Capítulo 09

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09: Azur.

Las noches se habían transformado en un tormento sin tregua, donde el sueño se escurría entre las sombras que traían consigo los recuerdos más oscuros

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Las noches se habían transformado en un tormento sin tregua, donde el sueño se escurría entre las sombras que traían consigo los recuerdos más oscuros. Cada vez que cerraba los ojos, el rostro de aquellos orbes dorados, a los que había arrebatado su fulgor, emergía en su mente como un eco insistente. No había reposo, solo la perpetua interrogante que carcomía su conciencia. "Está bien, somos nazis, es lo que hacemos" murmuraba en un intento de aferrarse a una justificación que se desvanecía con cada latido de su corazón. La amenaza sobre la vida de su mejor amigo lo había forzado a un acto que aún lo perseguía en las horas más silenciosas de la noche. Recordaba la súplica muda en los ojos azules de Otto, como estanques congelados que imploraban misericordia entre la penumbra.

Se repetía a sí mismo que fue por el bien mayor, una frase gastada y vacía que apenas lograba aliviar el peso de su alma. En su mente, la decisión que había tomado resonaba como el crujido de hojas secas bajo el peso de un invierno implacable, donde la moralidad se desdibujaba en un paisaje grisáceo de deber y traición.

Su mano temblorosa aferraba con desesperación la gorra de plato, como si esa simple prenda pudiera ofrecerle consuelo en la tormenta que rugía dentro de su pecho. Sus dedos, agitados, recorrían una y otra vez la textura áspera del tejido, buscando en su rugosidad un ancla para su ansiedad. Frente a él, sus rulos desordenados se rebelaban contra la disciplina que él tanto valoraba, escapando y cayendo pesadamente sobre sus ojos, un velo que nublaba su visión y profundizaba su inquietud.

La silla vacía frente a él era un símbolo de la incertidumbre, un mueble inerte que parecía absorber toda la tensión que se acumulaba en el aire. El brillo de la lámpara que colgaba sobre la mesa proyectaba sombras que danzaban inquietas, amplificando su nerviosismo. Esperaba, con el corazón encogido, la llegada del comandante Widmann, quien había solicitado una audiencia esa noche, antes de que él pudiera regresar a la seguridad de su hogar.

Cada segundo que pasaba era un tormento de anticipación. Temía que las sombras de su mente, enredadas como ratas en un laberinto, fueran descubiertas. Su lealtad, antes tan firme, ahora vacilaba en la bruma de la duda. Le aterrorizaba la idea de que al hombre que había venerado durante años pudiera ahora mirarlo con desdén, especialmente después de la furia violenta que había recibido en forma de un puñetazo brutal, dejando un ojo morado como recuerdo imborrable de su desprecio.

A pesar del dolor físico y emocional, anhelaba fervientemente recuperar el honor perdido. Quería, con cada fibra de su ser, seguir siendo el modelo de la perfección que el comandante había esperado de él, un nazi ejemplar que había sido fiel hasta la llegada de la judía oculta detrás de la pared, cuyo simple existir había sembrado la semilla de su tormento interno. La ironía era cruel: su fervor por cumplir con las expectativas que le imponían se había convertido en una prisión, con barrotes construidos de sus propias dudas y temores.

— Agente Chalamet —Murmuró Zelig el nombre del joven casi en un susurro al cruzar la puerta de la oficina. Timothée, encorvado y silencioso, no se atrevía a levantar la vista. El ojo morado que adornaba su rostro era un símbolo grotesco de su deslealtad al régimen, un recordatorio cruel de la traición que continuamente lo asaltaba, y del secreto que protegía con desesperación: Micaela.

Unerlaubt » Timothée Chalamet©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora