UN MAL DÍA

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No podía alcanzarle. Aquel sospechoso era muy rápido. Pero él bien sabía que no se desharía de mí. Trepábamos verjas, saltábamos cubos de basuras tirados en el suelo, subíamos por las escaleras de incendios de un edificio, y aun así no nos cansábamos...
Justo en la azotea tras subir, se detuvo al borde. Era imposible pasar al edificio de en frente de un solo salto. Se dio la vuelta y sacó una pistola de su chaqueta. Yo ya tenía el arma preparada en mi mano. Así que disparé, le di al mango de su pistola y ésta salió de su mano como por arte de magia. Un tiro perfecto. Pero sorpresivamente, en lugar de rendirse, me sonrió.

-Aún no me has atrapado, y nunca lo harás...

Dicha frase no parecía tener sentido, hasta que su cuerpo fue inclinándose y terminó cayéndose del edificio.

-¡No!

Mi grito no sirvió de nada. Al acercarme al borde, a seis metros de altura, yacía el cuerpo de un sospechoso que valía oro. Gracias a él se hubiera resuelto el caso en el cual llevábamos como cuatro semanas sin pista alguna.
Horas después aparecieron mis compañeros y una ambulancia para atender al hombre que perseguía, pero también apareció mi jefe. El comisario Gómez se dirigió a mi muy enfadado.

-¡Joder, López! No solo estropeaste la emboscada que teníamos preparada, sino que has dejado que se suicidara. ¿Y ahora cómo vamos a dar con la tapadera de drogas?
-Lo siento, jefe... creía que lo tenía.
-Pero no ha sido así, ¿cierto? Siempre te sucede lo mismo.
Se me quedó mirando fijamente con pura furia en sus ojos.
-¿Sabes qué?, te relevo de tu cargo. Estarás suspendido por una semana.
-Pero jefe, no fue mi intención...
-Lo menos que nos hace falta aquí, es saber que no pudiste atrapar al sospechoso. ¡Vete de una vez!

Me largué tal y como me había indicado, sin nada que hacer y sin indicios de poder corregir mi error. No había manera de que me lo perdonase.
Era lo peor que podrían haberme hecho. Prefiero mil veces hacer mi trabajo que quedarme en mi aburrido piso. Soy consciente de que a veces no hago bien las cosas, pero por algo me habían aceptado en el cuerpo de policía.
Vivía en un apartamento alquilado, en el que la mayoría de los pasillos tenían las paredes resquebrajadas. El papel pintado se despegaba de su verticalidad, desvelando manchas de humedad provocadas por las tuberías en mal estado... una vergüenza.
Aquella persecución me dejó tan agotado, que decidí echarme en el sofá rápidamente nada más entrar a mi apartamento. Quería que mi mal día se esfumara de una vez.
A la mañana siguiente salí del piso, decidido a investigar más sobre el caso. Me daba igual que me hubiesen suspendido, quería arreglar mi error de cualquier manera. Me dirigí a un cibercafé para buscar más información, mientras tomaba un café para llevar poco alentador y como único desayuno del día.
El sospechoso que no pude atrapar trabajaba para un contrabandista de drogas. Hasta el momento solo habíamos dado con aquella persona y por eso mismo valía oro. La droga era conocida como peyote y se trataba de una especie de planta. No sabíamos si dicha droga se inhalaba, inyectaba, o esnifaba, pero la cuestión es que era ilegal.
Pasaban mis quince minutos de la medía hora que había pedido en mi ordenador y solo encontraba información barata:

Lophophora Williamsii.
Pequeño sin espinas y endémico. De la región sudoriental de los y el centro de . Contiene numerosos , entre ellos , un poderoso .

-¿No encuentra nada sobre el Peyote?

Una voz para nada familiar, con una frase que aún menos esperaba, hizo que saltara de mi silla y rodeara con mis brazos el monitor del ordenador. Pero por culpa de eso casi me lo cargo del empujón.

-¡Eh, tenga más cuidado! –Me advirtió el dueño del local.
Creía que mi mal día había acabado ayer, pero aún seguían pasándome cosas estúpidas.
-Debes tener cuidado con tus sobresaltos. A ver si vas a matar a alguien.

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