramente voy a pasar muchas horas haciendo los deberes a lo largo del curso. 

— Esta va a ser tu habitación, siéntete libre de hacer la tuya, aunque, jovencita, no me rompas los muebles, te lo advierto. — asiento con la cabeza a la vez que percibo un cierto tono humorístico y severo en su voz — Ed y yo estamos abajo para lo que necesites, vamos a ver un documental de los canguros, es muy interesante, si quieres, ven a verlo con nosotros, aunque si no también puedes comenzar a acomodar tus cosas.

No me interesan los canguros en lo más mínimo y estar en un sofá con unas personas a las que conozco desde hace unas horas va a ser incómodo, no, lo siguiente, así que, amablemente, rechazo su oferta.

Empiezo a sacar todas las cosas que traigo en las bolsas y después de un arduo trabajo organizando y desorganizando me alejo de la estancia para ver el resultado, todos los libros se encuentran perfectamente ordenados en la estantería que esta encima de la cama, un par de dibujos se encargan de adornar pared pegados con cinta adhesiva, la ropa ordenada por estaciones y las bolsas metidas en el armario, y, por último, aunque no por eso menos importante, coloco en la mesilla de noche una foto donde aparece Ilsa, Carl y yo en el bar. 

La habitación parece mía, pero aún le queda bastante para que se sienta así. 

Jane y Ed me llaman a cenar, y, aunque no tengo hambre por el cambio de horario, bajo igualmente a comer, tengo que acostumbrarme lo antes posible al horario, si no voy a parecer un pato mareado. 

La mesa esta puesta y la cena ya está terminada, por lo que me mandan directamente a lavarme las manos, me muevo por la planta hasta encontrar el lavabo, me meto dentro y procedo a lavarme las manos mientras me escudriño con la mirada mi rostro, tengo unas leves ojeras que muestran lo cansado que ha sido mi vuelo, pese a que me he pasado gran parte durmiendo como oso en plena hibernación. Aunque mi cara muestre agotamiento, mis ojos muestran felicidad en su estado más puro, veo en mí una mirada que no había visto nunca, una mirada que muestra mis ganas de vivir e incluso emoción al pensar que empezaré las clases en un sitio nuevo donde la gente no puede decir nada de mí por qué nadie me conoce.

Encuéntrame, AlphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora