SIN INOCENTES

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Mi nombre es Kane. Mi trabajo consiste en acelerar las muertes de las personas por personas sin escrúpulos. Y aunque parezca extraño que lo diga, no soy ningún monstruo. Soy alguien normal y corriente, que se alimenta y viste igual que los demás... solo que me gano la vida de forma distinta. Aunque no me arrepiento de nada, las personas a las que maté merecían morir. Ya que en mi trabajo no hay lugar para sentimentalismos o debilidad alguna. No puedo permitirme ser débil, a la vez que me siento sucio por dentro por hacer lo que hago. Seguro que tal vez debería morir como a las personas que he asesinado. Pero eso solo sería cuestión de tiempo.
Fui abandonado en un orfanato al nacer. Crecí allí y solo conocí a una buena persona, pero a ella la adoptaron y perdimos el contacto. Cuando llegué a mi adolescencia, salí del orfanato e intenté buscar un empleo, pero tampoco tuve suerte...
Una noche, iba por la calle y vi a un policía dándole una paliza a alguien. No sé porqué hice lo que hice, pero sentía empatía por esa persona. Cogí un arma que había en el suelo y disparé al poli para que parara. El tipo que salvé trabajaba para un capo de la mafia, y en agradecimiento me ofreció trabajo. Así fue como entré a este mundo de negocios sucios, corrupción y violencia.
Lamentablemente, la mafia para la cual hacía encargos me trataba peor que un peón de ajedrez. Por lo tanto decidí convertirme en topo para dejarles en la cárcel y trabajar en solitario. Así me quedaría con sus armas y su piso. No podía permitirme el seguir durmiendo bajo un puente.
Solo hacía encargos a gente que se creía poderosa. Eso es lo que creen si tienen la posibilidad de manejar un arma, pero sobre todo está la persona tras el arma, y yo nunca me he negado a apretar el gatillo...
Hasta que llegó un momento en que el teléfono dejó de sonar. Empezaba a parecer habitual el que no tuviera encargos. No hacía más que aburrirme en mi piso, sin aguantar la presión de que mi existencia ya no servía para nada.
Estaba metido en el baño, preparando una cuerda colgada en la barra de la ducha para ahorcarme... últimamente no me llamaban, y si algún día me descubrían, moriría en la cárcel, ya que la mafia para la que trabajaba anteriormente, estaba esperándome.
Justo cuando me la iba poner en el cuello y patear la silla sobre las que estaban mis pies, sonó el teléfono. A lo mejor es mi último encargo, pensé. Me da igual si salgo ganando o perdiendo, hay que deshacerse de las malas pulgas de este pueblo. Y ya que estoy, que ellos se deshagan de mí.

-¿Si?
-¿Estoy hablando con Kane? –Preguntó una voz femenina cuando descolgué el teléfono.
-Depende de quién seas.
-Me han hablado bien de ti y quería contratar tus servicios.
-¿Te han hablado bien de mí? Que halagador... te saldré caro.
-Para mi el dinero no es ningún problema. Es más, me sobra.
-Pues el precio son cincuenta mil.
-De acuerdo.
-¿Dónde nos vemos?
-En el Valle de la muerte.
-Perfecto, preséntate mañana por la mañana con un maletín. Si te retrasas un solo minuto, me iré.
-Ahí estaré.

La voz al teléfono me era bastante familiar. Raramente la comparaba con alguien de la televisión. De todas formas, nos veríamos mañana en el Valle de la muerte, un lugar cerca del bosque del pueblo, donde hace poco unos cazadores hacían de las suyas. Le llamaban así por una leyenda urbana que se difundió por el pueblo. Un campesino se dispuso a criar su ganado en ese mismo campo y al día siguiente, sin previo aviso ni rastro del causante, los animales estaban muertos en el pasto. Bastante extraño, pero sin importancia, al menos para mí...
Me sentía un poco tonto al ir completamente vestido de negro. Era la costumbre de trabajar en secreto. Pero en el fondo me lo tendría que haber pensado mejor, ya que era verano y a pleno sol de unos treinta grados en el campo.
En el momento que pasé la mano por mi frente para quitarme las gotas de sudor, vislumbré dos figuras a contraluz viniendo hacía mi. Una era más alta que su acompañante, tan fornida como yo, se podría decir. Mientras que la otra llevaba algo en la mano que parecía un maletín. Así deberían ser las cosas si no querían verme cabreado. Primero el dinero y luego el encargo.
A pocos metros de nuestra distancia, me di cuenta de que se trataba... ¡de la alcaldesa del pueblo! ¿Sería esto una trampa o de verdad quería que matase a alguien por ella? Debo hablar con naturalidad y no pensar demasiado, ya que este maldito calor hace el resto.

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